Los granjeros vuelven a buscar el amor entre vacas, cerdos y judías. Y uno lo celebra porque Cuatro nos vuelve a regalar uno de los programas que más nos sorprendió (para bien) la temporada pasada. Y esta vez la vuelta se ha hecho como merece: a bombo y platillo. A los granjeros ya los conocíamos porque ya nos los habían presentado mucho antes pero, lo que nos faltaba, era ver a las candidatas y candidatos dispuestos a hundir sus manos durante 15 días en el duro trabajo que corresponde al campo.

Durante el programa, de buenas a primeras, se han visto escenas antológicas y mucha gente rara. Lo más esperpéntico: una tipa que oculta su edad y a la que le cae una bronca que no se esperaría ni el Tato. Otra que llevaba el tatuaje de su padre en el omoplato y a la que le cambia el rictus cuando se menciona a su madre y adopta la posición de Morticia Adams después de levantarse. Y un "experto en poesía" recita a Bécquer creyendo que se lo ha currado (¡ay lo que le espera a la pobre granjera!) y que sabe mucho de métrica. Y es que no me llegan las líneas para seguir, porque tenemos el momento del traje de Madonna, o la que no recuerda de qué lugar es su padre, o la despechada que está harta de "cabrones" y quiere una oportunidad con el granjero.

El programa, en cuanto a sistemática, ofrece pocas novedades. Todo es lo mismo. Diez candidatas se quedan en cinco y luego de esas, dos ¿afortunadas? se irán 15 días a la granja para demostrarle a su cowboy que pueden vivir con ellos y ser una mano de obra barata y agradecida. Yo ya no puedo esperar al siguiente programa de Granjero... porque los avances son apetitosos: gritos, sexo, violencia, discusiones..., lo típico de una pareja. Como diría la Milá de sus hermanísimos: apasionante.