La ficción española ha tocado techo. No sólo no nos llega con asistir al histriónico y memorable final de Los Serrano; ver como Ana Obregón hace de actriz en Hospital Central en un papel un tanto irónico (lean entre líneas lo que Tere le dice a Ana a los tres minutos y medio del vídeo, ¿les suena de algo al historia?); quedarnos extasiados con la interpretación con la que Darek nos deleita en su debut en Yo Soy Bea... si no que el otro día, el diario 20 minutos anticipaba el final de Aída, la serie de ficción española que más éxito ha tenido en los últimos tiempos. Tranquilidad, no es el final de la serie en sí sino del personaje, el de la chacha interpretada por Carmen Machi.

Si han leído bien la noticia, se habrán dado cuenta de un detalle que no deberían haber pasado por alto: los guionistas de la serie manejaron la idea de matar a Aída. Sí, así como se lo digo. En algún instante, durante una décima de segundo, a una persona se le ocurrió la idea de que el personaje muriese después de padecer un cáncer de mama. ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué!. ¡Por qué el final tiene ser matarlos a todos! ¡Por qué una comedia como Aída no puede seguir siendo una comedia y tiene que convertirse en drama! ¿Por qué nos gusta matar siempre al protagonista?

En este país parece imposible que una serie termine de una forma natural. No nos gusta poder imaginar que una historia tiene un final normal, que puede terminar sin que haya bajas o que el final puede ser soso, normal o incluso abierto. Eso nunca. Aquí nos gusta acabar las cosas bien acabadas porque nos da pereza poder recuperarlas en un futuro. Repitiéndome, pudimos ver un amago de ejemplo en la despedida final de Los Serrano, cuando Resines se tiraba de un puente a La Castellana. Lucas, de Los Hombres de Paco, nos dejaba huérfanos esta temporada para darle capetazo a la serie de Antena 3. Emilio Aragón y Lydia Bosch casi mueren en su luna de miel en Médico de Familia y, ¡qué leches!, Chanquete también ha muerto señores, también ha muerto.

El guionista demiúrgico (el que maneja a su antojo los hilos vitales de todos sus personajes y decide el futuro de sus creaciones) si es español, es imprescindible que tenga sed de sangre. Es como si dentro de ellos hubiese un Dexter que asesina a sus personajes porque en algún momento han sido malos y han de desaparecer porque han cometido un pecado: quedarse en nuestro recuerdo. Yo soy más de otra corriente. Y es que matar a un personaje es más barato que cualquier otra cosa. Sí, es lo más barato. Acabar con uno de ellos supone ahorrarse muchos problemas: no hay que crear una situación ficticia que pueda cerrar una trama; no hay que invertir tiempo en imaginar una escena que dé una solución a toda una historia..., se muere el protagonista y punto porque la muerte es lo último, más allá de un muerto no puede haber nada y la historia ya no puede avanzar, así que unimos el final de una serie con el final de todo.

Por cierto, no era la primera vez que Carmen Machi declaraba que su personaje en Aída empezaba a pesarle como una losa. Ya durante la última temporada su presencia era más bien residual pues Luisma, otro personaje elemental, había eclipsado un tanto a la chacha, además de que otros asuntos profesionales hacían realmente difícil la grabación de los capítulos de la serie. Pero, repetimos, que haya calma porque la serie no se termina, al menos, de emitirse. Aída dejará la serie (de una forma que no se conoce todavía) y será sustituida por su hijia pródiga, Soraya, de la que en alguna ocasión se ha hablado en la serie. La sustituta será Miren Ibarguren, la actriz que da vida a la parte femenina del matrimonio joven en la inefable Escenas de matrimonio. ¡Qué alguien nos coja confesados!