No me tomen el pelo. Cinco años de nuestras vidas delante del televisor, alucinando con lo que pasaba en la casa de Los Serrano..., que si los dos hermanos mayores se lían; que si la pareja de hermanos medianos siguen su ejemplo y Teté se queda embarazada; que si Fiti se separa o no se separa; que si Belén Rueda muere atropellada por un autobús....Es que miren ustedes, uno se cabrea escribiendo esto y se pone a pensar por qué tan patético final para una serie que, en lugar de mejorar con el paso de los años lo que hacía era dar tumbos de un lado para otro sin ningún tipo de sentido. Aunque pensándolo bien, quizá esta sea la razón por la que los guionistas de la serie se decantaron finalmente por un recurso tan fácil y peligroso como el de ...y al final todo era un sueño (porque mal usado, como es el caso, puede crear en el espectador una sensación de fraude inigualable).

Me van a perdonar, pero echar mano de este tipo de ideas es un ejercicio patético y que no hace más que dejar claro el agotamiento de un producto como era el de Los Serrano que, temporada tras temporada, se empeñaba en complicar una trama que no daba más de sí y que inexplicablemente ocupaba los primeros puestos de los programas más vistos del día, aún habiendo cambiado su hora de emisión unas cuantas veces.

Para los que no conozcan la historia de Los Serrano (imagino que no serán muchos), la historia se resume brevemente: Antonio Resines conoce a Belén Rueda, se casan y se instalan en el barrio de Santa Justa (todavía me recupero del shock que supuso escuchar el disco de Santa Justa Clan) con sus cinco hijos, tres chicos por parte de padre y dos chicas por parte de madre. La versión cañí de la Tribu de los Brady entraba así en la caja tonta con la intención de hacer pasar un rato agradable en familia. Como todas las comedias españolas que se estrenan en televisión.

Pero, por obra y gracia de sus guionistas, la trama se fue dramatizando poco a poco. Historias de amor entre los hijos de la pareja, celos, la muerte de Lucía (Belén Rueda), la separación de Fiti, el embarazo de África...vamos, ¡una auténtica telenovela!. Pero el súmum del patetismo llegaba ayer por la noche cuando Telecinco emitía un final que nos hacía despertar a todos del sueño y nos hacía darnos cuenta (si no lo habíamos hecho ya) del tiempo que habíamos perdido frente a la pantalla del televisor.

Después de un día catastrófico -sus hijos Guille y Teté, repitiendo la historia de los dos mayores, deciden irse de casa para vivir su amor, y Currito, el pequeño, el niño de sus ojos, atropella al churrero del barrio-, Diego Serrano (Antonio Resines) decide acabar con todo y se suicida arrojándose desde un paso elevado a la Castellana. Cuando abre los ojos aparece el rostro de Lucía (Belén Rueda), su gran amor, que murió -también atropellada- allá por el capítulo 107. Diego la mira alucinado, y no es para menos: "¿Qué haces aquí?". "¿Y tú?", sonríe ella incorporándose de la cama. "Te recuerdo que nos casamos ayer". "Te he echado tanto de menos", dice un Diego que sigue sin dar crédito. "¿Exactamente tres horas y media, que es lo que hemos dormido?", le dice ella socarrona.

Una de las productoras de la serie ha insistido en que cualquier final sería frustrante para sus fieles. Pero esto no es frustración, es simplemente un insulto a la inteligencia de los más de tres millones de espectadores que la serie congregaba frente al televisor todas las semanas.