Aunque la lejía se emplea hace más de 200 años, nadie hasta ahora sabía los detalles de la acción antimicrobiana de su componente activo, el hipoclorito, el cual ataca a las proteínas que son esenciales para el crecimiento bacteriano y acaba matándolas.

El descubrimiento, que publica la revista "Cell", lo realizó el equipo dirigido por Ursula Jakob, profesora asociada en la Universidad de Michigan (EEUU) quien señaló que como "ocurre en ciencia tan a menudo", han dado con él casi por casualidad.

En el laboratorio estaban trabajando con una proteína, la Hsp33, que algunas bacterias fabrican cuando la temperatura a su alrededor sube demasiado, algo que puede ocurrir, por ejemplo, de encontrarse en un organismo con fiebre.

En una situación así, las proteínas se despliegan -pierden su estructura-, dejan de ser solubles y se tienen que unir unas con otras, formando grandes agregados que suelen acabar matándolas.

A las bacterias y a todas las células les resulta casi imposible deshacerse de esos agregados, por eso cuentan con unas proteínas especializadas (la Hsp33 es una de ellas) que se enganchan a las que han perdido su estructura evitando que estas últimas se agreguen, detalla Jakob para Efe.

Los investigadores se dieron cuenta de que la lejía, del mismo modo que lo hace el calor, propicia la formación de agregados. En esas condiciones la Hsp33, que está normalmente inactiva, también se despliega parcialmente, pero es precisamente así cuando puede empezar a trabajar.

Con ese despliegue, la Hsp33 deja al descubierto las regiones con las que va a poder unirse a las proteínas que han perdido su estructura y protegerlas.

El descubrimiento, según su autores, no sólo es importante para comprender porqué es tan efectiva la lejía contra los microbios -de hecho, nuestro organismo también produce pequeñas cantidades de hipoclorito para defenderse de los ataques microbianos- sino porque revela nuevas dianas para combatir las infecciones bacterianas.