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La soledad durante un siglo

"El día de Julio", la historia de un hombre centenario, vuelve a encumbrar a Beto Hernández con una obra a la altura de su saga "Palomar"

Gilbert "Beto" Hernández (1957, Oxnard, California) puede ser llamado padre de la novela gráfica. Dado que madre no hay más que una, podemos atribuir varias paternidades a este cómic adulto que hoy convenimos a denominar así. También Art Spiegelman, y Will Eisner incluso. Y Jaime Hernández, por supuesto. Jaime, hermano menor de Beto, es otra figura capital de esta historia. Juntos, con el concurso de un tercer Hernández (Mario), fundaron en 1983 la revista "Love and Rockets", cabecera en la que se desarrollan casi todas las historias de los "Bross".

Beto es dueño, ya desde los lejanos años ochenta, de un universo de ficción personal bello, duro como grava reseca pero al tiempo emotivo como la candidez de los humildes. Durante años desarrolló el relato coral de un pueblecito chicano, paupérrimo y fronterizo. También ha dado sus bandazos, sobre todo a partir de los años noventa.

Mientras su hermano Jaime no dejaba de crecer (con su novela-río "Locas"), Gilbert probaba cosas, salidas de tono. Sus cómics intentaron escapar de su propia sombra haciendo la vertical, pero sus nuevas propuestas no cuajaban. Curiosidades de serie B, poco más. Sin embargo, en 2013 "Tiempo de canicas" (que editará La Cúypula en 2014) nos devolvió a su mejor versión. El mismo año (en Estados Unidos) publicará "Julio's day", "El día de Julio" en traducción de La Cúpula, que saca ahora esta obra. Si el título de las canicas supuso un trabajo sobre la infancia muy basado en la propia del autor, lleno de sensibilidad y acierto, "El día de Julio" vuelve a los sabores de la saga de "Palomar", ahora retratando la vida (de cien años exactos) de un hombre, Julio.

El mejor Beto Hernández es el que aborda su tema favorito, y este, a mi juicio, no es otro que la frontera. Hay muchas fronteras, por supuesto, y todas caben en la ficción de Gilbert. "Palomar" describía una física, un pueblo mejicano con intersecciones con los Estados Unidos. Esa geografía se antoja también presente en "El día de Julio", y es inevitable sentir apego entonces por la obra, si eres lector de toda la vida del mayor de los Hernández. Pero las fronteras que interesan a Beto son mucho más interesantes que las políticas y geográficas. Hay una frontera intangible, entre la felicidad y la tristeza, otra entre el dolor y la locura, y otra entre lo material y la felicidad, que a veces no se cruzan. "El día de Julio" traza un camino recto, el de una vida entera, a través de un hombre que tiene que aprender a vivir y sobrevivir a sus fronteras personales. Las perfilan pérdidas, amistades, héroes de guerra que son pobres mutilados (otra frontera, entre la gloria y el infierno), o sobrino-nietos que cruzan fronteras sexuales para encontrar su propia felicidad.

Viñeta de 'El día de Julio', de Beto Hernández

"El día de Julio" es un majestuoso relato en minúsculas, nada pretencioso, sobre la vida misma. Su autor lo narra con esa aparente sencillez en el empleo del lenguaje del cómic; sin embargo, aplica elipsis vertiginosas, silencios enigmáticos, imágenes simbólicas cargadas de ideas. No nos las explica. Beto no explica nada, solo construye cien años de soledad acompañada de amigos, familiares y allegados en un relato que como tantas otras veces en la carrera de Gilbert Hernández vuelve a reclamar comparaciones con Gabriel García Márquez. No solo temáticas, si no quizá también en esa capacidad de utilizar un lenguaje para renovar el medio en que trabaja.

Es curioso, porque la renovación de Hernández viene fraguándose desde 1981, con lo cual es ya una mirada clásica: tiempos muertos, huecos narrativos, diálogos directos, precisos pero en ocasiones cazado al vuelo y abandonados en media plática. Y hablemos del dibujo, esa manera de iluminar vidas con un trazo sencillo (lo llamaron tosco en su día, pero eso es porque Beto se adelantó veinte años a, por ejemplo, Marjane Satrapi y su "Persépolis"... no había referentes, en los ochenta, para comprender a Beto). Beto posee una asombrosa habilidad para captar con trazos sencillos todo el universo que ocultan sus criaturas de ficción.

Todo, en "El día de Julio", vuelve a funcionar como hacía muchos años que no lo hacía en una obra de Beto Hernández ("Tiempo de canicas" está ahí también, una obra maravillosa). Es desbordante, porque destila en pequeñas dosis una vida, nos escatima numerosos pasajes de esa vida, y consigue que sintamos que pese a las lagunas somos testigos de esos cien complejos, alucinantes años tan plenos de bondades como de crueldad.

La presente edición sirve, además, para reivindicar a su autor. Bueno, más bien insistir en sus bondades, porque no hay nada que reivindicar: los hermanos Hernández han alcanzado en el mundo un estatus de grandes autores del cómic moderno, merecidísimo. Pero quien desconozca la obra de Beto Hernández tiene en este libro autoconclusivo una oportunidad inmejorable de conocer su complejo y fascinante temple. Y si ese lector siente la fascinación suficiente, podrá seguir descubriendo a Hernández a través de los dos tomos de "Palomar" (La Cúpula), "Río Veneno" (centrado en un personaje de Palomar, editado también por La Cúpula), el ya comentado "Tiempo de canicas" o alguna de sus fugas temáticas más conseguidas, como "Errata Stigmata" (editado por Fulgencio Pimentel).

Y abusando de la confianza, recomiendo tentar también a Jaime Hernández. Dibuja como los ángeles (y como su hermano, lo hace en un fabuloso blanco y negro) y sus historias son más urbanitas que las de Beto, si bien igualmente identitarias, pues sus protagonistas son chicanas. Retrata a la mujer maravillosamente. Y aunque sus inicios pueden echar para atrás por demasiado pop (chicas mecánicas de cohetes, una boutade destinada a desaparecer de sus argumentos poco tiempo después, dejando la historia en el terreno del realismo cotidiano más próximo al lector), si se comienza, por ejemplo, leyendo el segundo y el tercer volumen de "Locas" (edita la Cúpula, también) querrás besar a este artículo por la recomendación.

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