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Ubú rey, en los Pirineos

Albert Sánchez Piñol suma una fábula hipnótica y extraña a su oblicua epopeya catalana

Fungus El rey de los Pirineos - Albert Sánchez Piñol - Traducción del catalán de Noemí Sobregués - Ilustraciones de Quim Hereu - Alfaguara. 414 páginas, 21,90 euros

Cada novela de Albert Sánchez Piñol (Barcelona, 1965) es una oportunidad para reencontrarse con la pasión juvenil de la lectura sin tener que renunciar a la inteligencia literaria. Historias de peripecia y desenlace, de caracteres poderosos, aventuras fantásticas ("La piel fría", "Pandora en el Congo") o históricas (la saga de "Victus" y "Vae Victus"). Pero, con toda su desmesurada inventiva, es imposible ignorar que Sánchez Piñol escribe en una clave política, o más propiamente ideológica, que hace de sus relatos la historia de una idea. Siempre, con la cuestión catalana trasluciendo a sus relatos históricos o a sus paisajes más extraños. Escrita ahora al calor intenso de los hechos recientes del "procés", "Fungus. El rey de los Pirineos" es tanto una delirante fantasía como una parábola sobre el poder.

Un resumen de la novela hace apreciar el riesgo del autor, quien al menos desde "La piel fría" (2002) sabe que el límite entre la idea sublime y la ridícula es, como toda frontera, una cuestión de fe literaria. En la misma línea fantástica, "Fungus" se acerca al deslumbramiento de aquella primera novela. Ello, a pesar de que, al menos en la edición en castellano, la ilustración y el texto de cubierta destripan la sorpresa elemental, y se burlan del empeño por conseguir el primer sobresalto del lector.

O quién sabe. Porque, como sucedía en "Victus" (2012), el paratexto está cuidado para desprender un aire de pastiche de los viejos géneros. Hay algo en las ficciones de Sánchez Piñol que linda con su parodia, y previene así que nadie tome al pie de la letra lo leído. La ilustración y las letras en relieve del forro, los prolijos títulos de capítulo, los mapas y dibujos que iluminan el texto: todo nos avisa que es pura literatura.

Así, pues: Barcelona, 1888. Ric-Ric, un anarquista apicarado y borrachín, verboso y resentido, se refugia de la presión policial en los Pirineos. Allí entra en problemas con paisanos y contrabandistas, a causa de su amor por Mailís, la hija del alcalde de La Vella, cabecera de uno de los valles que separan España y Francia. En su nueva huida, topa con unos hongos gigantes. Al descargar en ellos golpes de frustración, descubre que se desarraigan y cobran vida de monstruos antropomorfos, tan animosos como sumisos. Forma así un ejército de "fungus", y crea una sociedad libertaria en ofrenda a Mailís. Como Aníbal a lomos de setas paquidérmicas, hostiga a cuantos lo hicieron sufrir, y escarmienta por igual a aldeanos, Guardia Civil y a los ejércitos de España y Francia. Para mantener la obediencia, ocupa a los fungus en tareas absurdas, como vaciar la montaña en cuyo seno vivirán. Así, más que a la Comuna, su república ácrata se parecerá a la corte infernal de un Plutón alcoholizado y su Ceres raptada.

Con su fenomenal hallazgo Ric-Ric está a punto de poseer el secreto que obsesiona a los protagonistas de la novela, descubrir el fundamento del poder; pero su soberbia y ambición le traicionan. Por su parte, en su alienación y falta de individualidad, en su espontaneidad y desinterés, en su mismo carácter telúrico y en la reproducción por esporas, los fungus quizá no lo sepan aún, pero son invencibles.

Los fungus no tienen el poder, porque ellos son el poder mismo. Y lo ostentará no quien los domine, sino quien los encarne, pues los individuos que mandan solo lo hacen por delegación: "El auténtico Poder lo tienen ellos: los aberrantes, la horda repulsiva. El Poder está dentro de esta mayoría incalculable que solo confía en el idioma de los sentimientos" (p. 398). ¿Democratismo sentimental, plebeyismo? ¿Populismo? Se sostiene que el poder virtuoso no gobierna con mando sino con autoridad; pero, al mismo tiempo, que esta no procede tanto de una ejemplaridad singular como de reflejar a la masa (¿de halagar sus deseos, sus oídos?).

Podemos ensayar una interpretación en clave de política actual: el autor trazaría una parábola de la pérdida de autoridad del Estado en Cataluña, a causa de una dialéctica política pobre y sustentada en el recurso a la fuerza. Pero a los pies de este poder, surgiría otro imparable, pues, como las setas, con sombrero pero sin cerebro, el soberanismo catalán se comunica por inmemoriales pulsiones y prescinde de líderes insustituibles: Ric-Ric con su sombrero de hongo es solo otro falso profeta. Como antropólogo y estudioso de las sociedades africanas que es, Sánchez Piñol volvería así al tema de su ensayo "Payasos y monstruos" (2000): el del poder a su propio servicio.

Algo de esto hay, o mucho. Pero no solo. No debe confundirse esta lectura posible, ni la adhesión de Sánchez Piñol a algunas posiciones soberanistas, con lo que por otra parte no deja de decir su obra. En su crítica al poder y a la incomunicación ha habido siempre para todos, examinando la cuestión como quien estudia la dinámica de fluidos. Así, ya "La piel fría" cuestionaba la condición de ocupado y ocupante. El protagonista, que se adueña la isla de su nuevo destino de farero, es un antiguo activista del IRA (dato que con alguna intención pasó a omitirse en la película, de 2017). Bajo una lente parecida se observa en su segunda novela el colonialismo africano; así como en "Victus" el reparto de las lealtades en los bandos de la Sucesión es tan azaroso como subjetivo. Pero esto no equivale en modo alguno al relativismo, y puede decirse que Sánchez Piñol está construyendo una oblicua epopeya catalana.

Esta fábula hipnótica y extraña, entre la mitología y la micología, tiene alguna costura literaria de la que tirar. La única no accesoria es la elección de la voz narradora y el punto de vista: ¿cómo pretende sostenerse la tesis de un democratismo espontáneo con un narrador omnisciente?, ¿la historia desde abajo contada por una voz que estética, ideológica y políticamente tiene más de ciento cincuenta años y emerge del manual literario del absolutismo realista? Con razones al menos tan válidas y medios más apropiados, la narrativa lleva décadas contando que la historia antes se imagina, luego se inventa. Por eso, honestamente, el escritor y su poder real no deben ocultarse tras la voz neutra e indiferente de un dios.

Si, como creo leer, el personaje de la oca calva representa la clase intelectual (bravucona, servil, calva a fuerza de palmaditas), no puede escondérsenos la mano que mece la pluma, que se sabe que es de oca y mueve el mundo. ¿Es el intelectual un simple médium notarial del espíritu del pueblo?, ¿o es quien sugestiona hipnosis colectivas y hace creer que la voz de la masa no es la misma de su amo al dictado? Los lectores tendrían derecho a que esa pregunta se hubiera apuntado en la novela, y luego sí, decidir. En todo caso, excavada en la misma veta de "Los Sertones" o "La guerra del fin del mundo", es pura y brillante literatura.

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