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Franquicia del infierno

El argentino Juan Ángel Cabaleiro cuenta con vitalidad y ritmo una novela sobre el lumpen y la peor ralea de Tucumán

La vida bochornosa del negro Carrizo - Juan Ángel Cabaleiro - Reino de Cordelia, 2019 - 149 páginas, 15,95 euros

En el 2015, Juan Ángel Cabaleiro (Buenos Aires, 1969) se alzó con el Premio Internacional Giralda de Novela Corta con "La vida bochornosa del negro Carrizo". Por esas cosas del destino o del vaya usted a saber por qué o simplemente porque no se publicó cuando tenía que haberse publicado, el caso es que la novela ha permanecido inédita hasta hace unas semanas que la Editorial Reino de Cordelia la lanzó al mercado. Cabaleiro, en este periodo, ya había ganado el XX Premio Francisco García Pavón de Narrativa Policiaca 2017 con "El secreto de La Quebradilla". Cito ambas novelas distantes dos años, aunque hayan salido casi a la vez en las librerías, pues tienen relación al tratarse del mismo escenario y de la repetición de ciertos personajes.

La acción de "La vida bochornosa del negro Carrizo" transcurre entre el verano y el invierno de 1986, año de lo más caluroso, marcado por el paso del cometa Halley, de ahí que todo el mundo se acuerde de los acontecimientos terrenales que rodearon la llegada del famoso cuerpo celeste. El escenario es el barrio de La Bombilla, situado al norte de la ciudad de San Miguel de Tucumán, con sus calles sin asfaltar y llenas de charcos, donde huele a orín de jamelgo y los prostíbulos baratos ocupan los locales comerciales. El lumpen y la peor ralea de Tucumán se citan de continuo en sus pasajes. Alguien que lo conoció lo definió como una franquicia del infierno en la Tierra. Por sus calles pulula el negro Carrizo, una suerte de buscavidas que trabaja de comercial en una estafa piramidal con la que intenta colocar planes de ahorro, en un arrabal que desconoce ese producto, pero que se les presenta con aura de ciencia económica y garantías empresariales. Su novia es Julia, que se dice de ella que "estudia la carrera de Letras o de Literatura o alguna otra pelotudez". También conoceremos al doctor Maldonado, capaz de aportar una solución en el último instante, cuando todo está perdido. Y por fin tendremos al Gordo Reyna, dudoso empresario que promete por una cuota semanal chalés a sus abonados, siempre que su número de póliza coincida con los últimos dígitos del primer premio de la Lotería.

Los dos, Carrizo y Reyna, son de los pocos afortunados que conducen carros por esas vías encharcadas y sin asfaltar: un Opel, el negro Carrizo, y una furgoneta Chevrolet, el Gordo Reyna. Cabaleiro, pues, nos sumerge en el mundo miserable de esa provincia de Argentina, componiendo un retrato social con el horizonte recortado por Villa Urquiza, una cárcel de entrar y salir, y un cielo pintado por la luna de Tucumán, que inspiró los mejores versos de Atahualpa Yupanqui. Sin embargo, en esos días, la luna había abandonado los Valles Calchaquíes en un intento de evitar una colisión indeseada con el cometa Halley.

Contado con enorme vitalidad, con ritmo rápido, sin tiempos muertos, sin descripciones mohosas, donde no falta ni sobra nada y todo está justificado en sus páginas. Sin embargo, según uno avanza por sus renglones tiene la misma sensación que con toda la novela negra latina: "esto no va a terminar bien", diremos para nuestros adentros.

Juan Ángel Cabaleiro con estas dos novelas se ha encumbrado al olimpo de sus compatriotas argentinos que destacan en la narrativa negra: Ernesto Mallo, Raúl Argemí, Rolo Diez, Kike Ferrari, Marcelo Luján, Guillermo Orsi, Horacio Convertini, Guillermo Saccomano, Claudia Piñero... Para todos ellos, Argentina ha sido y es un lugar que ha visto nacer muy buenas historias para la novela y la crónica negra. Escritores que han sabido recrear personajes inolvidables, los arrabales como escenarios predilectos, la música, los buscavidas, los poderosos, sus crisis y corralitos, la represión, las dictaduras... Todo les ayuda a plasmar un mundo infernal de necesidad y miseria, generalmente en Buenos Aires, la ciudad que se considera capital de un imperio que nunca llegó a ser: donde Maradona es un dios en La Boca, con decenas de efigies sobre velas en Caminito; Carlos Gardel es un señor en Abasto; el Papa Francisco tiene su casa de infancia convertida en templo, allá en el barrio de Flores; y Mafalda y Quino son los reyes de San Telmo. Y Cabaleiro nos pinta al negro Carrizo como el Makinavaja de Tucumán.

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