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Una tormenta en la mente

El debate personal de Kate Millet

Viaje al manicomio - Kate Millet - seix Barral, 508 páginas

Cuando Kate Millett publicó Política Sexual en 1970, el feminismo era aún un movimiento con más activismo que teoría. Millett puso de manifiesto que había habido un sesgo sexista en la Historia y en la historia de la cultura que había incidido siempre en el papel subsidiario de las mujeres en el mundo occidental, y su estudio, académico y bien argumentado, se convirtió en uno de los libros fundacionales de la Teoría Feminista. Millett luchó activamente no sólo por la igualdad, sino también por la paz, por los derechos civiles y en el movimiento anti-psiquiatría. Paralelamente siguió escribiendo, pintando y esculpiendo y realizó varios documentales.

En Viaje al manicomio (1990), Millett quiere dar voz a las personas que fueron atrapadas, temporalmente o para siempre, en las redes de lo que una sociedad impasible define como "locura". A este fin, recupera su propia experiencia como mujer diagnosticada de trastorno bipolar en la década de los 1970.

Es una obra dividida en tres partes. En la primera narra la angustia de quien retiene la lucidez suficiente para reconocer los efectos adversos que la medicación tiene sobre su claridad mental y se niega a tomarla. Pero, a la vez, se da perfecta cuenta de que sus continuos cambios de carácter son causa de que familiares y amigos la rehúyan o la miren con desconfianza, y le recuerden constantemente que tome las pastillas que la devolverán "a su ser". Millett vive atormentada, deseando que entiendan su postura, pero esperando que "la saquen de aquí, la seden y la enmudezcan y la lleven a quién sabe dónde según un plan predeterminado".

En la segunda parte, la autora es recluida, en Irlanda, en un manicomio, contra su voluntad, a pesar de que había intentado eludir ese destino viajando a Europa. Sus intentos por escapar para pedir ayuda, por evadir el consumo masivo de fármacos y por no plegarse a las reglas autoritarias de la institución constituyen unas páginas de durísima lectura, que Millett relata pormenorizadamente como denuncia de la degradación del ambiente y del personal encargado de velar por el bienestar de sus pacientes. Está en "un edificio de profunda desolación, piedra y barrotes", muerta de frío, con escasa comida y un trato desprovisto de todo calor humano. Y sufre, fundamentalmente, la desolación de haber sido "inexplicablemente encerrada allí, abandonada para siempre, mientras el coche se alejaba a toda velocidad, mientras todos los coches pasaban a toda velocidad"; "una prisión no reconocida e infame; sin retórica ni campaña, por debajo de la conciencia o el análisis".

Gracias a la mediación de algunas amigas activistas, Millett consigue la ansiada libertad, y la tercera parte del libro transcurre en Nueva York. Allí, libre para moverse a su gusto por la ciudad, pero no libre de su enfermedad, la autora repasa, desde la depresión que la atenaza ahora, el periodo maniaco que vivió en la primera parte: su desmedido entusiasmo por la granja, por las plantas y los caballos y sus planes edénicos para un futuro rodeado de sus amigas, en plena vida libre, natural y artística.

En las páginas finales, recobrada la estabilidad, Millett reflexiona sobre su infancia y juventud, sobre sus padres y hermanas y la incidencia que todo ello pueda haber tenido en su propio trastorno, a la vez que rompe una lanza a favor de la entonces denominada antipsiquiatría y pide respeto y atención para quienes se encuentren, en algún momento, en la misma situación por la que ella pasó.

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