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El camino trillado por Natalia Ginzburg

La novela de juventud de la autora italiana anticipa el plano de cotidianidad y reflexión de su obra posterior

El camino que va a la ciudad y otros relatos - Natalia Ginzburg - Acantilado - 128 páginas

Leer a Natalia Ginzburg (Palermo, 1916-Roma, 1991) ha sido siempre como subir a un tren en marcha. No tiene mucho sentido detenerse en las palabras, tampoco es posible tomar un descanso: todo fluye como si los hechos fuesen lo único que realmente importa. Cuentan las acciones. Ginzburg, por lo general, va al grano. Los personajes de sus novelas y relatos parecen como si te los hubieras encontrado alguna vez en la vida: concitan la realidad. La verosimilitud de los diálogos y de las situaciones permiten al lector sumergirse en las historias que cuenta y captar, a la vez, el significado de la escritura sin que esta se defina por sí misma de la manera en que uno esperaría de una autora de su talla. Nunca ha dejado de ser así: de Natalia Ginzburg, emparentada por amistad con Pavese y Calvino, cabría esperar una prosa de más altura estilística y, sin embargo, lo que su talento encierra es otro tipo de expresividad literaria. Hay escritores que tienden a ver al lector como un ser desasistido y sobrevuelan el nido del cuco. Otros, como es el caso de Ginzburg, se dan cuenta desde el primer momento que está provisto de un cerebro y sabe cómo usarlo. Se limitan a mostrar.

El camino que va a la ciudad, que acompaña a otros tres relatos en la edición española que acaba de ver la luz gracias a Acantilado, es una pequeña novela de iniciación, un texto de juventud, en ella Ginzburg ya avisa de por dónde irán los tiros. Es la fábula trágica de un amor perdido, ambientada en un momento en que las bodas se decidían por razones exclusivamente prácticas, en una Italia en la que acudir a la modista para encargar el vestido de la temporada constituía la máxima aspiración social. La Italia en que una mujer podía enamorarse del hombre adecuado y en el camino quedar embarazada del inadecuado y casarse con él para garantizar su futuro. Alrededor de la historia surgen algunos de los problemas sociales que han inquietado a la autora: las dificultades cotidianas de las familias campesinas o de esa pequeña burguesía del proletariado que se desplaza del campo a la ciudad. La ciudad es Turín, la misma a la que ella fue a vivir desde Sicilia, como indican las referencias continuas a la fábrica y la depresión que acarrea entre los obreros el trabajo opresivo. Como en otras tantas historias que seguirían a lo largo de su obra, el punto de arranque está precisamente en el desgaste de las vidas.

En Ginzburg todo se mueve en un plano de cotidianidad como sugiere Léxico familiar, su novela autobiográfica más admirada, donde las anécdotas más simples se cruzan con las reflexiones más profundas en un contexto difícil de la reciente historia italiana, el fascismo, etcétera. También en esa especie de intimidad ética que le ha permitido contar cosas que para ella han tenido la trascendencia del sufrimiento y correr un velo sobre otras. Como sucedió con su relación amorosa clandestina con Salvatore Quasimodo. Cuando lo conoce en Polonia, en 1948, seis años después de que se publicase su novela de juventud bajo el pseudónimo de Alessandra Tornimparte, busca un equilibrio interior que la ayude a superar los momentos de desaliento, frecuentes tras la dramática desaparición de su marido. Los dos, ella y Quasimodo, visitan Auschwitz o deambulan por los mercados de Cracovia y sus alrededores en busca de objetos para llevar a casa y saborear más tarde el anhelo de los días pasados que transcurrieron rápidamente. Ayuda la pasión por la literatura, los recuerdos que los unen a Si cilia: Salvatore se escapó de Modica con "algunos versos en el bolsillo" para realizar el sueño de convertirse en poeta. Natalia nació en Palermo, que recuerda con nostalgia y sirve para alimentar una relación sentimental. Pero él está a punto de casarse y la relación se detiene abruptamente consumados varios encuentros en hoteles inimaginables.

La historia íntima se pierde amargamente en Ginzburg y rebrota esporádicamente en su literatura, que no pocas veces se inspira en el sufrimiento y en el largo dolor que supone recuperarse. Resulta imposible crear de la nada. A El camino que va a la ciudad la acompañan tres relatos: Una ausencia, Una casa en la playa y Mi marido.

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