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Con la mano en el corazón

¿Le gusta Brahms?, una novela a reivindicar de Françoise Sagan

¿Le gusta Brahms? - Françoise Sagan - Meettok, 149 - 149 páginas, 15E

François Truffaut dirigió grandes películas como "Los 400 golpes" y escribió una de las críticas más breves y feroces de la historia. Cuando se estrenó "¿Le gusta Brahms?" (en España, "No me digas adiós"), dirigida por Anatole Litvak y protagonizada por Ingrid Bergman, escribió: "Brahms, sí". Ocurrencias aparte, lo cierto es que la película era una muestra más del interés que el cine tenía en Françoise Sagan, una jovencísima autora que a los 19 años había despuntado con "Buenos días, tristeza", novela "escandalosa" (una adolescente con una vida sexual muy activa) llevada a la pantalla nada menos que por Otto Preminger. Ocurrió en 1954 y su éxito fue arrollador. Crítica y público se rindieron ante su talento. Nacida como Françoise Quoirez en 1935, Sagan tenía una visión sombría sobre el mundo que le tocó vivir: "Este siglo se ha revelado loco, inhumano y podrido", le escribió a Sartre en una carta. Fue un personaje adelantado a su tiempo, una mezcla extraordinaria de lucidez dentro de una burbuja de diversión y cierto grado de perplejidad. Intensidad, siempre. La tensión acristalada de vivir el día al máximo. La eterna adolescente de vida disipada, lujos y escaparates. Y una buena escritora. En 1957, un accidente de tráfico lo cambió todo. Contra el dolor, alcohol y drogas. Bisexual, dos matrimonios, tristeza. Mucha tristeza. Espejo roto, duro final.

Conviene poner al día su literatura y la peleona editorial Meettok, que publica "¿Le gusta Brahms?", ofrece la oportunidad de aproximarse al estilo inconfundible y muy moderno de la autora francesa. No siendo una autora feminista, su mirada es de una actualidad pasmosa. Presenta a tres personajes: Paule es una decoradora separada, Roger es un empresario con el que tiene una relación abierta (bueno, ese privilegio es de él, ella se dedica a esperarle), y Simon... ah, Simon es un pasante de 25 años con el que la aburrida mujer inicia una relación apasionada. Algo que la alta sociedad parisina no puede ver con buenos ojos. Habráse visto. Trángulo habemus. Y en la geometría del amor hay que tomar decisiones. No siempre acertadas. No siempre meditadas. Las losas del amor, tan necesarias. Sagan huye en todo momento de los juegos artificiales y se concentra en construir un transparente andamiaje sostenido sobre las descripciones afiladas de los recovecos burgueses (ni una palabra de más) y el viaje al interior de Paule (ni una palabra de menos). Sorprende la audacia de Sagan al poner en solfa la hipocresía social que admite la relación gangrenada entre Paule y su pareja egoista pero frunce el ceño ante un romance entre esa misma mujer y un hombre más joven que la adora. El machismo. La sumisión. Sagan pone a su protagonista frente a un espejo. Tristeza, buenos días. Espejos frente a espejos que alejan, empequeñecen, multiplican. Los meandros del sentimiento, los entresijos del amor que empieza o acaba, pisos vacíos, besos solitarios, confesiones vulnerables ("daría dos años de mi vida por amar a alguien") y decisiones que se escabullen. "Durante un momento se confesó que era infeliz, antes de dormirse con la mano en el corazón". El dolor. Tan hermoso, ¿quizá? "¿Le gusta Brahms?" Sí. Definitivamente, sí.

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