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Las batallitas del abuelo Cebolleta de Hertmans

El autor belga reconstruye en Guerra y trementina la vida real de un siglo a través de las notas de un antepasado

Guerra y trementina - Stefan Hertmans - Anagrama - 368 páginas

El año en que Stefan Hertmans (Gante,1951) debutaba con su primera novela moría su abuelo Urbain Martien. Unos meses antes, aquel mismo 1981, le había dado dos cuadernos llenos de notas que el escritor no se atrevió a leer hasta mucho tiempo después. Poco antes de cumplirse el centenario de la Gran Guerra decidió hacerlo y los cuadernos, uno de ellos forrado de lino, el otro, cubierto de un cartón anticuado imitación del mármol, acabarían convirtiéndose en la sustancia vertebradora de Guerra y trementina: la historia de una vida marcada por las grandes tragedias del siglo pasado. Un libro en el que todo tiene que ver con todo: la paradoja de un hombre golpeado por las circunstancias, quizás el cruel destino, que le obliga a ser soldado en vez del artista que deseaba. De ahí el título, la guerra por un lado, el aguarrás disolvente de la pintura, por otro. Esa trementina en la que se diluyeron también los anhelos de un joven atrapado en el drama bélico.

El mundo que convoca Hertmans es el de Urbain. De él y de su infancia habla en primera persona, luego pasa la voz para que el abuelo se exprese. Vivió en Gante. Su madre se había casado con alguien de posición inferior, un restaurador de imágenes de iglesias, cercado por la pobreza. Tuvo que trabajar desde los trece años en una fundición de hierro por 0,50 centavos al día. Allí es testigo de cómo un niño, el hijo del herrero, cae en un horno ardiendo y se convierte en una "mordaza ennegrecida". Los años de guerra serán aún más violentos. Hasta entonces, Urbain encuentra consuelo en la pintura. Le gusta dibujar, a veces se las arregla para tomar algunas lecciones. Cuando su padre muere, elige la educación militar. Unos años más tarde estalla la Primera Guerra Mundial. Una y otra vez vuelve, le ordenan misiones y termina en el hospital. "Mi horror", escribe en sus notas, subrayando esta última palabra.

El eco que resuena en Guerra y trementina es el de otras historias que la precedieron condensadas en esa frase de Erich Marie Remarque que el propio Hertmans elige para imprimir en el inicio del libro: "Es como si los días, cual ángeles de oro y azul, planearan inasequibles sobre la espiral de la destrucción". También abunda la historiografía oficial: Ypres, la horrible batalla de Schiplaken, que ocupa un lugar preeminente en los textos escolares de Flandes. Hertmans muestra, además, al detalle cómo aumenta el cisma entre valones y flamencos durante los años de la confrontación bélica. La pequeña historia de Urbain es como una copia en miniatura de la grande, su autor no sólo se dedica a expresar la voz del antepasado sino la de toda una generación. Creció escuchando las batallitas del abuelo Cebolleta al que le das una taza de café y habla del café que se bebía durante la guerra, y cuando un avión sobrevuela recibes una explicación completa sobre los aviones de combate que utilizaban entonces los alemanes. Durante mucho tiempo dudó de las notas de los cuadernos porque ya se habían publicado miles de libros sobre la primera gran contienda mundial y pensaba que el suyo no aportaría gran cosa. Error de cálculo, su novela no es sólo una historia de guerra, sino también sobre la pérdida, la belleza y el doloroso proceso de un trauma, sobre el consuelo que puede ofrecer el arte, y el coraje de la generación que sobrevivió en la pobreza, todos ellos temas universales. Y está muy bien escrita, llena de plasticidad y repleta de palabras hermosas, con pequeñas fotografías que imprimen veracidad al relato: el mismo modelo que solía emplear en sus narraciones el desaparecido W.G. Sebald.

Muy recomendable la lectura de esta reconstrucción de la vida real que Stefan Hertmans cuenta como si se tratara de una crónica del Siglo XX más turbulento.

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