Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un maestro en convertir en grandes las pequeñas historias

Es el extracto de una conversación en "The Wigwam", el bar donde los indios se reunían cada noche para beber. Los indios trabajaban en el puente como el que más, pero una vez concluida la jornada, cuenta Talese, se olvidaban de todo "en medio de las nubes de humo, las burbujas de cerveza y las canciones del jukebox". Los fines de semana conducían 640 kilómetros hasta una reserva en Canadá para visitar a sus esposas e hijos. El lunes siguiente volvían a las vigas, a lo alto de las torres, desde donde los grandes trasatlánticos parecían barcos de juguete.

No importa de qué va El puente. Para disfrutar de su lectura merece la pena fijarse en cómo está escrito: en el estilo. Él te conecta. Tampoco importa el tiempo que ha pasado desde que se publicó por primera vez. Es atemporal: su autor celebra un gran momento en la historia de Nueva York y el verdadero alcance de la escritura de no ficción, cuyas historias siguen estando vivas. Talese nunca se propuso reflejarse en ellas pero sí inscribirse en los personajes de carne y hueso que las pueblan. En eso es un gigante, como el Verrazano-Narrows. Él mismo suele decir que para atrapar el verdadero sentido del relato se necesita tiempo. El reportero, ahora, no lo tiene. Está dedicado a la multifunción de entretener al lector llamando la atención sobre lo urgente y superfluo. Y cuando la historia es de portada, en el mejor de los casos sólo refleja un intercambio de media hora con los protagonistas y una serie de reflexiones apresuradas del propio autor.

Talese es un verdadero maestro en convertir las pequeñas historias en grandes. Cuando tienen envergadura maneja el efecto a la inversa, pone el punto de mira en los detalles y en los personajes secundarios. En El puente conviven la crónica del drama humano detrás de la gran construcción de ingeniería y también el de los neoyorquinos que ven desplazadas sus vidas y sus hogares de siempre para dejar hueco a la mole de hierro que trae el progreso. Por ejemplo, la de Florence Campbell, que se negaba a abandonar su casa y no tardó en descubrir que el hedor que provenía de las escaleras era el del piso del único inquilino, además de ella, que quedaba en el edificio y que había matado a su esposa con una escopeta tres días antes debido a la tensión que le suponía ser desalojado. El drama está por todas partes, pero también hay algún que otro final feliz: el puente sirvió para unir vidas. Extraordinario, Gay Talese.

Compartir el artículo

stats