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Llanto ahogado y justicia en el Holocausto nazi

Philippe Sands combina en "Calle Este-Oeste" un deslumbrante thriller judicial y la historia de su familia

Calle Este-Oeste - Philippe Sands - Anagrama - 600 páginas

Cuenta Claudio Magris en Lejos de dónde que Joseph Roth (1984-1939) desapareció antes de asistir a la puesta en escena de la solución final, pero que aún así comenzó su itinerario poético e intelectual cuando la historia que más amaba ya se había desarrollado y concluido, y su mundo de ayer yacía bajo los escombros de la incivilización. Vislumbró la tragedia primero que se consumase del todo: lo que constató era ya el apocalipsis. Y a fuerza de ciclos, fue prefigurando la historia en sus novelas.

Roth era un ostjuden, judío del Este, que encarnaba mejor que ningún otro el humus imperial austriaco en las provincias, y la impronta vienesa. Había llorado lo suficiente pero no pudo asistir al llanto final ahogado del shtetl, la persecución judeo-oriental, que de manera tan precisa y conmovedora describiera en lengua yiddish David Bergelson en el cuento Un testigo (1946). Un viejo judío superviviente de los campos de exterminio relata a una joven los horrores padecidos y la matanza de su familia. La joven se asombra del tono seco, frío y pormenorizado en los detalles de su historia, hasta que el anciano, deteniéndose en un episodio no menos violento que los demás, rompe a llorar como si dijese basta, no voy a comerme las lágrimas ni seguir ocultando el dolor de la tragedia.

Galitzia se ahogó en la amargura de su llanto. Cerca de la frontera con la Rusia zarista, era la región más oriental del Imperio austrohúngaro, tierra de pogromos, la cuna del Ostjudentum. Ahora se la reparten Ucrania y Polonia. Roth nació allí, en Brody, a unos 80 kilómetros de Lviv -en el transcurso del tiempo también llamada Lvov, Lwow o Lemberg-, dependiendo de las manos en que caía. En español, Leópolis. Lviv aún alberga la universidad donde coincidieron Hersch Lauterpatch y Rafael Lemkin, dos de los grandes protagonistas en el llamado proceso de Nuremberg (1945-46), el tribunal que juzgó algunos de los mayores crímenes cometidos por los nazis. Ambos estudiaron en la misma facultad de Derecho, perdieron familiares en la shoá y trabajaron arduamente para exponer sus innovadoras teorías legales sobre el genocidio. No se conocían personalmente y sus enfoques para definir los crímenes eran distintos, pero los dos compartían los ideales de un mundo mejor. Vivieron y se formaron en la polaca Lwów, la Lemberg de los judíos orientales, la ciudad que vio nacer a Leon Buchholz, el abuelo del jurista y escritor británico Philippe Sands. Con sus vidas y la de Hans Frank, abogado y ministro del III Reich, Sands ha escrito uno de los mejores libros que conozco sobre el Holocausto y su auténtico significado. Una novela luminosa que intercala, en 600 páginas, ficción e historia, tragedia, suspense y anhelo de justicia.

Profesor de Derecho Internacional en el University College de Londres, Sands entrelaza en Calle Este-Oeste los recuerdos más íntimos de su abuelo y el proceso de Nuremberg. Con un pulso narrativo propio del mejor thriller judicial, describe la barbarie del crimen del siglo con inventiva, profundidad y una magnífica prosa, respaldado por la historia de su propia familia judía y sus conocimientos legales. Además del principio inapelable de que un estado y sus líderes deben ser considerados penalmente responsables de sus atrocidades, el Holocausto estimuló normas paralelas que han servido para aplicarse en los casos de genocidio tras la Segunda Guerra Mundial. Lauterpacht alumbró la teoría de los crímenes contra la humanidad, una formulación destinada a definir y juzgar las acciones de los estados de acuerdo con un conjunto emergente de ideas sobre su comportamiento en tiempos de guerra. Este concepto permitió que líderes nazis fueran acusados, condenados y ejecutados en el famoso proceso alemán.

El segundo principio, una nueva noción del crimen masivo, fue promulgado por Rafael Lemkin. Con un mayor énfasis en la persecución étnica -judíos, armenios, eslavos y otros-, el genocidio no se limitaba para él a tiempos de guerra ni se centraba en actos contra personas. Su planteamiento se usó con moderación en Nuremberg, pero su concepto y el de Lauterpacht se incorporaron al Derecho Internacional y se encuentran entre los fundamentos que maneja la Corte Penal de La Haya, de la que es miembro Sands, que participó entre otros en los juicios de extradición de Pinochet, la guerra de Yugoslavia, Ruanda o la invasión de Irak.

Diez años infernales después de que las leyes nazis instituyeran el antisemitismo despojando a los judíos de su ciudadanía, de sus derechos, de la propiedad y, finalmente, de la vida misma, la ciudad bávara fue la sede del juicio por crímenes de guerra que dieron luz a un moderno sistema de justicia. Por primera vez en la historia, líderes nacionales de un país fueron acusados de actos asesinos ante un tribunal internacional. Hermann Göring y otros dirigentes nazis como el "carnicero de Polonia", Hans Frank, asesor legal preeminente de Hitler y el "jefe del gobierno" durante la ocupación polaca, vivieron su juicio final.

Los crímenes contra la humanidad y el genocidio, tan presentes en la vida política contemporánea, tuvieron allí su primera audiencia. Calle Este-Oeste empieza, por tanto, en Nuremberg. Frank, un nazi cultivado, el pianista de ojos saltones de Malaparte que deslumbraba a sus invitados ejecutando preludios de Chopin, proporciona el momento culminante al relato.

Pero no son sólo los juicios de Nuremberg y las leyes de derechos humanos en el mapa de la Historia. Un episodio del libro, y tal vez un desencadenante, es la memoria familiar que desentierra la vida del abuelo materno de su autor, el taciturno Leon Buchholz, y su esposa, Rita. Cuando era niño, y más tarde de joven, Philippe Sands visitaba a sus abuelos en París, donde vivían. Entonces nunca conoció gran cosa de sus vidas, excepto que eran judíos que vinieron, en el caso de Leon, de Lemberg, en el de Rita, de Viena. Los sombríos años de la guerra, la pérdida de los padres y los parientes en los campos de exterminio o el agotador período anterior a que estallase el conflicto bélico rara vez se mencionaban. Eran las lágrimas ocultas, el llanto ahogado de Bergelson.

Sands recurre a la narrativa histórica para iluminar los principios internacionales de justicia que estableció el Derecho a partir del juicio a los nazis. Los poderosos progenitores del genocidio y de los crímenes contra la humanidad moldearon las propias vidas y los principios que establecieron aquellos dos judíos polacos, Lauterpatch y Lemkin, que incluso desde la rivalidad, contrapusieron la justicia a la orgía de muerte emprendida por Hitler y sus secuaces. Un libro apasionante.

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