Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Más de treinta montalbanos

La dosis periódica del comisario de Andrea Camilleri

Más de treinta montalbanos

Para Eugenio, in memoriam

Vuelvo a repetirlo: el escritor siciliano Andrea Camilleri cumplirá en septiembre de los corrientes 93 años, y sigue escribiendo "montalbanos". No con la extraordinaria frecuencia de sus comienzos a mediados de los 90 del XX, pero casi. Y sigue fumando (teme morirse al instante si lo deja), dando la lata a los poderosos al firmar las causas más guerreras y negándose hasta el final a aceptar que su jubilación como teatrero en Roma llevase aparejada de modo obligado una jubilación de manta a cuadros, boina y sillón de orejas. Muy al contrario, ya pasan de treinta sus montalbanos (si incluimos compilaciones, relatos) y su figura es la más popular en Italia y en muchas partes de Europa como el escritor policiaco ?subgénero "amable"? por excelencia. Amable como Simenon, entendámonos. El asunto tratado puede ser durísimo, pero el tinte irónico se esparce por toda la trama para convencernos de los dos preceptos camillerianos por excelencia: que esto no tiene remedio, pero que hay que luchar contra ello como si lo tuviese. Mafia, crímenes, cuernos, corrupción política, mundo rural: claro. Pero ahí van a estar los policías de la comisaría imaginaria de Vigatà (hagámoslo corresponder con el real Porto Empedocle) para suavizar la forma, que no el irremediable fondo. El comisario Montalbano ?enamorado a distancia y a esporádicas visitas de Livia?; su segundo Augello -siempre a punto para ejercer como donjuán?; el más que eficaz Fazio ?ya tiene todo hecho antes de que se lo encarguen? y el disparatado Cataré. Rondando por allí, las "familias": los Cuffaro y los Sinagra, con su corte de abogados podridos y periodistas comprados y cabezas de turco a punto para pagar platos rotos. Alrededor, la Sicilia rural, tan tradicional, tan de aldea. El mundo montalbano.

Como siempre quiso Camilleri, Salvo Montalbano es un hombre de su tiempo. Así que tenía que abordar los tejemanejes de esas obras públicas con sobrecoste, que se inauguran pero se caen a pedazos, que no funcionan nada más que para blanquear dinero o forrarse los de siempre: eso es La pirámide de fango, del 2014, vertida ahora al castellano. La novela arranca, como debe ser, con un cadáver. Lo han tiroteado por la espalda. Una bicicleta olvidada entre el fango de una inútil canalización de agua: llueve y llueve hasta que el temporal va alejándose en la página 200, anunciando el final de la novela. La viuda casquivana que no aparece. Un misterioso huésped que se alojaba en la casa de ambos. Las trampas con que Barbera (abogado de la mafia) y Pennisi (un tonto útil) tratan de confundir a nuestro héroe. Una anciana madre y su hijo hercúleo aunque dulce. Los jueces buenos y los periodistas currantes. La pertinacia montalbana.

El título lo explica el juez: "¿Sabe que, durante mucho tiempo, nadie pudo entrar en la pirámide de Keops porque no daban con el acceso? Entonces alguien se dejó de vacilaciones y practicó un orificio en la pared, un orificio no autorizado por los guardianes de la pirámide. Y así pudieron conocer el interior". Así hará Montalbano, menudo es. Y cuando se necesita aligerar la trama surgen la sintaxis disparatada y el léxico creativo de Catarella, siempre "in situ", como dice: "Parece que estaría en la sala de expectativa el abogado Idiota con un cliente suyo, el cual querría hablar con usía personalmente en persona". O cuando el guardaespaldas del malo le pone dificultades "por los tiempos que corren" a Montalbano para entrar en el recinto donde se esconde su jefe. El comisario tira de su ironía: "Terribles, uno no puede fiarse de nadie y no se respeta a nadie". Así. ¿Que casi todo es diálogo y el final parece atropellarse un poco? ¿Que ya no es el Camilleri de hace más de treinta años? Sí, sí y sí también. Pero que más nos da a sus fans rendidos mientras tengamos nuestra dosis anual.

Compartir el artículo

stats