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EL SÁBADOMalcom Lowry y el paraíso perdido

El autor maldito de Bajo el volcán hurga en sus obsesiones en el borrador de la novela con que quiso completar su Divina Comedia

EL SÁBADOMalcom Lowry y el paraíso perdido

El azar es en ocasiones más novelesco en un escritor que su propia literatura, aun siendo esa literatura consecuencia de ese azar. Malcolm Lowry (Cheshire 28 de julio de 1909- Ripe 26 de junio de 1957) fue, según uno de sus dos grandes biógrafos, Douglas Day, "un gran autor que casualmente escribió sólo un gran libro". Pero no se puede decir que no lo hubiera intentado con otros. La escritura para Lowry era un espejo que le devolvía el reflejo de su propia existencia. Ultramarina, su primera novela, fue el resultado de una temprana llamada del mar, acuciado por las lecturas de Conrad, O'Neill, London o Nordahl Grieg, y la proximidad del hogar familiar al puerto de Liverpool. Bajo el volcán es el resultado de su larga experiencia como borracho: uno de noviembre de 1938, día de los muertos en Cuernavaca, dieciocho iglesias y cincuenta y siete cantinas, veinticuatro horas y poco más de cuatrocientas páginas. Su obra maestra. Efectivamente todo podía haberse quedado en una gran novela - George Steiner escribió "los volcanes que echan fuego en lo alto dejan poca vida a su alrededor"- pero por momentos hubo la intención de algo más. Si Bajo el volcán es el infierno, el purgatorio resulta ser Piedra Infernal, traducción de Lunar Caustic (1963), el relato de un alcohólico desesperado que busca la salvación refugiándose en un hospital psiquiátrico: la experiencia hospitalaria de Lowry en Nueva York, en el Bellevue, de donde finalmente lo echaron para que siguiese surcando, después del mar, el manicomio de la vida y se refugiase, como Bill Plantagenet, su protagonista, en el rincón más oscuro del bar.

Lowry se propuso repetir la Divina Comedia, y como si sus propias circunstancias lo contraindicasen dejó en suspenso el fragmento correspondiente al paraíso, un manuscrito en el que trabajaba desde 1931 titulado In Ballast to the White Sea, la tercera parte de la trilogía de un viaje truncado en sentido ascendente. Vivía con su segunda esposa, Margerie Bonner, en una choza en una playa en Dollarton, en la costa del Pacífico de Canadá, cuando ésta se incendió. En la mañana del 7 de junio de 1944, se levantó a preparar café, olió humo y escuchó un crujido que no provenía de sus tripas, tampoco de sus baqueteados huesos. Se apresuró afuera y vio cómo las llamas salían del techo de la casa. La marea estaba baja y no tenía a mano una manguera. Corrió a través del bosque para avisar a los bomberos locales. Cuando regresó, su mujer había rescatado el manuscrito de Bajo el volcán, sabía que dentro se encontraban además las mil páginas de In Ballast to the White Sea, pero el grupo de personas que se habían arremolinado alrededor de la vivienda no le dejaban a entrar. Finalmente lo hizo sin éxito, un tronco ardiendo cayó sobre él y tuvo que ser atendido de graves quemaduras en la espalda. Pasaron varias semanas antes de que se calmara lo suficiente; estaba extremadamente agitado. En Lowry anidaba la superstición que le hacía creer que todo lo que había sucedido era un mal presagio o bien una respuesta clara del destino. La novela en la que había pensado durante más de diez años había sido pasto de las llamas y no tendría que darle más vueltas al asunto. Quizás por ese motivo o por los vapores étilicos que le nublaban el cerebro borrando cualquier rastro de recuerdo nunca tuvo en cuenta que existía otra copia más, guardada. En cualquier caso la historia del manuscrito perdido pasó a forma parte de la vida romántica y victimista del autor en su propio maelstrom trágico.

No fue hasta el año 2000, décadas después de la muerte de Lowry, cuando su primera esposa, Jan Gabrial, confirmó en sus memorias que tenía una copia inicial del manuscrito con más de 250 páginas en papel carbón. Lowry la había depositado en casa de su suegra, el día en que en compañía de Gabrial salió de Nueva York rumbo a México. Jan la recuperó y mecanografió. Durante un tiempo quiso preservarla para que la heredera, Margerie Bonner, no se aprovechase de ella.

En 2003, dos años después de su muerte, la albacea de Gabrial registró la copia mecanografiada y otro material relacionado con la novela en la división de manuscritos y archivos de la biblioteca pública neoyorquina. Desde entonces hasta su publicación, una década más tarde, el texto fue leído al menos por una docena de personas.

El lanzamiento de In Ballast to the White Sea se aireó como el eslabón entre la primera novela algo inmadura, Ultramarina, y su obra maestra, Bajo el volcán. A la oferta editorial siguió un gran aparato crítico, la obra incompleta, balbuceante, había sido revisada por un nutrido grupo de académicos. Nadie, en cualquier caso, intentó mejorar el texto, sino reproducir de la forma más fiel posible el borrador que mecanografió Gabrial. Se perciben diálogos sin pulir, hay una repetición constante de metáforas y una trama inconsistente que parece concebida por error. Sin embargo, la escritura es buena, a veces incluso deslumbrante. Muchas páginas del libro son maravillosamente evocadoras del norte industrial inglés o de una Noruega glacial, con grandes descripciones de bares y de barcos, los espacios que mejor conocía Lowry y donde más a gusto se encontraba. Pero la novela, en cuanto a trama, no avanza, se resiste. En lastre al Mar Blanco, o como se ha traducido aquí Rumbo al Mar Blanco, ofrece una visión de la formación en los años de entreguerras y de las propias incertidumbres ideológicas de Lowry. También, una recreación asombrosa de Liverpool, que el autor describió como una "ciudad terrible cuya calle principal es el océano". Un estudiante, durante una larga noche etílica, le dice a su hermano que tiene pensado suicidarse. Este, dudando de la sinceridad de la confesión, lo alienta a llevar a cabo el plan?

Llegado un momento, al igual que sucede con la trama, la novela se fractura y aparece ante el lector únicamente con notas, sugerencias y posibilidades de un desenlace, sin por ello dejar de intuirse un final feliz que contradice todo lo demás que ha escrito Lowry, tal vez porque en el momento en que la concibió todavía era joven, México no lo había ahogado con la bebida, su matrimonio aún no se había desmoronado, ni hecho mella en su ánimo el rechazo literario. Por ese motivo, seguramente, cuando volvió de debajo del volcán, no supo qué hacer con la parte paradisíaca de su divina comedia; la lucha del espíritu humano en su ascenso hasta su verdadero propósito no tenía ya razón de ser. Eran mil páginas de "excentricidades lingüísticas", como él mismo reconocería en una carta de 1946 a su editor Jonathan Cape. El paraíso, entonces, ya estaba olvidado, Malcom Lowry sólo prestaba atención al infierno.

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