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Ex jesuita, profesor en Brasil, experto en Cooperativismo en Argentina y en Orientación Laboral

José Carlos Espinosa: "Mi vida ha sido como un trompo, llena de idas y venidas"

"Estuve nueve años en la Compañía de Jesús, fui profesor y misionero, dejé los hábitos, me casé y tuve dos hijas en Argentina, trabajé para el movimiento cooperativista, volví a España veinticinco años después, fui aquí orientador laboral.."

Con padres y hermanas, 1964, en Villagarcía de Campos, durante el Noviciado.

A sus 76 años actuales, José Carlos Espinosa sigue manifestando una incansable actividad. Ahora lo conocemos como articulista y escritor, pero poco saben que este vigués que nació en O Areal y vivió en el barrio de Casablanca, tuvo su etapa dedicada a Dios como jesuita; que estudió Filosofía y Teología en Brasil; que dio clases en Minas Xerais; que obtuvo en El Salvador el título de Director Integral para Televisión y en ese medio trabajó un tiempo en aquel país. Un día su corazón empezó a romperse como religioso y acabó dejando los jesuíticos hábitos para marchar a Buenos Aires en busca de un amor que solo le dejó dolor, y allí trabajó en el mundo editorial, luego en la Embajada española, después en la dirección de una revista del movimiento cooperativista argentino... Se casó después Espinosa y el matrimonio le duró 25 años que mira con satisfacción de padre y abuelo por las dos hijas y tres nietos que le ha dejado, y en ese tiempo se trasladó a la Patagonia como gerente de una cooperativa de servicios públicos, que le ilusionó al principio pero le desilusionó después al ver cómo "afanaban" los que debían dar ejemplo, trabajo que alternó con dar clases en una Universidad. La vuelta a España, 25 años después de dejarla pero sin sotana, trabajando en un colegio privado, en orientación laboral en Mos y A Cañiza... hasta su retiro a los 65, en que inicia otra etapa de su vida que le deja más tiempo para escribir. Así cuenta su vida este todo terreno.

"Mi vida, me atrevería a decir, es inusual. Nací en O Areal, en 1943. En el barrio que ya sólo existe en mi memoria. Vivencia y recuerdos imborrables. Vivíamos en la calle como en casa, sin peligros, libres como pájaros. Sí, tengo nostalgia de aquel barrio mayoritariamente pobre y de gente muy buena, con el corazón a flor de piel. Las casas estaban siempre con las puertas abiertas . Me emociona todavía cuando alguien de aquel barrio me para en la calle y me dice: Tú eres José Carlos ¿verdad? Hoy, cada vez que paso con el coche por el puente hacia el túnel del Berbés se me encoge el alma. Siempre me digo: aquí abajo nací yo, casi enfrente de la iglesia del Sagrado Corazón que regían los jesuitas, más o menos a esta altura. ¡Qué niñez, Dios! Repetiría sin dudarlo. Y con el mismo perro, un cócker negro. Se llamaba King y era tal cual, un rey. Y la parroquia. Misa y catecismo los domingos por la mañana y el cine por la tarde: Los jinetes del trueno, Rin Tin Tin, El Gordo y el Flaco? ¿Cómo se va a poder olvidar todo eso? Areal, un barrio como ninguno. Desgraciadamente no queda ni una placa de recuerdo. Sólo las fotos. Un barrio tan emblemático, significativo e importante en la historia de Vigo. Una pena".

"Después nos trasladamos al barrio de Casablanca. ¡Otro barrio fuera de serie! Ahora ya ni se nota que es un barrio. Jugábamos al fútbol en un campo pegado a la Gran Vía donde después hicieron El Corte Inglés. ¡No importa! Los partidos los trasladamos a la calle Cuba, entre Brasil y Paraguay, como si nada. Sin coches. Por eso, más que pensar en la otra vida pienso en la que viví en mi juventud. De verdad, ¡qué tiempos aquellos! Debe notarse que, a pesar de que nos hemos actualizado al mundo moderno, ya somos de otra época. Más tarde, a los 19 años, estando enfermo me emocioné mucho cuando mi mejor amigo del colegio me dijo que entraba en la Orden de los Jesuitas. Quise imitarlo y siguiendo sus pasos, también me metí a cura creyendo que tenía vocación y que era una llamada de Dios. ¡Nueve años en la Compañía de Jesús! ¡Qué manera de cambiar de lugar! Noviciado en Salamanca y en Villagarcía de Campos (Valladolid); humanidades de vuelta en Salamanca. Después me entró la locura de la vocación misionera y me destinaron a Brasil. Nada de indios cortando cabezas. A estudiar Filosofía y Pedagogía en Sao Paulo. Después a trabajar en un colegio en Belo Horizonte (Minas Gerais). Trabajar doce o más horas diarias por amor a los jóvenes sin tener que pensar en salarios ni reclamaciones de ningún tipo. Todo por amor. Me desvivía por los chavales, por inculcarle principios y valores sanos en la cabeza y ellos no me dejaban ni los días de descanso. Ellos y sus familias. De que tenía vocación pedagógica no cabía duda. ¡Qué experiencia fabulosa!"

"Terminada la etapa de Magisterio, me enviaron a Buenos Aires para formarme en una escuela universitaria de televisión, para que el día de mañana, cuando terminase mi carrera sacerdotal, pudiese trabajar en ese medio impregnándolo de valores y de sentido cristiano. Eso era lo que pensaban mis superiores y también yo. Obtuve el pomposo título universitario de Director Integral de Televisión en la Universidad del Salvador. ¡Otra experiencia singular trabajando en los canales televisivos de Buenos Aires! Tenía que volver a Brasil para continuar estudiando la Teología. Y volví, pero mi corazón estaba ya cansado, triste y roto dentro la vida religiosa. Para colmo apareció un amor imposible en mi vida. ¡Lo que faltaba! Informé a mis superiores. Empecé a estudiar la Teología mientras buscaba un nuevo rumbo a mi vida. La teología dogmática me dejaba perplejo y confundido. Nunca fui amigo de dogmas religiosos ni políticos ni sociales. A los dogmas los mata la ciencia, el relativismo y el sentido común. Hice los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Gracias a ellos pude encontrar la luz que necesitaba para mi vida y finalmente decidí abandonar la vida religiosa. Quería tener una familia. ¡Cuántos compañeros y amigos, que después salieron también, quedaban allí! A pesar de los años que pasan seguimos manteniendo la amistad. ¡Increíble! Como si fuese ayer cuando estábamos juntos. La vida de un jesuita imprime carácter, sin duda. No tengo nada que reprochar. Recibí de la Compañía de Jesús lo mejor y también le entregué a ella lo mejor de mi vida. Los años 20 de mi juventud.

"Dejé Brasil para volver a Buenos Aires en busca de un amor que resultó un dolor y una quimera. Es verdad que el primer amor deja una cicatriz en el alma, es el primero que entra y el último que sale. Con el corazón más que roto desgarrado, viví un tiempo en una pequeña comunidad con compañeros jesuitas. Enseguida encontré trabajo en la editorial mexicana del Fondo de Cultura Económica, después como segundo de a bordo en la Oficina Comercial de la Embajada de España. Allí me relacioné con representantes de importantes empresas españolas, entre ellas, grandes editoriales como Espasa Calpe y Aguilar. Disfrutaban regalándome libros. Y yo tan feliz. A continuación me llamaron para hacer y dirigir una revista en el movimiento cooperativo argentino. Me entusiasmé con los principios de libertad, igualdad, educación, justicia y solidaridad de la doctrina cooperativa. Era como una nueva religión pero sin dogmas. Me gané un nombre dentro del movimiento nacional e internacional. Trabajé en distintas federaciones nacionales argentinas como encargado de la educación de la dirigencia cooperativa y de las bases. Escribí un manual de educación cooperativa que se agotó pronto y pronuncié cientos de conferencias por todo el país. Tengo más horas de vuelo que un comandante de aviación".

"En esa época me casé, podría decirse que apurado por la soledad y las circunstancias. Mi matrimonio duró 25 años y aunque no fue un casamiento acertado valió la pena porque tengo dos hijas y tres nietos que me siguen atando a un país caótico e incomprensible como es Argentina. ¡Siglo XX cambalache problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana es un gil!, como escribió Santos Discépolo hace más de 80 años. Y todo sigue igual. Apareció entonces la posibilidad de ir a trabajar a la Patagonia como gerente de la cooperativa de servicios públicos, en Esquel (Chubut), en la cordillera de los Andes. Fue un desafío y una experiencia interesante y dolorosa. La belleza de los Andes por un lado y la falta de espíritu cooperativo de los miembros del consejo de administración de la cooperativa por el otro. Se aprovechaban y abusaban de las ventajas económicas destrozando mi creencia en los principios cooperativos. Como suele decirse, pueblo chico, infierno grande. En esta época alternaba el trabajo en la cooperativa con clases en la Universidad San Juan Bosco de la Patagonia, en Comodoro Rivadavia (Chubut). Iba y volvía en avión acomodando los horarios y los días. ¡Otra experiencia fabulosa que también tuve que dejar! Es entonces cuando se corta mi vida radicalmente".

"Un día estaba en mi despacho de la gerencia, cuando me anuncia mi secretaria que me llaman desde España por teléfono. Era una de mis hermanas que me dice: "Josiño, papá ha muerto". Muerto quedé yo clavado al sillón. Nunca lloré tanto en mi vida. Desgraciadamente ya no tenía vuelos para poder llegar a su funeral y entierro. Me lo tuve que comer en medio de lágrimas impotentes. Mi padre se había ido sin poder despedirme de él. Al año siguiente, vine a España, casi 25 años después de haberla dejado, para asistir a una misa en el primer aniversario de la muerte de mi padre en la iglesia de los capuchinos, el barrio y la iglesia de mi juventud, donde se había fraguado mi vocación religiosa. ¡Cómo cambian los tiempos y las personas! Argentina estaba pasando entonces una crisis y una inflación sin precedentes. Volvía también con la intención de ver la posibilidad de poder regresar a España definitivamente. Me recibió Fraga Iribarne en sus primeros cien días de gobierno. Se interesó por mi experiencia cooperativa pero finalmente no se llegó a nada concreto. La política partidaria no me interesaba. La obediencia política, menos. Ya había experimentado lo que era tener un voto de obediencia. No quería repetir. Me bastaban mis principios cooperativos y mi libertad de pensamiento. Nuevo cambio de rumbo en mi vida".

"En ese momento me contrató un importante colegio privado de Vigo. Hacía de todo, desde dar clases hasta encargarme de los autobuses, de la biblioteca, de la revista, de la publicidad, del comedor, de las relaciones públicas, del internado del colegio en Mondariz Balneario? Trabajaba desde las nueve de la mañana a las diez de la noche. ¡Buena experiencia a pesar de todo! Gracias a eso pude traer a mi familia de la Patagonia. Al mismo tiempo empecé a escribir, principalmente en FARO DE VIGO, pero también en La Voz de Galicia y en Atlántico Diario. Publiqué más de 500 artículos de opinión. En los ratos libres impartía también cursos sobre técnicas de comunicación. Mi destino en ese momento era trabajar sin parar. Presenté un proyecto a la Fundación La Caixa en el año de las relaciones intergeneracionales y gané el concurso. Organicé muchas actividades con jóvenes y con abuelos. ¡Otra experiencia maravillosa! Después trabajé varios años en el Centro de Desarrollo de Mos hasta que gané un puesto como orientador laboral en la oficina de la Xunta de Galicia en A Cañiza. Qué lejos me parecía al principio y cuánto disfruté después aquellos viajes diarios viviendo las cuatro estaciones del año en la carretera. Allí trabajé ayudando a gente a encontrar trabajo, en lo que yo era un experto, hasta los 65 años. ¡Nueva experiencia inolvidable llena de amigos que aún perduran!"

"En esa etapa, además de escribir en la prensa de Vigo empecé a escribir novelas. La primera, "El trompo de Dios" con mucho material autobiográfico. Después siguieron "El sueño del baobab", "Viaje a Boskowa", "Ferviente oscuridad", el libro de los "120 años del Círculo Mercantil de Vigo" y la vida de José Luis Bastos "el rey gallego de África", estos últimos de gran formato. El último y más voluminoso en 2017, "Reflexiones alfabéticas"? Y sigo escribiendo, como lo hicieron mi abuelo, cronista oficial de Vigo durante 30 años, y mi padre. Es algo que va en el ADN de nuestra especie. Escribir y leer mucho. Profesionalmente me sentía bien, emocionalmente mal. Mi esposa y mis hijas no se adaptaban bien a la realidad española ni a vivir en la casa de mi madre. Las cosas iban de mal en peor. Alquilamos un piso. La situación no mejoraba. Había mar de fondo. A mí ni se me pasaba por la mente volver al infierno argentino. No quedaba más remedio que vivir caminos separados. Ellas se fueron a su país y yo me quedé en el mío. Gracias a Dios sigo teniendo muy buena y continua relación con mis hijas y con mis nietos".

"Para escribir el libro sobre José Luis Bastos viajé dos veces al continente africano. Estoy enamorado de África. ¡Qué continente! Todo es diferente. Ahora disfruto de la jubilación y, además de leer y escribir diariamente, colaboro con la Asociación de Antiguos Alumnos de mi antiguo colegio reviviendo aquella amistad nacida en sus aulas y en sus patios. Aunque actualmente sea más metafórico que real, todavía suelo decir que no sé donde irán a parar mis huesos. Mi vida es errante: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al final, haciendo un símil con un coche podría decir que tengo muchos kilómetros encima y soy un todo terreno. Serví y sirvo para todo tipo de trabajo. Probablemente se lo deba a la formación recibida en la Compañía de Jesús. Probablemente. ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!"

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