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Del Cristo, Capitán General que más vigueses convoca

Del Cristo, Capitán General que más vigueses convoca

Una de las memorias de mi infancia la ocupa, en el escenario vigués de mi crianza, la procesión del Cristo. Era entonces una procesión de fe en el Más Allá, porque no se tenían otras opciones para despistarse como la televisión, ni objetos para ser consumidos, ni cultura para permitirse la duda, y estas manifestaciones constituían también un espectáculo grandioso y gratuito para solaz y entretenimiento de los ciudadanos. No era la procesión de Corpus que ya expandía el poder de la Iglesia allá por el siglo XVII, en que por el viejo Madrid iban atabaleros y trompeteros delante, luego dos pendones con sus Franciscanos descalzos y calzados, los Agustinos, los Bernardos y, en último lugar, los Benitos. Entonces sí que eran procesiones, espectáculos de magnificencia regia y poder eclesial. Claro, no eran tiempos de tantas distracciones alborozadas como las de ahora y sí de opulencia conventual por culpa del hambre que llenaba de frailes los conventos y de fe las eucaristías, de la que salía mucha cantera para el religioso desfile en que las mentes de los fieles casi podríamos decir que eran secuestradas manu forte et militari, cual si dijéramos a viva fuerza. No tuvo nuestro Cristo nunca cuando lo procesionamos tanto esplendor pero sí grandes afluencias de fieles que, inexplicablemente aunque todo tenga explicación, continúan ahora. Y es que si tuvimos siempre vigueses comprometidos procesionalmente con San Roque y San Blas, el Cristo victorial siempre fue especial, el mayor y más distinguido entre los objetos de devoción sacra.

En mi infancia veía esta procesión a la luz de la fe y hasta sufría con el paso del Cristo torturado dada mi muy católica educación, pero ahora, que lo sigo viendo con admiración, ya no es con fe sino deslumbrado por tan gran encuentro como el que produce su llamada. Mil veces más que una convocatoria por la monarquía o la república, cien más que por el Celta, 200 más que por la salud pública. Tal es la cosa que me atrevería a sostener que no existe otra fecha en la ciudad que convoque tanto al Vigo real, ese que no es el de los lindos alechugados o galanes almidonados de la burguesía urbana que se refugian en sus chalés de verano sino el que baja a la ciudad desde sus barrios rurales o periféricos y viste sus ropas dominicales en señal de respeto al homenajeado. En estos tiempos en que la Iglesia se ve desolada y desértica, abandonada por sus fieles, en que sus atrios como el de la Colegiata,se despueblan de devotos que comentaban sus cuitas tras la Misa para poblarse de jóvenes ocupas también en tertulia, sí, pero no a rmados de escapularios sino de copas de vino o jarras de cerveza.. Digo que en estos tiempos de tal desidia religiosa sorprende hasta el infinito ese día en que un Cristo llamado de la Sal reúne a tantos fieles con sus velas como aquella procesión del Corpus del siglo XVI en Madrid, aunque por merma de efectivos el ejército de Dios no disponga ahora de tanto lustre y diversidad, ni tantas joyas y flores, plumas, tocas, cintas y velillos, apretadores y cintillos como los que desplegaban en las marchas religiosas de aquellos siglos las damas, fueran o no de Palacio. En el Cristo olívico al que me llevaba mi abuela no recuerdo yo damas tan empingorotadas, sino más bien cubiertas de luctuoso negro, algunas con esas peinetas veladas de tan hispánico atractivo (siempre que sean bien portadas).

Digo yo que, frente a las experiencias racionales y técnicas que nos embargan, hay otro tipo de experiencias que atañen a los individuos y a la sociedad y que forman parte también de la cultura. Las llamamos simbólicas, como esta procesión del Cristo que, entre otras cosas, permiten a las personas compartir una identidad de vigués. Cristo es Vigo y Vigo es Cristo de modo que la imagen no es un simple trozo de madera sino un mecanismo de proyección e identificación del ser vigués aunque no sea movido por la fe. Si alguien quiere conocer tete a tete la población de Vigo no tendrá más remedio que dejarse ver el día del Cristo de la Victoria. Yo, que algún día de niño desfilé de la mano de mi abuela, algún otro de adolescente fui de los que ponían orden, ahora de mayor paseo como un "flanneur" la procesión en sentido contrario al que marchan sus fieles. Saludo aquí, charlo allá y siempre hallo un amigo que no veía hace tiempo, alguna ex amada ya nada novicia o un tema de interés para nutrir alguna de mis columnas. Por ejemplo, en el Cristo de estos días, una persona que guardaba en su casa un diario de guerra de su padre escrito en las trincheras, día a día, de la División Azul, al que espero, con su permiso, darle buen uso periodístico. Y luego dicen las gentes de poca fe que el Cristo, Capitán General de honores, no hace milagros.

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