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Un perro con dos colas

Un perro con dos colas

Como el otro día tuve que acudir al médico, me di cuenta de que pasarán más de mil años, muchos más, pero persistirá como parte sustancial del ser humano la pregunta ociosa. Esa pregunta que indaga sobre lo evidente, esa interrogación redundante que me acompaña desde la infancia y que aún consigue dejarme perplejo. De niño, cuando iba a la aldea de vacaciones, no había paisano que no me solmenase el innecesario "¿Ya has venido?" al que siempre respondía yo repipi: "Sí, aquí estoy porque he venido". Pues sigue la cosa hoy. En la sala de espera estábamos solo y solos la sanitaria ("persona que trabaja en la sanidad civil") y un servidor. Silencio sepulcral. Monotonía de lluvia tras los cristales. De pronto, aquella dama se acerca a su micrófono y hace retumbar la estancia entera: "¿Francisco García Pérez?". Habría bastado un bisbiseo o un gesto para llamarme, pero la mujer tenía un micrófono, y un micrófono es un micrófono. Me levanté, me acerqué al mostrador, presenté mi DNI y escuché: "¿Es usted Francisco García Pérez?". Dan ganas de entregarse al terrorismo conversacional, la verdad: "Sí, soy yo, no hay nadie más aquí, es la hora de mi cita, mi careto está en la foto del carné y, además, quién demonios va a venir a este lugar tan cutre a las ocho y veinte de la tarde si no es el interesado". Pero asentí nada más, cobarde que soy.

En vacaciones prolifera aún más la pregunta ociosa. Te ven sentado al sol en un banco del parque y te preguntan qué haces sentado al sol en un banco del parque. Te ven en la cola del autobús y te preguntan qué haces en la cola del autobús. No caigan en la trampa. Sean ustedes valientes y practiquen ese sinsentido respondón que mi timidez impide. Si les preguntan "¿Qué tal estás?", respondan desconcertando "Cansado de ser feliz". Si fuera "¿No te acuerdas de mí?", digan a voces y malencarados: "Te recuerdo, sinvergüenza, devuélveme de una vez la pasta que te presté". Marcos Ordóñez cuenta el caso de su abuela, una anciana que había perdido un brazo en los bombardeos del 38. Iba por la calle cuando se le acercó una señora: "Perdone, usted es manca ¿verdad?". No olviden que la pregunta ociosa es un embeleco, pues nadie escucha o de una historia escucha lo que quiere. Un amigo del antedicho le comentaba cómo llegó sobrecogido a una comida familiar porque yendo en un taxi hacia casa cayó a su lado, en la acera, un hombre que acababa de tirarse de un balcón. Sería de esperar que alguien se conmoviese por la historia, que inquiriese por algún detalle, que le consolara. Pero no. Tras un silencio largo, su padre le preguntó: "¿Y qué hacías tú yendo en taxi?". Tampoco falta quien pregunta para ocultar su propia vergüenza cuando es pillado en falta, intentando que el rebote aturda al interlocutor. Caminaba yo de retirada cierta muy lejana noche, tras el trabajo, cuando de un conocido y tolerado prostíbulo salió trastabillando un prohombre franquista, católico esposo, marido ejemplar y de muy considerable corpulencia. Borracho perdido, se armó un lío con los escalones de la puerta y cayó contra mí con tal ímpetu que di con mis huesos en el adoquinado, patas arriba. Se me quedó mirando desde su altura de tentetieso, intentó recomponer tono y me preguntó muy serio y con tono de reproche: "Caramba, Paco, ¿qué haces tú aquí?".

De modo que, ante el agobio ajeno preguntón ocioso, me largo hoy mismo de vacaciones, les dejo a ustedes en paz y me apresto a responder enigmático ?remedando a Ricardo Darín? a cualquiera que se me acerque para saber si voy cuando me ven ir o si vengo cuando me ven venir, si subo cuando me ven subir o bajo cuando me ven bajar: "Ni yo lo sé. Estoy como un perro con dos colas". Feliz verano.

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