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La niña gallega de Chernóbil

La serie de televisión "Chernobyl" ha vuelto a poner de actualidad el accidente ocurrido en 1986. Cinco millones de personas viven aún en zonas radiactivas

Natasha tiene 29 años, vive en Celanova, muy pronto será auxiliar de enfermería y es una mujer feliz, una posibilidad que no cabía ni en sus mejores sueños cuando, en junio de 1998, era recibida en Ourense por José Manuel y Mercedes, su familia de acogida, formando parte del primer contingente de niños afectados por las radiaciones de Chernóbil llegados a Galicia. De hecho, probablemente fuese la primera "niña de Chernóbil" acogida aquí.

Desde entonces, hasta más de seiscientos de estos pequeños han venido a esta comunidad autónoma para "curarse", fruto de la labor desarrollada por la asociación que fundaron sus padres de acogida, Ledicia Cativa. Claro que Natasha no solo necesitaba curarse de las radiaciones, sino también dejar atrás el infierno en que se había convertido su vida en Rusia. Llegó, así pues, con dos heridas, y escuchando su historia, uno no sabe muy bien cuál de ellas era la más grave. "Venía de un orfanato -recuerda José Manuel-. Eso era, en aquel momento, lo único que sabíamos de ella. Nos encontramos con una niña asustada, de ojos tristes, a la que cuando llevamos por primera vez a su habitación, en vez de cambiarse, ponerse el pijama y acostarse en la cama, se sacó sus calcetines y se acostó en el suelo. Le señalamos la almohada, la cogió, y se la puso bajo su cabeza, pero también en el suelo. Solo pudimos convencerla después de que mi mujer la cogiera entre sus brazos y le diese un beso. Y entonces ella empezó a llorar, las lágrimas brotaban de sus enormes ojos, y por fin habló. Ni yo ni mi esposa sabíamos ruso pero, por alguna extraña razón, le entendimos lo que decía: aquella era una niña que había sufrido mucho. Esa fue la primera noche de Natasha con nosotros".

Veintiún años después, Natasha también recuerda aquella primera noche: "Sí, es verdad, yo estaba asustada, muy asustada. No sabía que existiese otro mundo, otra vida distinta a la que había vivido en Rusia. A mí nunca me habían abrazado así, con tanto amor. Y jamás me habían dado un beso tan cariñoso como aquel. ¿Lo de la cama? Sí, es verdad. Las únicas camas que conocía eran las del orfanato, pero allí las habitaciones eran compartidas con varios niños. Cuando vivía con mi familia, siempre dormía en el suelo".

Cuando Natasha nació, en un pueblo de la región de Tula, ya habían pasado dos años de la catástrofe de la cercana central nuclear de Chernóbil. A la por aquel entonces población de Tula, una de las más afectadas, también habían llegado los efectos de uno de los peores accidentes en toda la historia de la antigua Unión Soviética (hoy territorios de Rusia, Ucrania y Bielorrusia) y del mundo. Todo comenzó con un experimento con un reactor atómico, pero algo salió mal y, como consecuencia, se produjo una explosión que efectivamente lo destruyó. Pero estamos hablando de energía atómica y, a las víctimas inmediatas de la explosión, había que sumar las consecuencias a corto, medio y largo plazo: ¿Cuatro, cinco, seis, siete?? Todavía se desconoce (o no se quiere reconocer) cuántas generaciones estarán afectadas por la radiactividad y su más temible daño, el cáncer, por no citar otros como las deficiencias físicas o psíquicas o las malformaciones contraídas desde antes incluso de los nacimientos, en el proceso mismo de creación de la vida, en el feto, dentro del vientre de cada madre. Se sabe que fueron 31 las personas que fallecieron directamente por el accidente nuclear, pero según la Academia de Ciencias Rusa más de 200.000 personas han muerto por causas relacionadas con la catástrofe. Y se calcula que cinco millones de personas siguen viviendo en zonas afectadas por la radiación.Por eso continúan, y continuarán, viniendo "niños de Chernóbil" a Galicia, a España y a cualquier país con buen clima que los reciba?mientras los rusos, para los cuales lode Chernóbil sigue siendo una vergüenza nacional, lo permitan."Si visitas aquella regiones -nos dice José Manuel- y charlas con la gente, te das cuenta de que allí se habla de tener cáncer como aquí comentamos que tenemos un grano o un catarro. Es tremendo; consideran que vivir con cáncer y morir de cáncer es lo más normal. Y es que, claro, cuando allí una mujer se entera de que esté embarazada, ya sabe lo que se le viene encima".

Natasha era una de esas niñas afectadas. Pero llevaba en la "mochila" otro drama más: "Tenía una hermana y dos hermanos -relata- Mi padre y mi madre se habían separado. Fue un matrimonio roto por el alcoholismo y la mala vida. Al principio, viví con mi padre, pero éste me dejaba muchas veces sola con sus amiguetes, que querían hacerme cosas muy malas, muy feas, así que acabé viviendo con mi abuela paterna, aunque con quien me llevaba mejor era con mi abuelo. Pero no soy capaz de recordar ni un solo gesto de cariño de mi madre ni de mi hermana mayor en todo aquel tiempo. Tuve una infancia dura, sí". Después, a los seis años, ingresó en un orfanato, "el mismo al que tenía que volver, y así hasta que cumplí los 16 años de edad, después de pasar los veranos con mi nueva familia, con José Manuel y Mercedes".

"Las cosas -relata José Manuel-funcionan así: A estos niños, antes de traerlos, los aislan dos meses y les miden el nivel de radiación que tienen. Y, al regresar, los vuelven a medir, para comprobar cuánto les ha bajado la radiación tras su estancia aquí". "Decir que en los orfanatos rusos hay mucha disciplina es suavizar mucho las cosas -cuenta Natasha- Para mí el orfanato fue la continuación del infierno que había vivido con mi familia. La humillación, las palizas, los malos tratos, los problemas con los compañeros?esos son los recuerdos que me han quedado de aquel orfanato. Allí siempre lo pasé muy mal."

Natasha siguió "veraneando"en Galicia hasta los dieciseis años, y siempre con su "papuska" y su "mamuska" gallegos, porque así les llama desde que fue perfeccionando el conocimiento del idioma castellano, haciendo un juego malabar de palabras entre el español y el ruso. Ahora ya se dirige a ellos como papá y mamá "porque son las personas a las que más quiero y, ellos, los que más me han querido a mí".

Cuando cumplió los 17 años, Natasha tuvo que regresar a Rusia, y esta vez temía que fuese la última en que vería a su familia y amigos de Galicia. Cursó los estudios básicos e incluso alguna especialidad equivalente a la formación profesional rusa en España pero "a medida que me iba haciendo mayor, me percaté de que en Rusia no había futuro para mí, que mi futuro, de haberlo, tenía que estar en España". Por si fuera poco, ya había fallecido su abuelo, la única persona en Rusia de la que sintió que la quería de verdad, y no como su madre, con la que también se puso en contacto años antes, cuando aún pasaba los veranos en España: "A mi madre no le interesaba yo, lo único que quería de mí era el dinero que pudiera enviarle: en realidad, yo a ella le importaba un bledo". Desde entonces, Natasha ya nunca ha vuelto a llamar a nadie en Rusia. Dice que allí ya no le queda nada, ni un familiar querido, ni un amigo.

Y regresó. A los 19 años se presentó en casa de los Borrajo con un globito: venía a felicitar el día del cumpleaños de su "papuska", que la recibió emocionado. Como los estudios rusos no están homologados en España tuvo que empezar desde cero, y ahora está a punto de conseguir una titulación de auxiliar de enfermería. Cree que ha encontrado su auténtica vocación. Vive en una pequeña casa "rodeada de árboles" en una aldea de Celanova pero, cada semana, se pasa por Ourense.

Natasha colabora como intérprete para las familias que acogen a los niños que continúan llegando a Galicia : "Por mi experiencia creo que les puedo ayudar mucho. Y no es ya que entienda su idioma, es que les entiendo a ellos. Les explico que, si están aquí, es porque tienen que recuperar su salud, y porque es muy bueno conocer otro mundo, otra gente, otra cultura...Y si además, como mis padres a mí, les enseñan a vivir, a comportarse con educación, etc...pues les va a ir mejor, tendrán un futuro y ese futuro será suyo".

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