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Pintor y escultor

José María Barreiro "Siempre añoré la época parisina y el encuentro con los impresionistas"

"Fui muy amigo de Lugrís, al que le ofrecí mi casa; despertó mi verdadera vocación; dejé el escaparatismo, con lo que trabajé para El Corte, Alfredo Romero o Harrods, por la pintura"

¿Quién siendo gallego no ha vivido el gozo visual de la obra de José María Barreiro? El pintor, residente en su hermosa casa de Santa María de Cela sobre la ría, empezó hace muchos años pero ha consolidado en estas últimas décadas un lenguaje identificable y personal. De las diversas exposiciones y actividades llevadas a cabo destaca la proyección de su obra fuera de su propio país, junto al reconocimiento y respeto cada vez mayor de su figura. Tiene un lenguaje plástico perfectamente consolidado y singular, en el que cabe destacar la fuerte personalidad en el dibujo y la libertad en el empleo del color, así como la acusada sencillez y cercanía en el tratamiento de la temática elegida. Esta es su vida, contada a grandes trazos por él mismo, y en su narración hallaréis muchas intrahistorias de aquel Vigo íntimo y artístico que muchos que peináis canas recordaréis.

"Nací en Forcarei, en 1940. Aquel lugar montañoso, arrumado por las aguas del Lérez, parece aportar la calma propicia a la inspiración. Terra de Montes es zona de pintores como Colmeiro, Laxeiro, Virxilio Blanco, Alfonso Sucasas... El arte parece surgir de la naturaleza con los verdes de sus bosques, de los azules y blancos de los cielos, de las corredoiras ocres, de los rojos intensos del ocaso. Con 5 o 6 años recuerdo hacer dibujos para los compañeros del colegio, cualquier soporte me valía: papeles, libretas y las páginas de los libros, que emborronaba con mis creaciones infantiles. Ya adolescente, estudié en Pontevedra, primero en el Instituto, cuyo director era el magnífico intelectual don José Filgueira Valverde, y más tarde en la Academia Inmaculada. Con 15 años obtuve algún premio juvenil, incluso alcancé el primer premio en acuarela de un jurado en el que estaba el conocido pintor y acuarelista Paisa Gil. Empecé a trabajar a los 17 años, en las oficinas de Almacenes Olmedo. Muy pronto, debido a mis cualidades para el dibujo y la pintura, me ofrecieron ser escaparatista en Vigo y en Pontevedra. Coincidió con el traslado a Madrid, para trabajar en el Corte Inglés, de mi predecesor, Julio Dapena. Los propietarios del establecimiento cuidaban sus exposiciones al público y no regateaban esfuerzos económicos para hacerlos lucir. Valoraron mi esfuerzo para crear aquellos escaparates, concebidos como espacios teatrales: murales al fondo, maniquíes pintados, luces de colores... El público acudía a contemplar mis trabajos y llegó el éxito, reconocido con premios de firmas como Tervilor, o las famosas Camisas Dalí de la fábrica de los Regojo en Redondela. En la decoración utilizaba una pintura plástica, "La Pajarita". Disponía de una carta de colores amplia y con muy buenos resultados para trabajos artísticos, por eso la utilicé en muchas de mis obras. En 1958, gracias a los reconocimientos que iba obteniendo, fui seleccionado para participar en unas jornadas de arte en Madrid.

Me gustaba pintar paisaje al natural. Lo hice muchas veces acompañado del pintor Manuel Aramburu. En una de esas ocasiones en los astilleros de Estribela, en Marín, me encontré con Manuel Torres, reconocido pintor y escultor. Era el presidente de la Fundación Santa Cecilia de Marín. Valoró mi obra y me invitó a realizar una exposición en sus salas. Fue el principio de una gran amistad. En sus últimos años, aparecía de vez en cuando por mi estudio, en la casa de Santa María de Cela, para compartir un vino de esta zona, el Tinta Femia, muy apreciado por los parroquianos. La primera exposición fue precisamente en los salones de Santa Cecilia en el año 1961, colgué 21 cuadros. Al tiempo que realizaba la decoración de escaparates, intentando que fueran obras de arte, tal como si se tratase de un óleo, pero mi sueño era el encuentro con los impresionistas: Paul Cézane, Pissarro, Matisse. Quería ir a París, ver los museos y vivir la bohemia, los encuentros con Toulouse Lautrec, su obra y sus escenarios. Por fin, en 1963 pude ir a París. Me alojé en el Hotel Don Quijote en la Rue Richer, muy cerca del Folies Bergére. El portero era ourensano y gracias a su amabilidad pude entrar y hacer algún boceto de variedades, reflejando los magníficos espectáculos de esta sala de fiestas. Como no tenía el permiso necesario para pintar en la Place du Tertre en Montmartre, pintaba allí gracias al pintor español Suárez Vázquez que me ofrecía su caballete. Los compañeros me avisaban si había un policía en las cercanías. Las ventas eran pocas, mi fuerte era la vista de la plaza y algún paisaje del Sena con Notre Dame al fondo -curiosamente una de estas obras llegó a manos de un coleccionista de Vigo-. Al no obtener dinero suficiente del arte, tenía que compaginarlo con unas horas de trabajo en un café de los Campos Elíseos, llamado Longchamps, haciendo cafés de dos a ocho de la tarde .

Un día visité el departamento de decoración de las Galeries Lafayette, hice una pequeña prueba y quedaron de avisarme. Pasó el tiempo. En ese intervalo me llegó una propuesta de contrato desde Vigo, de Almacenes El Príncipe, con un sueldo mensual de 5.000 pesetas, pero pesetas del año 1964, una pequeña fortuna. Me planteaban la decoración de sus escaparates. Cuando ya había confirmado el trabajo y tenía preparada la vuelta a España. me llegó la carta de las Galerias Lafayette. Desgraciadamente no pude vivir esa experiencia, aun así conservo en mi archivo de documentos su propuesta. Seguramente habría cambiado mi vida. Siempre añoraré la época parisina, el encuentro con los impresionistas, los paisajes, bocetos, los cafés de la Rotonde, Le Dome, las Lilas -en donde Ernest Hemingway escribió su novela El Sol vuelve salir-, etcétera. Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando eres joven, la Ciudad de la Luz te acompañará de por vida. De regreso en Vigo, alquilé un estudio en las galerías Durán, en la calle Velázquez Moreno. En esa época, además del trabajo en Almacenes Príncipe, me dediqué a pintar y a realizar decoraciones en cafeterías y murales. En el año 1965, me ofrece un contrato Almacenes Romero, que suponía más que duplicar mi sueldo anterior, 11.000 pesetas al mes, libertad de horario siempre que cumpliera con mis obligaciones de escaparatista. La oferta era irrechazable, pues me permitía dedicarme a mi trabajo en el estudio, realizar cuadros, murales, grabados y pirograbados sobre paneles de madera. Mejor, imposible.

Almacenes Romero estaba en la calle del Príncipe, cerca del bar Eligio, lugar de encuentro de los artistas y bohemios de la ciudad. Cada poco estaba allí, tertuliando y tomando el ribeiro de la zona de Leiro. En torno a 1964-1965, allí conocí a Urbano Lugrís, con el que llegué a fraguar una gran amistad. A Urbano le llevé a mi estudio y le gustó lo que estaba haciendo. Le ofrecí mi casa y un lugar para pintar. Él despertó mi verdadera vocación: me obligó a dejar las decoraciones por la pintura. Guardo muchas vivencias y anécdotas con Urbano. La vida con Lugrís fue de una gran riqueza y lo importante no fue lo que nos pudimos aportar mutuamente en los cuatro años juntos, sino lo que supuso para mi compartir los días con una persona de una capacidad artística y literaria difíciles de igualar. Son momentos de profunda riqueza en mi devenir personal y artístico. Con Lugrís tengo una obra de un paisaje de Vigo. Urbano hizo el dibujo a lápiz y yo el pirograbado. Es una obra que recuperé para mi colección, además me hizo el dibujo de una romería dedicada que no conservo. Lo explico: Lugrís estaba pintando el boceto de la romería sobre un panel de madera al óleo para mí, pero el doctor Santoro le había encargado un cuadro. El tiempo de ejecución, según Lugrís, era de tres meses. Durante ese lapso, el cliente pagaba la comida en el restaurante llamado La Cueva, enfrente las galerías Durán, en donde arreglábamos el sustento los dos. Pasaban los meses y Urbano siquiera había comenzado la pintura. El médico, con el que tropezábamos regularmente, pese a nuestros rodeos para no hacerlo, comenzaba a inquietarse. Finalmente convencí a Lugrís de que le entregara el cuadro que estaba realizando para mí... me quedé sin la obra.

En 1968 realicé una exposición en la galería Velázquez de Vigo, que estaba en la entrada del cine Fraga, en donde unos años antes inauguró una gran muestra Arturo Souto. El acto lo presentó el pintor Laxeiro, gran amigo. Al terminar las intervenciones, Lugrís se pasó de aplausos. Laxeiro dijo: "¡Ya vale Lugrís!". Urbano se acercó al pintor de Lalín y muy ceremonioso le dio un gran abrazo y se puso a llorar. Era una práctica muy habitual dentro de la ironía y el cachondeo de Urbano. En esa época, solíamos comer en el bar El Condado, un establecimiento con un pulpo á feira excepcional; en La Riojana, frecuentado a menudo por artistas; y en El Chabolas. El mundo era otro, y también el compañerismo. Para ayudar a Lugrís recaudamos un dinero con la exposición y venta de dibujos. El artista le debía unos marcos a la galería de Foto Club, en la calle del Príncipe. Me hice cargo de la deuda total. Para celebrarlo realizamos un almuerzo con pintores, al que acudieron Pousa, Lodeiro, Diz. En ese mismo año, expuse en la galería Toison de Madrid. El director y propietario era el ourensano Sueiro. Lugrís me escribió la presentación en el catálogo. Lo recogió La Cárcel de Papel, de la mítica revista satírica La Codorniz, dirigida por Álvaro de la Iglesia. Para esa visita a la capital de España, Eligio me había dado unas botellas de vino y aguardiente blanca para el periodista Enrique Mariñas de TVE. Las guardé en mi estudio y cuando fui a recogerlas estaban vacías. Urbano se había encargado de ellas. Sin decir nada, tuve que comprar otras a Doña Amparo, bar que estaba a continuación de Eligio, y se las entregue a Enrique Mariñas. La exposición de Madrid fue un éxito de crítica, y gracias a Mariñas el reportaje en la televisión fue muy amplio y efectivo.

El bar Eligio, el maestro de la queimada de la Orden de la Vieira, era el centro de la cultura de aquellos años. Allí se daban cita diariamente poetas, periodistas, escultores, pintores, escritores y bohemios. Cunqueiro, Castroviejo, Eduardo Blancoamor, Celso Emilio Ferreiro, Sevillano, Belarmino, Segundo Mariño, Gerardo Martín, Juan Ramón Díaz, Víctor de las Heras, Carlos Oroza, Méndez Ferrín, Laxeiro, Lugrís, Pousa, Abelenda, Lodeiro, Huete, Alfonso Sucasas, Mario Grannel, los hermanos Quesada, Silverio Rivas, Buciños, Camilo Nogueira, Comesaña, Coya, Picallo, Juan Oliveira, Piñeiro, Acisclo Manzano y muchísimos más artistas de una lista interminable, que hacían de aquel local una tertulia excepcional. Eligio tenía mucha paciencia para soportar a los que se pasaban con la ingesta de alcohol y en las buenas maneras. Le hacía comer a escondidas: un plato de patatas fritas con unos trozos de queso. La intelectualidad se reunía en ese pequeño bar, un lugar de tolerancias y, algunas veces, el último refugio para la soledad de un pintor como Urbano Lugrís. Eligio fue una pieza inseparable dentro del ambiente cultural de Galicia, un eje dinamizador del arte. Ahora no hay ni en Vigo ni en Galicia un lugar parecido, ni otro similar al café Goya y al gran personaje que también fue su propietario Rubén. La ciudad olívica marcó una época en esos dos establecimientos. Hoy, algunas de nuestras pinturas siguen en Eligio, que mantiene sus puertas abiertas a la nostalgia de mejores tiempos. Algunos tenemos la suerte de seguir envejeciendo y acercarnos a tomar un ribeiro en Eligio y brindar por los muchos amigos que se fueron.

En 1969, el amigo Laxeiro insiste en que lleve mi obra a exponer en Buenos Aires. Me parece bien, pero antes tengo que resolver la vivienda y el estudio de Urbano Lugrís. Hablo con Eligio y éste ofrece un pequeño estudio muy cerca del bar. El viejo Antón Patiño se ofrece para ayudar en los pagos y hacer de marchante de su obra. Finalmente parto hacia Argentina en el barco francés "Pasteur". Llevo 20 pinturas sobre cartulina. En el trayecto hago cierta amistad con el capitán y me ofrece hacer una exposición en el salón de baile, juegos y cafetería de la motonave. Vendo cuatro o cinco pinturas, lo que desbarató el proyecto comprometido para hacer una exposición en la galerías Perla Marino de la calle Maipú de Buenos Aires. Laxeiro y su compañera Lala me esperaban en el puerto. Conviví con ellos una larga temporada. La residencia estaba en la calle Juncal, al 1.500. Pintaba en su estudio. Como era previsible, el poco dinero del que disponía se agotó enseguida y la obra pictórica de un desconocido resultaba difícil de vender al no ser un pintor conocido. Para resolver el problema, me sinceré con Lala y le pregunté cuál era el almacén más importante de Buenos Aires. Me dijo que Harrods. Allí me presenté a la mañana siguiente. Pregunté por el director del departamento artístico. Resultó llamarse señor Crusiani. Accedí a él y le ofrecí mis servicios como decorador escaparatista. Me dijo que tenía cinco o seis personas para este menester y, por ende, me informó de que al no disponer de los papeles de estancia en regla no podía ofrecerme empleo. No obstante, le sugerí hacer una prueba en uno de los maravillosos escaparates de la calle Florida, mientras trataba de arreglar mi situación legal. Aceptó el reto. Al día siguiente, fui a realizar la obra. Opté por una pintura, un mural de fondo, con un perfil de Buenos Aires, aporté colores, luces. Con la ayuda de un pintor y un tapicero terminé la decoración del escaparate a las dos de la tarde. Laxeiro me esperaba para ir a comer juntos. Esa misma noche llegamos al departamento exhaustos. Lala había recibido una llamada de Harrods para presentarme al día siguiente.

El director artístico, Crusiani, me informó de que al presidente de Harrods le había gustado la decoración y quería hablar conmigo. Me ofreció trabajo para decoraciones interiores e ideas y proyectos para escaparates. Inmediatamente fui al servicio de emigración. Hablé con una señorita a la que previamente habían llamado el señor Pascual, el mismo Presidente de los Almacenes. El permiso para trabajar estaba resuelto. Mi horario era de 10 a 14 horas. Tenía toda la tarde para pintar. Acompañado por Laxeiro fui a ver mi primer estudio americano, en La Boca. Entonces retomé la exposición pendiente en la galería Perla Marino. Inauguré en 1972, la presentaron Laxeiro y Manuel Viola, conocido de las tertulias del Café Gijon de Madrid. Hice varias exposiciones en Argentina. Una en Mar de Plata y otra de Meba, la asociación de artistas plásticos argentinos. En el año 1973 regresé a España después de cuatro años en América. Mi estancia inicial estaba pensada para solo tres meses. Vine en barco, en el "Begoña". En los años siguientes fueron muchas las exposiciones. Valladolid, Tenerife, Murcia, Ourense, Coruña, Santiago de Compostela, Málaga, Barcelona y Madrid -en esta ciudad hacía una muestra en la Galería Durán, cada dos años-, Miami... Así hasta hoy, que sigo. Las exposiciones de los últimos años fueron en la Casa das Artes de Vigo, en el Ayuntamiento de A Coruña y en el Museo de Pontevedra.

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