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Salud

La herencia

El altruismo es un mecanismo para asegurar la perdurabilidad de nuestros familiares, para favorecer la difusión de nuestros genes

La herencia

Richard Dawkins tiene una admirable capacidad de divulgación científica, no solo porque escribe muy bien, una cualidad que comparte con gigantes de la ciencia como Darwin, además consigue enhebrar explicaciones muy creíbles. En eso se parece a Freud, otro gran escritor que nos introdujo en un mundo que parecía una nueva revolución, tras la de Darwin. Él, Darwin, nos arrojó del centro de la creación cuando ya Copérnico había desplazado a nuestro planeta del centro del universo. Freud nos convenció de que nuestra mente no está al mando, que los impulsos y memorias subconscientes dirigen nuestra vida. Y así como la teoría de Darwin ha soportado todas las pruebas, la de Freud, como un corpus completo, se desmorona día a día, aunque quedará de ella mucha luz que ilumina aspectos de nuestra mente y nuestra conducta. Una de las bases de la teoría evolutiva de Dawkins, que es netamente darwiniano, es la idea del gen egoísta, título del libro que le hizo famoso. Considera que los seres vivos solo somos agentes, meros instrumentos de los genes que es la materia inmortal, esas moléculas que se trasladan de organismo en organismo adoptando diferentes envolturas caducas.

La idea de favorecer nuestros genes subyace en las primeras concepciones del altruismo como un mecanismo para asegurar su perdurabilidad en nuestros familiares. En ellos está nuestra herencia. Las hormigas no lo saben, pero se sacrifican por la reina, con la que comparten tres cuartas partes de sus genes; nosotros, con nuestros hijos, que compartimos la mitad. Por ellos nos sacrificamos para darles cobijo, alimentación, educación y ocio. Hay un reconocimiento antiguo de que llevan nuestra sangre y quizá eso haga que sean, en los primeros años, los hijos de las hijas los que son más celebrados. Pero en una sociedad machista, más tarde son los hijos de los hijos, por llevar el apellido, los que reciben más atención, o toda la atención. Porque algunos abuelos sufren cuando solo sus hijas les dan nietos, sienten que se extingue la estirpe. Tan importante es la cultura.

Los seres humanos más que genes trasmitimos cultura, esa es nuestra fortaleza. Como animales no valemos demasiado, pero como seres sociales que modifican y adaptan el medio somos imbatibles. Un medio que queremos trasmitir a nuestros hijos como herencia material: las propiedades que hemos ido acumulando con nuestro esfuerzo o que recibimos del de nuestros padres.

Cuando Melinda y Bill Gates decidieron colocar la mayor parte de su fortuna en una fundación porque creen que a sus hijos les deben educación y no propiedades, me pareció una postura que solo puede ocurrir en EE UU. No es raro que allí las personas que logran construir un imperio económico estén dispuestas a compartir con la sociedad una parte porque dicen que se lo deben al país. Se facilita con las leyes de fundaciones que les exoneran de impuestos, una forma de privatizar la solidaridad, para unos más efectiva, para otros menos porque no está sujeta a un plan general. Los Gates son un buen ejemplo de una fundación que está produciendo mucho bien en el mundo. Más sorprendente aún es el caso de Warren Buffet, que ni siquiera crea su fundación: dona cuantiosas sumas a la Fundación Melinda y Bill Gates. Y ambos, como muchos otros grandes capitalistas americanos, consideran que las herencias deberían tener aún más impuestos.

No es esta la postura de los políticos españoles, especialmente de la derecha, que responde, creo yo, a un sentimiento generalizado en nuestro país. Y es que somos una sociedad muy diferente de la americana. Tenemos familias más estables, más extensas, más dependientes y a la vez auxiliadoras. Recuerdo la crisis del sida en Nueva York que coincidió con la aparición de los yuppies, aquellos jóvenes que antes de los 30 años se hacían millonarios en Wall Street y vivían rápidamente, entre sexo, drogas y rock and roll. Caminaban por la cuerda floja sin red. Con el diagnóstico del sida perdían el trabajo, con los tratamientos sus ahorros, con el deterioro, el amor y misericordia de su familia y la caridad de los amigos: acababan en la calle. Eso en Europa, y en España, no ocurre, no solo porque tenemos una sociedad compasiva, la sociedad del bienestar, también porque nuestra familia está siempre ahí. Quizá por eso se produzca esa resistencia a compartir con los demás, con el resto de la sociedad, la herencia.

Es una contradicción lógica. Queremos una sociedad que sea capaz de asistir a los necesitados, pero nos cuesta contribuir a ello. Me decía una jefa de servicio de Neurología que solo dos pacientes le costaban un millón de euros al año, gasto que tendrían mientras vivieran. Lo pagamos entre todos, con nuestros impuestos, como se pagaría los del hijo del que se resiste a compartir parte de la herencia con el Estado, el que se hará cargo de sus necesidades extremas si le sobrevienen. De acuerdo que el Estado administra mal, que hay corrupción y que no siempre es justo en la distribución. Pero para los más vulnerables es el mejor seguro.

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