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Ni las santas escaparon al machismo

La jerarquía católica reinterpretó y se apropió de las historias de las primeras cristianas, que se rebelaron contra sus roles tradicionales y el poder patriarcal de Roma, indica la historiadora Clelia Martínez Maza

Ni las santas escaparon al machismo

La antigua ciudad de Cartago, en el actual Túnez, fue el escenario en el que se desarrolla la tragedia de la joven Perpetua. Corría el siglo III y los cristianos eran perseguidos por el emperador Septimio Severo. Perpetua apenas tenía 22 años cuando fue apresada por su fe, era una joven rica y con ella fueron detenidos sus esclavos, también conversos. Perpetua se rebela contra la autoridad de Roma y contra la de su propio padre, antepone su identidad al rol social que se le impone como hija, madre y esposa y se pone al frente de sus compañeros de martirio. Perpetua murió decapitada. Su actitud resultaba peligrosa e indecente para la sociedad patriarcal romana y más tarde también la Iglesia católica, aunque la ensalzó, tampoco se sintió muy cómoda con una mujer que cuestionaba sus obligaciones y su subordinación a los varones.

La catedrática de Historia Antigua de la Universidad de Málaga Clelia Martínez Maza habló de la historia de Perpetua y su esclava Felicidad en la conferencia "La construcción de la mártir perfecta: de la subversión inicial a la ortodoxia" en el homenaje que la Facultad de Filosofía y Letras de Oviedo dedicó a Amparo Pedregal, la profesora que introdujo los estudios de género en España, fallecida en 2015.

Y con la historia de la santa cartaginesa, Clelia Martínez recordó las de Ágape, Irene y Quionia, la de Crispina, la de Agatónica, Drusiana y Migdonia, o la de la niña Eulalia de Mérida, que se atrevió a espetarle al prefecto Calpurniano: "Tengo casi trece años, ¿crees que con tus amenazas se pueden asustar mis pocos años?".

MÁRTIRES, PERO INCÓMODAS

Martínez Maza refiere que en sus comparecencias ante los magistrados romanos las mártires cristianas aparecen descritas "muy alejadas de aquel ideal romano de mujer callada, discreta y sumisa ensalzado como modelo de perfección femenina por la moral tradicional".

A las autoridades el desafío de las cristianas les resulta más insultante que el de sus compañeros varones porque sus implicaciones son mucho más profundas, ya que conllevan "la deslegitimación del orden patriarcal establecido". "Además de tener ideas propias las expresan con un gesto arrogante" y con "insolencia". "Perpetua hasta se permite burlarse del tribuno", observa la historiadora malagueña. "Estas mujeres hacen gala de una libertad de expresión y de una contumacia que resulta más insolente aún por la condición femenina de quien la exhibe", señala.

Pero la transgresión de los roles tradicionales de esas primeras cristianas tampoco gustaba a la Iglesia, que educaba a las mujeres "en los mismos valores de 'pudicitia', obediencia al varón y discreción imperante en la sociedad" y que no podía permitir que desde el púlpito se difundieran esos modelos de conducta femenina.

Los obispos se las ingeniaron para reinterpretar sus historias, eliminando el contenido que podía "convertirse en potencialmente peligroso". Lo lograron, como explica Martínez Maza, presentando a aquellas mártires como "mujeres de una virtud y compromiso tan grande" que sobrepasaban su condición femenina. "Son mujeres de cuerpo, pero su alma posee virtudes que superan la sexualidad de su carne, y así lo muestra la virilidad de su comportamiento inusual en cualquier mujer", argumentaba el obispo Agustín de Hipona. Los padres de la Iglesia lo resolvían equiparando a sus santas con modelos masculinos, presentándolas como "atletas o combatientes" y dejando claro que "lo que entre los hombres se considera vil, informe y despreciable, alcanza delante de Dios grande gloria".

INICIOS DEL CRISTIANSMO

Martínez Maza, que compartía con su colega Amparo Pedregal el interés por indagar en el papel de las mujeres en las primeras épocas del cristianismo y en cómo se trasladó a etapas históricas posteriores, afirma que, además de ensalzar en las mujeres valores que la sociedad entendía como masculinos, la Iglesia recurrió a la estratagema de ridiculizar a sus verdugos y torturadores atribuyéndoles cualidades que calificaban como femeninas. "La virilización de las mártires se acompaña de la paralela feminización de sus oponentes masculinos y de la autoridad que representan", sostiene. Las mujeres "exhiben una capacidad de autodominio que acentúa la actitud rabiosa de sus torturadores y su violencia convulsa", según la catedrática malagueña, más propia de "la histeria" que la tradición considera un rasgo femenino. En el martirologio cristiano hay mujeres que renuncian a sus hijos, que desobedecen a sus padres y a sus maridos, que se niegan a mantener relaciones sexuales contra su voluntad, que se muestran arrogantes, altivas e insobornables, que no se callan la boca y que tienen que hacer mayores renuncias y soportar más presiones que las de sus compañeros varones. "El comportamiento heterodoxo de las mártires constituía un potencial alarmante y muy pronto la jerarquía eclesiástica supo detectar y encauzar ese potencial subversivo", señala Martínez Maza. Lo hizo, según la historiadora, convirtiéndolas en objetos de admiración y no en modelos de comportamiento "dignos de ser imitados".

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