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Los gallegos que buscaron las minas del rey Salomón

Se cumple el 450 aniversario de uno de los hitos de la conquista del Pacífico. Una expedición comandada por Alvaro de Mendaña y Pedro Sarmiento de Gamboa. llegaba a unas islas en las que creían que se hallaba el tesoro del mítico rey de Israel

La leyenda que vincula a las minas del rey Salomón con los Reyes Magos estaba muy extendida entre los siglos XV y XVI. Su origen procede de una particular interpretación de los Salmos bíblicos del rey de Israel, según la cual Salomón obtenía todas sus riquezas de unas islas maravillosas, una tierra mítica llamada Ofir que estaba situada "¡a tres años! de distancia de Jerusalén", refiere el periodista e investigador Jaime Mariño Chao, y era "un paraíso rebosante de piedras preciosas, oro, dándalo, marfil..." en fin, de riquezas sin límite. De allí habrían partido Gaspar, Melchor y Baltasar y allí creyó haber llegado el Descubridor durante su segundo viaje a las Indias, según narra en una de sus crónicas el italiano Michelle de Cúneo, que viajaba en la nao mayor. Cuenta Cúneo que, tras desembarcar en la isla principal del archipiélago de Bocas del Toro, situado al noroeste de Panamá, Colón creyó haberla encontrado: "Cuando desembarcamos en la isla y preguntamos su nombre, nos contestaron que se llamaba Sobo. Entonces al Almirante nos explicó que era el mismo nombre, pero que ellos (los indígenas) no sabían pronunciarlo correctamente", escribió Cúneo. Pero no, aquella, evidentemente, no era Saba, la "ínsula del oro".

Sin embargo el mito de la isla de del tesoro del rey Salomón fue, progresivamente, contagiando los sueños de algunos de los grandes navegantes de la época quienes, si acabaron por admitir que no se hallaban en América, ¿por qué las minas del rey Salomón no podían unicarse en los todavía inexplorados Mares del Sur?

Esta fue la reflexión que debieron hacer los impulsores de la expedición que, el 19 de noviembre de 1567, partía del puerto de El Callao (Lima, Perú) constituida por dos navíos: las naos llamadas "Todos los Santos" y "Los Reyes" (significativo nombre para la capitaneada por Sarmiento de Gamboa), a bordo de las cuales viajaban más de 150 hombres, bajo el mando de Álvaro de Mendaña y Neira. Figuraba, además, entre el cuadro de mando de la tripulación el que, junto a Gamboa, era en aquel momento uno de los más prestigiosos pilotos de la época, el coruñés Hernán Gallego, así como el escribano real Gómez Fernández de Catoira. Por si fuera poco, se daba la circunstancia de que en aquel momento, y ante la espera por el nombramiento del nuevo virrey de Perú, había asumido circunstancialmente el cargo Lope García de Castro. Todos ellos tenían en común haber nacido y/o criado en Galicia y, sin excepción, ser descendientes de gallegos. Como seguramente también lo era una parte de los marineros embarcados, pero a estos, como suele ocurrir, la Historia los ha extraviado en el anonimato: "Completaban la expedición - refiere Mariño Chao- 150 sufridos marineros, los grumetes (muchachos de 16 a 20 años), los pajes (niños de 8 a 10 años), el despensero, el carpintero, el calafate y cuatro frailes franciscanos. Cada uno con sus funciones y su salario: 25 pesos mensuales para un marinero (el precio de cien comidas servidas en las ventas del Callao) o 116 pesos para el piloto mayor. Antes de zarpar habían recibido seis meses de salario completo. Todos ellos dormían en el suelo de la cubierta o de la bodega, comían escasas raciones en escudillas de madera y bebían aún menos frecuentemente de lo que comían (en tiempos duros la ración llegó a ser de un cuarto de litro cada dos días). La mayoría habían sido reclutados de modo forzoso y alguno incluso había estado condenado a muerte. El gobernador había pensado de modo brillantemente pragmático que, si no se descubrían las islas de los Reyes Magos, al menos la expedición le serviría para librarse de gente problemática o, en sus propias palabras, evacuar gente bulliciosa".

Algunos historiadores sugieren que los gallegos también se habían enterado por boca de los quechuas de la la leyenda que decía que hacia el oeste se encontraban unas islas plagadas de oro, asi que inmediatamente se compararon estas islas con la Tierra de Ofir, lo cual, curiosamente, entremezcla dos mitos, el bíblico de Salomon y el de Eldorado, dos lugares utópicos cuyas búsquedas han costado miles de vidas de ambiciosos exploradores.

Lope García de Castro ejercía las funciones de virrey y encargó la dirección de la expedición a su sobrino Álvaro de Mendaña, cuyos méritos navegantes, a sus tempranos 25 años de edad, estaban todavía por demostrar, en contra de las aspiraciones del ya muy prestigioso Pedro Sarmiento de Gamboa, que tuvo que claudicar sus reivindicaciones de la iniciativa de la expedición. Como es lógico suponer, en ningún papel oficial figura que el objetivo de los navegantes fuese dar con las famosas minas del rey Salomón, sino que, oficialmente, se trataba de buscar una supuesta Terra Australis Incognita (un continente mítico al sur del globo que aparecía en muchos de los mapas de la época y que se creía que servía de contrapeso de las tierras del norte), explorar sus recursos y estudiar las posibilidades de colonización. Eso sí, en la popa de la nao "Los Reyes" figuraba este pequeño texto: "Los Reyes en nombre mío, porque sea guía mía/la estrella que fue su guía".

Refiere el citado Jaime Mariño Chao que Sarmiento de Gamboa y Hernán Gallego mantuvieron fuertes discusiones y algo más desde el primer día de navegación: "Hernán Gallego llevaba más de 20 años de servicio en Indias, era un cincuentón malhumorado que no tenía formación teórica, sino que había aprendido el oficio navegando, y solo se fiaba de su instinto y de su experiencia desconfiando de cartógrafos y sabidurías académicas. Había estado en la toma de Túnez como soldado y, en Italia, y su prestigio era indiscutible. De su carácter indomable nos habla un hecho: a los nueve días de zarpar, habiendo marcado el rumbo Pedro Sarmiento, como le correspondía por su cargo, Hernán lo varió sin consultar a nadie".

Primer descubrimiento

El día 10 de enero de 1568, la expedición se encuentra con una pequeña isla, probablemente la actual Nui, en Tuvalu y, 80 días después de haber iniciado el viaje, el vigía de la nao capitaneada por Gamboa gritó tierra a la vista; acababan de llegar a la isla de Santa Isabel. En la costa divisaron indígenas desconfiados con los cuales intentaron contactar. Para ello se valieron de canciones y música para así demostrar que no tenían intención de hacerles algún daño. En esa altura de la travesía, los exploradores gallegos habían recorrido 13.500 Km desde el puerto de El Callao, una distancia que dobla la que hubieron de superar las tres carabelas de Colón para el descubrimiento de América. Asentados en Santa Isabel, los miembros de la expedición "confraternizaron inicialmente con el jefe local y su tribu, descubriendo así la existencia de pepitas de oro y perlas", según descripción del historiador Javier Martínez Álvarez. Se ordenó la construcción de un bergantín para explorar los alrededores y se envió a dos grupos al interior de la isla. Uno de ellos, tras subir a lo alto de una sierra, comprueba que el lugar en el que se encuentran es una isla y no un continente.

Para proseguir la navegación, se procede a a construir una nueva embarcación, el bergantín "Santiago", con el que descubren islotes pequeños y grandes y, sobre todo, avistan una isla de grandes proporciones y gran resistencia de sus habitantes. "Dicha isla -refiere Martínez Álvarez- es descubierta por Pedro de Ortega, natural del pueblo sevillano de Guadalcanal, que dará nombre a esa nueva tierra. Los navegantes siguen explorando un poco más, realizando algunos nuevos descubrimientos y llegando casi a Nueva Guinea. desde donde finalmente deciden volver a Santa Isabel.

A su vuelta y después de contar sus hallazgos, toda la flota se dirige a Guadalcanal, llegando allí el 8 de mayo. Ese mismo día, Álvaro de Mendaña bautiza la zona, cómo no, con el nombre de las Islas Salomón. En Guadalcanal, las rencillas con las tribus serán constantes y las escenas más macabras se sucederán. Durante la búsqueda de víveres y la exploración del interior, la muerte perseguirá a los españoles, siendo comidos en ocasiones por los indígenas. También serán mutilados y despiezados. Se supone, claro está, que por el bando español se cometieron también otras tantas barbaridades con la pobación indígena, pero ya es sabido que la historia la escriben los ganadores. Cuando terminaron de explorar Guadalcanal, en el mes de agosto, Mendaña y los suyos deciden inciiare regreso a Perú,descubriendo por el camino la isla de San Cristóbal, en la cual tomaron presos a indígenas que se llevaron mostrárselos a las autoridades.

Tras tormentas y descalabros de 1568 que separaron las dos naos, el 17 de diciembre la capitana de Gamboa ve América a la altura de la Baja California. Días más tarde arribaría la almiranta. Ambas se reencontrarían en el puerto de Santiago, en el estado mejicano de Colima. Después de 40 días de descanso, en el que algunos fallecieron víctimas de las penurias sufridas, zarparon hacia El Callao, a donde arribaron llegaron el 11 de septiembre de 1569; casi dos años después de la partida.

Aquel viaje, "por su magnitud, anticipación, y hallazgos" está considerado uno de los hitos de la exploración del Pacífico. Tardarían dos siglos los europeos en pisar unas Salomón que, como señala el historiador Luis Gorrochategui, "bien podían haberse llamado las islas de los cuatro gallegos". Pero el empeño de Mendaña y Sarmiento aún no se había agotado y fructificaría en nuevas expediciones.

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