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El otoño pisa el acelerador

El acortamiento de los días hasta el solsticio de invierno y la necesidad de engordar, acumular una buena despensa y encontrar un refugio antes de que llegue el frío apremian el reloj biológico de los organismos

El otoño pisa el acelerador

Las prisas forman parte de la idiosincrasia del otoño. Prisa por deshacerse de las hojas, por diseminar las semillas, por acumular reservas (en forma de grasa corporal o de despensas), por irse, por encontrar un refugio adecuado para los meses fríos... Como el Conejo Blanco de "Alicia en el país de las maravillas", siempre pendiente del reloj y murmurando por la tardanza en llegar a su destino, los organismos de la naturaleza ajustan su reloj, su biorritmo, al compás de la estación y de la que está por venir, el invierno, que pondrá a prueba sus aptitudes de supervivencia, su previsión, su diligencia.

El fotoperíodo, es decir, la duración de la luz diurna, que desciende progresivamente hasta el solsticio de invierno (este año el día 21), es el motor que mueve los engranajes de los procesos biológicos que se suceden en otoño (de igual modo que el solsticio de verano regula el ciclo inverso), la fuerza que acelera el correr de las agujas en el reloj del Conejo Blanco. No hay tiempo que perder porque perderlo puede significar jugarse la vida. Un lirón o un erizo que entren en hibernación sin las suficientes reservas grasas no despertará en primavera. Una osa que no haya comido lo suficiente antes de recluirse en su refugio puede perder los oseznos que gesta en su útero. Un ave migratoria que espere más de la cuenta para iniciar su viaje tal vez no logre llevarlo a término porque ya encuentre demasiadas dificultades en el camino. Un murciélago o una rana que elija mal su retiro invernal se arriesga a morir de frío.

Por eso es importante no dejar de mirar el reloj, como el Conejo Blanco. Aunque el cambio climático está alterando su pulso y la hora señalada para migrar o para entrar en letargo no es la misma que hace unos años, ni la que será, por ejemplo, en una década. Si los organismos biológicos no son capaces de modificar su conducta a la misma velocidad que el clima evoluciona, habrá desajustes, problemas, tal vez catástrofes. Ya se han constatado "reprogramaciones" en los ciclos biológicos, pero pueden no ser suficientes. "¡Dios mío, voy a llegar tarde!", exclamaría el Conejo Blanco, presa de la ansiedad, de una autoexigencia que en el caso de la naturaleza es necesaria. "Llego tarde, llego tarde a una cita muy importante". La adaptación, el mecanismo que tienen los organismos para garantizar su éxito (por medio de cambios morfológicos, fisiológicos y/o de conducta), no puede perderse esa cita, el tren del clima.

A corto plazo, dentro de los márgenes de la estación, lo que cuenta es entrar en el invierno con las defensas activadas, la despensa (o la barriga) llena y en el lugar adecuado (ya sea una zona más favorable o un refugio seguro). Ésa es la carrera contrarreloj. La de fondo discurre por otra calle, difusa, menos perceptible, aunque entre una y otra existe el mismo nexo que entre los corredores de una prueba por relevos: están obligadas a encontrarse, a enlazarse para poder alcanzar la meta.

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