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Crónica viajera de un vigués apasionado por África

Augusto Rodríguez, cuando participó en un proyecto donde fotógrafos de todo el mundo dan clase a los chavales de Kibera, el mayor barrio de chabolas de Nairobi y el más grande de África

Si al vigués Augusto Rodríguez se le ocurriera invitarme a uno de sus viajes, de inmediato utilizaría mi catálogo de excusas para no viajar, aunque hay una de la que no podría servirme: que no tengo dinero. Y es que sabido lo poco que gasta no es un obstáculo en su caso, por lo que tendría que inventarme algo así como una fobia a África, lo mismo que me pasa con el vinagre. Digo África porque es la pasión de este vigués cuyos viajes he seguido a través del tiempo con más admiración que deseo, quizás porque mi edad no está para mochileos. Recuerdo que su primer contacto con África fue en el 2008 en Mozambique, y supongo que todos llegan a África por primera vez con una idea preconcebida sobre lo que nos vamos a encontrar y, sobre todo, de lo mucho que podemos hacer. Dice él que eso cambia casi desde el primer momento en que pones los pies allí y experimentas que en realidad el que recibe ayuda eres tú, como si te pasasen una esponja en la mirada para observar la vida de cerca. "Recuerdo -cuenta- que nada más llegar nos trasladamos, después de una visita a la playa de Pemba, hacia el interior. Empezaba a caer la noche, a lo largo del camino sonaba la percusión del batuki, los macondes cantaban ascendiendo por semitonos y creando una escala cromática -para que luego digan que la música africana es desestructurada-, los baobabs milenarios se asomaban a saludarte y el crepúsculo era tan increíble que en mi vida he llegado a ver otro igual".

Dicen los africanistas que todo ese cóctel hace detonar algo dentro de tu cabeza que te empuja a observar la vida de otra manera y ya no cambia, y lo llaman la maldición de África: una vez que vas estás condenado a volver. Eso le pasó al vigués, que en ese primer contacto con la realidad africana pudo documentar la vida en la prisión de Pemba, en donde se creó un grupo externo de ayuda jurídica y sanitaria, en una leprosería donde los miembros estaban perfectamente organizados y luchaban por sus derechos... En el 2009 estuvo en Tanzania, cuando ya había decidido hacer fotografía para documentar proyectos junto con su trabajo de fotógrafo, y vuelta a lo mismo: diferente país pero la misma cultura, la misma sensación de útero materno, de regreso al origen, de bienestar... Volvió en el 2012 a Mozambique, recorrió casi todo el país desde el lago Nyassa al archipiélago de las Quirimbas, cámara en ristre: fotografiando proyectos de sanidad para la campaña REDES AFRICA, haciendo retratos y todos los amaneceres que pudo, que fueron muchos más de los que imaginó, pues allí uno se olvida del tiempo occidental, de planificar, de agobiarte por lo que va a venir. "Eso no te vale de nada en ningún país africano -me decía- , lo normal es que al final hagas tanto o más de lo que imaginabas. En ese mismo viaje visité también Malawi, que es lo más parecido a un ciclorama donde se proyectan los mejores amaneceres y puestas de sol ¿qué más se puede pedir?, lo mejor de la vida es gratis solo es cuestión de verlo". El año pasado viajó a Kenia y ahí empezó a comprender que viajar a ese continente para él funciona también como un retiro en el que poder redimirse de occidente y de sí mismo probablemente. En Kenia recorrió parte del país en el llamado tren lunático, la misma ruta que utilizó Karen Blixen, autora de "Out of Africa", que utilizaron otros tantos aventureros de antaño; convivió con los masais en la frontera con Tanzania y visitó todos los parques que pudo. "Cuando viajas así -comenta-, integrándote con la población, el viaje es distinto, tiene un efecto retard y el gozo no muere al terminarlo".

Nuestro viajero vigués ex plica una de las razones de su admiración por ese continente. En su opinión no se comprende que a un pueblo que sonríe con la mirada, que siempre está alegre aunque no tenga nada, que siempre nos responde con amabilidad y nos recibe con los brazos abiertos aunque otros hayan marcado las fronteras en los mapas a golpe de tiralíneas, aunque se estén expoliando todos sus recursos sin importar el cómo... no se entiende que Occidente se queje por su llegada. "Es como si les dijéramos: expoliamos vuestros recursos pero quedaos ahí". África siempre te recibe y te abraza como una madre, mira hacia otro lado mientras sonríe y te deja recuperar todo lo que habías dado por perdido. La vegetación es diferente a todo y, de alguna manera, podríamos decir que coloca pero sin el narcótico que da la prisa sino por los amaneceres imposibles, las noches cargadas de estrellas, el olor de la densa tierra roja, el viento transeúnte, las forestas de acacias, el lecho termal de las playas de Mombasa o los increíbles pastos de limón que parecen abrazar toda la sabana. Ese archipiélago de sensaciones es al menos el que nos traslada este vigués "augusto", todo un compendio de razones para hacer el viaje aunque sepamos que África es mucho más en lo sociológico y en lo político y que es solo buenismo que se le abran de par en par las puertas de Occidente.

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