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El tiburón muere ante la multitud

El tiburón muere ante la multitud

El visitante más famoso del verano ha sido un tiburón agonizante, hospedado en Calas de Mallorca hasta su traspaso al paraíso de los escualos. Ha superado en audiencia a los Reyes, cuando solo venía a morirse en paz. No lo consiguió. Una playa entera, de la que formamos parte vicariamente, se quedó embobada ante la agonía de una tintorera, apenas un novillo en el argot taurino.

"He visto morir a un tiburón" será el souvenir más cotizado del verano. Centenares de millones de años de evolución, sinónimo de supervivencia, para caer convertido en una atracción de bañistas. La geografía de la playa recuerda al coso taurino, cuál es exactamente la diferencia con las corridas que hoy definen el límite de la abominación. No consta el número de personas que abandonaron asqueadas los alrededores, en muestra de respeto a la última voluntad del pez.

Decenas de veraneantes frente a un tiburón, que no podría comérselos a todos ni aunque dedicara a ello la vida entera. Así queda definida la relación cuantitativa entre los depredadores residuales y el nuevo rey de la creación. El primer error de los partidos animalistas consiste en rebajar a los animales a la altura de seres humanos, porque necesitan los votos de los segundos para mantener la ficción de que los primeros disponen de la mínima oportunidad.

La excusa, como de costumbre, es el miedo. Los bañistas han de fingir el terror implantado en sus cerebros desde tiempos atávicos. Desde Spielberg, más concretamente. En verano, hasta el pánico peca de artificial. A pesar de la publicidad que acompaña a cada dentellada de un escualo, los selfies causan involuntariamente más muertes que los ataques de tiburones. En la relación de doce a ocho en 2015, incluyendo al fenómeno que rodó por la escalinata del Taj Mahal mientras exploraba el encuadre idóneo para inmortalizar su visita. Pese a ello, nadie mira con susto a su smartphone.

Los turistas que contemplan horrorizado al tiburón moribundo no se separan del teléfono móvil, bastante más peligroso. Al contrario, se lanzarían a las aguas repletas de tiburones blancos, si fuera menester para rescatar su iPhone. La ley de las mayorías permite olvidar que al tiburón le asisten más derechos sobre esas aguas que a la mayoría de espectadores. Sin embargo, los periodistas narramos la peripecia como la alteración de nuestra convivencia por un intruso al que dar caza. El ser humano es la única parte de la naturaleza que puede permitirse el lujo de aburrirse soberanamente.

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