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Al fin y al cabo, la vida es un momentito

Una escena de la pieza teatral "El tratamiento".

Al fin y al cabo, la vida es un momentito. Eso se dice a sí mismo para consolarse y aplacar su angustia existencial el protagonista de "El tratamiento", una obra que se exhibe estos días en el teatro Pavón-Kamikaze de Madrid. Y es que el hombre está pasando por esa crisis existencial que dicen que se suele tener a los 40 años, cuando ya se ha vivido lo suficiente para hacer un primer balance y preguntarse si lo vivido se parece a lo soñado. Mentiría si dijera que yo tuve alguna crisis en esa década de cuarentón, no sé si porque andaba en tantas cosas que no me enteré de ninguna, incluida la de que estaba en crisis. El argumento teatral es el de un guionista en la cuarentena que por fin logra rodar su primer largometraje pero haciendo tantas concesiones que al final la película no tiene que ver con lo que escribió inicialmente. Para calmar su inquietud, el guionista se responde a sí mismo que, esté bien o mal la película, al menos la firma él y no va a dar más vueltas al asunto porque, total, la vida es un momentito. A mí esa crisis cuarentona me quedó atrás porque estoy en la sesentena, esa edad en la que lo que te preocupa es no ser arrollado por un coche y que el yogurín de un periódico titule "sexagenario atropellado al cruzar una calle", que suena fatal. El caso es que el azar y mi esfuerzo me hacen sentir una razonable satisfacción con lo poco alcanzado a mi edad, entre otras cosas porque nunca esperé cosas mejores. A mí el argumento de esa obra teatral que hasta el 8 de abril tenéis en Madrid derivó mi pensamiento (débil) hacia otra pregunta: ¿se parece esta sociedad que vivimos a esa que soñamos de crecientes derechos dentro de la órbita del liberalismo?

E l azar de mi nacimiento, en un tiempo y en un lugar, en concreto en las clases medias de una sociedad urbana que luchaba por derechos y otras mejoras tras muchos años de franquismo, me permitió ser testigo ilusionado y sujeto activo y receptivo de avances continuos en mi entorno social y laboral. Ahora mismo escribo en un tren acomodado en un asiento individual reclinable con pantalla o música optativas que nada se parece a aquellos trenes que cogíamos en los años 70 los estudiantes que volvíamos a casa en vacaciones, con trayectos inacabables, la calefacción estropeada y asientos comunitarios de índole pétrea que solo tu juventud soportaba. Acabada la carrera, mi experiencia laboral de asalariado experimenró mejoras progresivas, bien es verdad que sacándoselas a los empresarios por la presión de los sindicatos. Era un tira y afloja beneficioso para ambas partes, consecuencia de aquel pacto entre empresa y trabajo que dio pie a la llamada sociedad del bienestar.

Ahora veo a mis hijos, a sus amigos, y me pregunto cómo aquel pacto que se inventó el capitalismo tras la II Guerra Mundial para sobrevivir a la presión de la izquierda, que beneficiaba a todos y era muestra de la inteligencia reproductiva del liberalismo, se ha degradado e imbecilizado de tal manera. Ya no es que se hayan perdido derechos conquistados con mucho sacrificio sino que se está perdiendo hasta la dignidad laboral en una marcha atrás en que me atrevería decir que la gente joven tiene menos esperanza de futuro que la que sale de una guerra; que vive una precariedad laboral desesperante; que sufre una sobrecarga de tareas? Ves a tus hijos y compruebas cómo los que no tienen trabajo andan angustiados al borde del ataquede pánico y los que lo tienen viven estresados, al límite de sus capacidades para sobrevivir a la competencia de mercado: sueldos más bajos, jornadas más abusivas, disminución de derechos, empleos deslocalizados y siempre en el aire, perspectivas de futuro más inquietantes... Yo, que he tenido ocasión de entrevistar a economistas preclaros de uno u otro signo, sé que el análisis de toda esta situación es mucho más complejo, pero a veces hay que ir a lo básico y por lo claro. Dejémonos de pamplinas.

Me pregunto cómo ha llegado a tal deterioro cognitivo la inteligencia que se le supone a la sociedad capitalista, que parece poner las bases de su propio desplome por uno o una sucesión de estallidos. ¿O será que no da más de sí atrapada por sus propias contradicciones? Ves a un joven periodista, a una médica de urgencias, a un bancario, a un hostelero... tomas sus pulsaciones como se ha hecho recientemente para un reportaje periodístico y se pasan media vida laboral con una aceleración de latidos preorgásmica, y lo peor, sin tiempo para orgasmo alguno. No sé si son conscientes de la tensión que soportan, total para llegar a pobre sin morirse de hambre, y aún peor si eres bien pagado porque te lo sacan del alma. "No. Nos creemos invencibles hasta que el cuerpo o la mente se resienten", dicen los médicos. Y sus consultas se llenan de ejecutivos con insomnio, preinfartados, estresados, toda una patología nacida de la nueva realidad laboral. ¡Qué sistema más estúpido que está generando un estrés insoportable y sentando las bases de su destrucción exigiendo y no repartiendo y matando a su gallina de huevos de oro: la clase media! Bueno, no importa, al fin y al cabo la vida es un momentito.

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