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Una cita en Tallin con Arvo Pärt

La vieja ciudad hanseática permite acercarsea la raíz de la sobriedad y el misticismo del más internacional de los compositores estonios

El magnífico estado de la ciudad antigua ha ganado para Tallin la declaración de Patrimonio Mundial de la Humanidad. En su origen fueron dos ciudades, la alta habitada por gentes nobles y pudientes, y la baja reservada a comerciantes y menestrales. Entre ambas, una muralla específica se suma a la muralla general. Perfectamente conservadas, ordenan la visita en un deambular entre bastiones, grandes puertas y gruesas torres defensivas, con cuestas tortuosas y adoquinadas entre los dos niveles. El centro urbano es la plaza del Ayuntamiento, punto de encuentro peatonal en el que otrora se alzaron la picota grande para los delincuentes mayores y la pequeña destinada a faltas leves. Todos los edificios tienen historia y especialmente la farmacia que data de 1422 y es la más antigua del continente: un lugar de reunión, deliberación y tráfico de influencias, más eficaz a veces que el propio Consistorio: un añoso precedente de las reboticas conspiranoicas que aún quedan en la vieja Europa, y, notablemente, en los pueblos de España. En aquel espacio vimos actividades juglarescas que evocan las tradicionales en formas de hoy, como la de un grupo "street" que se gana los euros con arriesgadas cabriolas.

La capital de Estonia fue territorio ruso, sueco, polaco, danés y nuevamente ruso hasta la autoliquidación de la URSS. Las huellas de todas esas etapas le dan una personalidad muy atractiva en moderados volúmenes monumentales, como corresponde a la feliz preservación de la medida y el sabor medievales, y también al pragmatismo de la economía marítima. Tallin mantuvo óptimas relaciones con la alemana Lübeck, que fue la capital hanseática. La parte moderna y residencial, extendida en un largo tramo de tierra sobre el golfo de Estonia, reitera el estándar europeo sin rasgos diferenciales. La antigua es un libro abierto de las tradiciones europeas, en el que conviven las religiones. Después de las murallas, los edificios más notables son las iglesias: austeras las católicas y luteranas, complicada y decorativista la ortodoxa, con sus cinco torres rematadas en bulbos, mosaicos bizantinos y el típico iconostasio enjoyado hasta el mareo.

En la sobreabundancia templaria se me hizo presente la música de Arvo Pärt, el más internacional de los compositores estonios, que mantiene su residencia en Berlín desde que en 1980 optó por distanciarse del intervencionismo soviético. Nacido al lado de Tallin, se formó en el Conservatorio de la capital y es posible que la inspiración espiritual y el misticismo de gran parte de su obra traiga causa del clima religioso de la ciudad. Le conocí en Canarias, cuando su Festival de Música le encargó una obra y se personó en el estreno. La pieza, muy íntima y ferviente, titulada "Como cierva sedienta", desarrolla los salmos 42 y 43 en la voz de una soprano con coro femenino y orquesta. No hacía falta el contacto personal para reconocer la creativa religiosidad de Pärt, dada la gran difusión fonográfica de sus obras mayores: "La pasión según San Juan", "De profundis", "Fratres", "Magnificat", "Las beatitudes", "Missa syllabica", "Memento" y muchas otras en alternancia con formas sinfónicas y polifónicas más mundanas. Pero la persona y su expresión, coherentes con la reserva y la sobriedad del pensamiento místico, excitaron mi interés por los orígenes y las motivaciones.

Es en Tallin donde me encontré con la raíz de esa vertiente de Pärt. Y no sólo por la atmósfera de los templos, hoy sometidos a la insaciable voracidad turística y, aún así, raramente incorruptibles en su decantación histórico-litúrgica. Hace años se extendió entre la juventud una reviviscencia del canto gregoriano, alcanzaron récords de popularidad músicas espirituales como la "Sinfonía de los lamentos" del polaco Gorecki y ganó la tártara Sofia Gubailudina notoriedad mundial. Parecía una respuesta al materialismo de las sociedades posindustriales, pero duró lo que duran las modas. En todo caso, los títulos de Pärt eran anteriores a esa moda y la han sobrevivido limpiamente.

También me dio Tallin pistas valiosas sobre otras singularidades estéticas de su gran compositor. Así entendí el valor de lo pequeño en el núcleo de las grandes formas, como expresan sus incursiones en el minimalismo repetitivo, y, sobre todo, el "tintinabulis" (literalmente, "campanillas") que él define como formante estructural. Son modestos impulsos, brillos pasajeros, llamadas a la imaginación de lo grande a partir de lo mínimo. Una traza urbana como la de la capital de Estonia, salvada de la ostentación en sus formas mayores, celosamente fiel a la significación del detalle y guardiana del valor peculiar de cada una de sus coordenadas de cultura, invita a interpretar el "tintineo" de estímulos que entran por la vista y el oído, sin subestimar el olor de la piedra. Quedarse en la potencia de las murallas o la altura de las torres es limitador en conjuntos vetustos que han conocido durante siglos las evoluciones sociales de diversas comunidades humanas y la ósmosis de tantas señas culturales.

Un reloj de pared de hace cuatro siglos, el "pozo con rueda" en cuyo brocal formula la gente sus deseos, un icono en su hornacina, los escudos de armas de las familias notables que reemplazan las imágenes en el interior de un templo, la "pierna larga" y la "pierna corta" con que se denominan dos calles entre las ciudades baja y la alta ("Tallin es una ciudad coja", sentencia el humor local), las agujas cuadrangulares u octaédricas que rematan las torres eclesiales, el mural del siglo XV "La danza de la muerte", las puertas con blasones, las esculturas que evocan personajes populares, los añosos adoquines o los músicos que amenizan en las esquinas el paso de los visitantes son, entre otros muchos, "tintinabulis" cuyo ámbito semántico hay que descubrir desde la sensibilidad, como lo hizo Pärt.

El mar recuerda a lo lejos las navegaciones comerciales que dieron prosperidad a Tallin. Y seduce especialmente la coexistencia de la ciudad medieval con una urbe moderna que no le ha robado uno solo de sus atributos. Estonia es ahora miembro de la Unión Europea, con el euro por moneda y una participación muy activa en los proyectos y problemas de la comunidad. Lo mejor es que siga mostrándose a través de su cara histórica, sin una sola mixtificación.

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