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El mecenas de cervantes

El Conde de Lemos fue el protector del Manco de Lepanto y el destinatario de la última carta del genial escritor, que le había dedicado además varias de sus obras

Diego Fernández de Castro, VII Conde de Lemos.

Don Pedro Fernández de Castro Andrade, séptimo Conde de Lemos, fue el gran mecenas del siglo XVII, una centuria en que la nobleza tuvo una especial sensibilidad a la hora de apoyar a los artistas. Virrey de Nápoles, embajador en Roma y presidente de los Consejos de Indias y de Italia, además de ser una persona cultivada, el conde de Lemos procuraba también impulsar la cultura a su alrededor, y como hombre de letras supo ver las extraordinarias cualidades literarias de Miguel de Cervantes.

El gran Conde de Lemos nació en Monforte en el año 1576 y falleció en Madrid en 1622. Los biógrafos destacan sus cualidades como estadista, intelectual y mecenas, así como su lucha en favor de los derechos del Reino de Galicia. Como mecenas, Cervantes le dedicó la segunda parte del Quijote y le escribió su última y emotiva carta cuatro días antes de morir. Lope de Vega, por su parte, fue su secretario personal y llegó a calificarle de "Apolo y Maestro". Además, Fernández de Castro tuvo un trato intenso con escritores de la talla de Góngora, Quevedo, Vicente Espinel o los hermanos Argensola.

No se sabe con certeza cuándo se conocieron Cervantes y el Conde de Lemos, aunque algunos autores sitúan su primer encuentro en Valladolid hacia 1604. Más adelante, el autor del Quijote tuvo la esperanza de que el conde le incluyera entre los escritores que se iba a llevar a la corte de Nápoles. No fue así, pero Cervantes le siguió considerando su protector. En uno de sus poemas escribe: "Es el conde de Lemos, que dilata / su fama con sus obras por el mundo, / y que lleguen al cielo en tierra trata".

En 1613 le dedicó sus "Novelas ejemplares", llamándole "mi verdadero señor y bienhechor mío"; al final del prólogo vuelve a citarle: "Solo esto quiero que consideres: que pues yo he tenido la osadía de dirigir estas novelas al gran conde de Lemos, algún misterio tienen escondido que las levanta". En su dedicatoria de "La gitanilla" al don Pedro, Cervantes se toma a sí mismo con humor e ironiza sobre la calidad de sus obras: "Tampoco suplico a vuestra Excelencia reciba en su tutela éste libro, porque sé que si él no es bueno, aunque le ponga debajo de las alas del hipogrifo Astolfo, y a la sombra de la clava de Hércules, no dejarán los Zoidos, los Cínicos, los Aretinos y los Bernías de darse un filo en su vituperio, sin guardar respeto a nadie".

Retrato de Cervantes atribuido a Juan de Jáuregui.

Tres años más tarde, en 1915, le dedica también sus "Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados". En esta ocasión considera de nuevo al conde "como a mi señor, y firme y verdadero amparo". Cervantes defiende la calidad artística de las piezas editadas, pese a que no se representaron porque no las aceptaron los directores de compañías. Califica con mucha ironía las obras en boga en los teatros de "grandes obras" y los dramaturgos con éxito de "graves autores". En las últimas líneas anuncia la publicación de otras obras y le comenta que "Don Quijote de la Mancha queda calzadas las espuelas en su segunda parte para ir a besar los pies a V. E. Creo que llegará quejoso: porque en Tarragona le han asendereado, y malparado".

Las muestras de respeto y gratitud hacia su mecenas son constantes, como las que le expresa en su dedicatoria de la segunda parte del Quijote, publicada ese mismo año de 1915. "Enviando a Vuestra Excelencia los días pasados mis comedias, antes impresas que representadas, si bien me acuerdo dije que don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos a Vuestra Excelencia; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega, me parece que habré hecho algún servicio a Vuestra Excelencia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro don Quijote que con nombre de Segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe".

Escribe Cervantes sobre el mecenazgo de Don Pedro Fernández de Castro y señala que "en Nápoles tengo al gran conde de Lemos, que [?] me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear". Y concluye con nuevos elogios y un "Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad bien conocida contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie".

Su última carta

Es también conocida la emocionada despedida que dirige a su protector, cuatro días antes de morir, al dedicarle su obra póstuma "Los trabajos de Persiles y Segismunda": "Aquellas coplas antiguas que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: Puesto ya el pie en el estribo, quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras las puedo comenzar diciendo:

Puesto ya el pie en el estribo,

con las ansias de la muerte,

gran señor, ésta te escribo.

Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de Vuestra Excelencia, que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuestra Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero, si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos y, por lo menos, sepa que quiso pasar aún más allá de la muerte, mostrando su intención. Con todo esto, como en profecía, me alegro de la llegada de V. E.; regocíjome de verle señalar con el dedo y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas dilatadas en la fama de las bondades de V. E. Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de las Semanas del jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía (que ya no sería sino milagro), me diere el cielo vida, las verá, y, con ellas, el fin de la Galatea, de quien sé está aficionado V. E., y con estas obras continuado mi deseo; guarde Dios a V. E. como puede. De Madrid a diez y nueve de Abril de mil y seiscientos y diez y seis años.

Criado de vuestra Excelencia,

Miguel de Cervantes".

Más allá de las hipótesis que relacionan a Cervantes con Galicia por nacimiento, lo cierto es que un gallego, el Conde de Lemos, fue quien hizo viables muchas de las creaciones del genial escritor. Don Pedro Fernández de Castro Andrade fue también escritor, y en uno de sus libros, "El búho gallego haciendo cortes con las demás aves de España", defiende los derechos del viejo Reino de Galicia.

Como señaló hace ya un siglo Fernández de Béthencourt, quedan todavía muchas incógnitas sobre la relación del Conde de Lemos con Cervantes y sobre la clase de protección que le prestó. Hubo algunos intentos -incluso de una condesa de Lemos- de localizar otro tipo de correspondencia escrita entre ambos, pero las pesquisas no han dado fruto hasta el momento. Como escribió Béthencourt al presentar la obra del Marqués de Rafal sobre el Conde de Lemos, "puede que algún día la casualidad ciega ponga tales noticias ante los ojos del que menos las buscare".

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