La segunda semana del juicio contra el presunto asesino en serie Jorge Ignacio P. J., que desde ayer está más cerca de la condena a prisión permanente revisable -uno de los supuestos es para los autores de dos o más asesinatos-, entra hoy en su recta final. La novena jornada de la vista oral que un tribunal popular sigue desde el 13 de junio contra el presunto autor de las muertes violentas y buscadas de Arliene Ramos, Lady Marcela Vargas y Marta Calvo, y de las intentadas de otras ocho mujeres que sobrevivieron, servirá precisamente para escuchar el testimonio de tres de ellas.

Son las víctimas consideradas 5, 6 y 7 -Levante-EMV omite facilitar siquiera su nombre de pila, que es el que se está utilizando en el juicio para evitar confusión a los jurados, con tal de preservar por completo su anonimato, aunque sus ataques pierdan individualización y humanización-. Una de ellas es española, otra en natural de Paraguay y la tercera, de Colombia. A dos las intentó matar en Manuel, en la casa alquilada a nombre de su madre, en la calle San Juan Bautista, donde consumaría finalmente su plan con Marta Calvo, y a otra, en una casa de citas de València. Dos tenían 30 años y otra, 27. Y los tres feminicidios intentados vuelven a compartir la misma vulnerabilidad: eran mujeres en situación de prostitución a las que sometía, tal como contarán ellas mismas hoy desde el estrado, embadurnando sus cuerpos desnudos con cocaína e introduciéndoles a traición piedras de esa sustancia en los genitales y administrándoles bebidas intoxicadas con alguna sustancia que las aturdía hasta la inconsciencia.

La víctima número 5, de las once conocidas, fue captada por el ahora acusado cuando apenas habían transcurrido dos semanas desde la muerte violenta de Lady Marcela Vargas, sobre la que ayer dejaron claro los forenses y los genetistas de la Policía Nacional que fue asesinada en un mecanismo combinado de intoxicación letal con cocaína y asfixia con las manos cuando ya estaba indefensa e inerte y que el autor había dejado un reguero de ADN incriminatorio en su cuerpo y en la habitación donde tuvo lugar el encuentro.

La llevó a Manuel por temor a la Policía

Dado que esa muerte se había producido en una casa de citas en València solo 15 días antes, Jorge Ignacio P. J., ante la posibilidad de que hubiese una investigación en marcha, diseñó su próximo ataque en la casa de Manuel. Fue en la madrugada del 30 de junio. Recogió a la mujer, de 30 años y española, en la avenida del Puerto de València y la llevó a Manuel.

La víctima número 5 detallará cómo se sintió morir tras ofrecerle una copa de caca, cómo se empeñó en administrarle cocaína una y otra vez pese a su creciente oposición, cómo perdió el conocimiento sin saber cuánto tiempo y cómo logró escapar tras una ducha fría, que no sintió, y después de alertar a una amiga a la que incluso envió su ubicación en tiempo real. Cuando le mintió diciendo que su amiga iba a ir a buscarla a la estación de tren más próxima, la de Manuel-L'Énova, aunque la chica desconocía incluso su existencia y ubicación, el presunto agresor le dijo que se fuera andando hasta allí pese a ser plena madrugada, a que no sabía ni dónde estaba, a su mareo, al tiempo que estuvo más cerca de la muerte que de la vida y a la distancia: más de tres kilómetros, parte de ellos por caminos rurales.

Finalmente, accedió a acercarla él con el coche y acabó pagándole el billete de vuelta a València. Él intentó quedar de nuevo, pero la mujer lo bloqueó, muerta de miedo. Acabó denunciando cuando vio la desaparición de Marta, a la que la víctima número 5 afirma encontrarle parecido físico consigo misma, y el lugar donde ocurrió: Manuel.

Golpes en la cara e insultos: la agresividad

La aceleración en los ataques es otra de las cuestiones fundamentales en esta causa contra el supuesto depredador que quedará hoy de manifiesto. Las víctimas 5, 6 y 7 fueron atacadas en un plazo de dos meses: el 30 de junio, el 26 de agosto y el 26 de septiembre. Entre los primeros había incluso cinco meses de intervalo. De ahí se redujo a tres. Luego dos, uno y, los últimos previos al asesinato de Marta, apenas unas semanas de diferencia.

Con la víctima número 6, el encuentro tuvo lugar en una casa de citas de la calle Lladró i Mallí de València. Como en las anteriores, hubo bebida previa, en este caso, cerveza, "con un sabor raro" a partir de la cual la mujer empezó a sentirse mareada y hubo introducción a traición de "piedras y piedrecitas de cocaína". Muerta de miedo y convencida de que estaba intentando envenenarla, acabó echándolo después de que se pusiera muy agresivo con ella, agarrándola del pelo, insultándola y apretándole y cogiéndole la cara (como a Lady Marcela, dadas las marcas halladas en su cadáver). La mujer explicó en su momento que estuvo 32 horas sin dormir y 37 sin comer nada, con fuertes taquicardias y mareos.

Otra víctima que regresó de la muerte

El ataque a la víctima número 7 llegó solo un mes después, confirmando esa aceleración. Fue el 26 de septiembre de 2019 y nuevamente en Manuel. La mujer, colombiana, de 30 años, fue recogida por él en la avenida de las Corts Valencianes y trasladada a la citada localidad de la Ribera Alta. Como a las demás, le preparó una bebida (vino blanco), la embadurnó el cuerpo con cocaína, sobre todo la zona genital y continuó con esa dinámica pese a la creciente oposición de la joven, cada vez más mareada y aturdida. Incluso le sorprendió "intentando introducirle una bola grande de cocaína en la vagina".

La mujer declaró en su momento cómo le restregaba cocaína sobre el cuero cabelludo y bajo los senos, insistiendo en el izquierdo. Perdió el conocimiento sin saber durante cuánto tiempo. En ese intervalo, tuvo sueños alucinógenos en los que veía a familiares que le pedían que regresara, que no se quedase o que llorarían mucho. Le pareció todo muy real. Además, expuso que realizó prácticas sexuales de sumisión a las que jamás había accedido antes "por asco".

Cuando recuperó la conciencia y le dijo que quería irse porque entraba a trabajar, intentó que se quedara ofreciendo pagarle su sueldo de un mes para después de insistirle en que la esperaría a la salida del trabajo para regresar a Manuel y seguir donde lo había dejado.

Esta mujer acabó yendo en busca de ayuda médica al hospital Arnau de Vilanova nada más acabar su trabajo ese día, pero lo único que obtuvo fue un test hospitalario de orina que confirmaba la presencia de cocaína y, cuando le expuso a la médica de urgencias que la habían envenenado con otra sustancia, la respuesta fue que eso suponía análisis más complejos y que solo se hacían en casos de extrema gravedad, así que no se practicaron.

Finalmente, la joven decidió denunciar cuando se enteró de la desaparición de Marta Calvo, a la que conocía desde hacía tiempo, y reconocer en su historia la suya propia.