Madrugada del lunes 7 de junio de 2004. Un vecino de la calle Jesús María Ordoño de Burgos oye gritos que le parecen de mujer: "¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Déjame salir!". También ruidos de golpes y de "corrimiento" de muebles. Son las 05.37 horas. La hora es precisa porque se levanta y consulta el reloj del pasillo. En otro piso del mismo edificio un segundo vecino también se despierta. ¿La causa?: "Un fuerte grito de dolor". Pero no es el de una mujer, sino de "un varón joven". Somnoliento, mira su despertador: las 05.45 horas. Aguza el oído y percibe que arrastran "una mesa o una mesilla". Y de repente se hace el silencio. Nadie escucha nada más. Así que, sin darle más importancia, regresan a sus camas para apurar las pocas horas de sueño que tienen por delante. Pronto arrancaría un nuevo día.

Las voces, los gritos, los ruidos? que escucharon estos vecinos procedían del edificio de al lado. Del piso 5ºA del número 14. Sin embargo, el amanecer en el barrio fue como otro cualquiera. Una jornada cotidiana. Porque aún transcurrirían casi 20 horas hasta descubrirse la tragedia. Hubo que esperar a la siguiente madrugada. Varios allegados de la familia de la "vivienda del horror", preocupados por no tener noticias de ella en todo aquel lunes, llamaron a su puerta en plena noche. Nadie contestó. Alarmados, unos tíos que tenían un juego de llaves fueron a por ellas. Y abrieron. La imagen fue brutal. Un paisaje de sangre y más sangre. Horrorizados, llamaron a la Policía Nacional.

La escena que se encontraron los agentes era muy dura. La sangre encharcaba el vestíbulo, el pasillo y varias estancias del piso. Pero lo peor estaba por llegar. En la cocina, bajo la mesa, se hallaba el cadáver del cabeza de familia, Salvador Barrio Espinosa, alcalde pedáneo de un pueblo cercano, La Parte de Bureba, de apenas 150 habitantes, donde, con su hermano, se dedicaba a la agricultura al frente de una próspera cooperativa. De 53 años, su cuerpo presentaba 50 puñaladas. En el dormitorio conyugal, a los pies de la cama, estaba su esposa. Asesinada. Julia dos Ramos Santamarina, de 47 años y natural de Queirugás, en Verín (Ourense), tenía 17 cuchilladas. Y en el pasillo apareció el cadáver de un niño de 11 años. Álvaro. El hijo menor del matrimonio. Le habían asestado 32 puñaladas.

Los cuerpos sumaban 99 cuchilladas. Además, las tres víctimas habían sido degolladas, con cortes "muy certeros". Uno de los autos judiciales del sumario del caso califica lo ocurrido de "horripilante" y "execrable" por el ensañamiento del autor. Ángel Galán, comisario jubilado, estuvo años al frente de las pesquisas como responsable del grupo UDEV Central de la Policía Nacional. Bregado en crímenes, admite que fue uno de los casos "más impactantes" que se topó en su carrera. "Una salvajada", sintetiza hoy.

El único superviviente fue el hijo mayor del matrimonio, Rodrigo, de 16 años. No dormía en la vivienda. Horas antes del crimen, el domingo por la noche, su padre lo había llevado a la estación de autobuses para que tomase el autocar hacia el Colegio de los Gabrielistas de La Aguilera, cerca de Aranda del Duero, donde estaba interno. La psicóloga del centro le dio la noticia. Para amortiguar el impacto, primero le dijo que sus padres y su hermano habían sufrido un "accidente". Ya en Burgos, en casa de unos tíos, le contaron la verdad. El adolescente "perdió el control". Se hirió en los nudillos tras asestar un puñetazo en la pared. Lo llevaron al hospital.

El asesino tenía llaves

¿Cómo se produjo el triple crimen? La cerradura de la puerta principal no estaba forzada. Ni ningún otro punto. La principal hipótesis es que quien entró tenía llaves. El primer objetivo del asesino fue Salvador, el padre, el más corpulento y el que mayor resistencia podría mostrar. Unas manchas de sangre en la almohada parecen evidenciar que el agresor lo sorprendió en la cama donde dormía junto a su esposa y que en el dormitorio comenzó a acuchillarlo.

El excomisario Galán cree que allí el homicida lo dio por muerto, dirigiéndose a la mujer, Julia. Tras dejarla sin vida fue a por el niño. El pequeño, asustado, había cerrado la puerta de su habitación con pestillo. El asesino la echó abajo. Una huella ensangrentada de una de sus patadas quedó estampada. Sacó al menor y lo mató en el pasillo. La tesis policial es que el padre, ya moribundo, llegó a salir de su dormitorio y se arrastró por el pasillo. "Había sangre de él en el pomo de la puerta principal, como si hubiese intentado salir", relatan. Pero no lo logró. El atacante lo remató en la cocina.

Las pesquisas dibujaron un perfil del autor de aquella atrocidad. Ángel Galán no tiene dudas de que era alguien "muy cercano" a las víctimas. "Tenía llaves del piso", sostiene. Y parecía conocer "bien" la casa. Tanto que incluso no descarta que hubiese actuado a oscuras. En aquel piso lleno de sangre no había ni una mancha en los interruptores. "Las evidencias señalan a una persona alta y zurda o ambidiestra", apunta además el sumario sobre el individuo.

El agresor actuó solo. Así lo delataron las huellas ensangrentadas que dejó por el piso. Los informes periciales las identificaron como de una zapatilla Dunlop Naviflash de entre los números 42 y 44, "que se asemeja más al 44". El atacante se habría cambiado ese calzado antes de salir de la vivienda. Porque fuera, en las zonas comunes del edificio y accesos, no se halló ni una mancha que permitiese intuir la carnicería perpetrada de puertas adentro. Con la excepción de otra huella, limpia pero marcada en polvo, en la azotea del inmueble.

Salvador recibió sepultura en La Parte de Bureba. Los cuerpos de su mujer y su hijo pequeño fueron enterrados en Verín, en Queirugás. Rodrigo, el hijo huérfano, se mudó a ese municipio. Fue arropado por los siete hermanos de su madre, dos de los cuales se convirtieron en sus tutores. Sin perder contacto con su familia burgalesa, fijó su vida en Verín.

Unos ataques llenos de odio

La Policía Nacional inició la compleja investigación bajo la tutela del Juzgado de Instrucción 2 de Burgos. ¿Quién perpetró unos asesinatos que destilaban tanto odio? Julia, la mujer, no tenía enemigos. Ama de casa y muy familiar, llevaba una vida sin sobresaltos. Los agentes trataron entonces de averiguar si había algo en la actividad de su marido Salvador, bien como pedáneo o como agricultor, que aportase un hilo del que tirar.

El sumario desvela que se indagó en si alguien podía tener deudas con los fallecidos. También si el cabeza de familia podría haber levantado "envidia" por la "buena situación económica" que gozaban. No se pasó tampoco por alto que acababa de comprar una cosechadora de más de 120.000 euros. Ya la había pagado, pero eso lo sabían muy pocos, por lo que no se descartaba que quien cometió los crímenes hubiese entrado en la casa pensando que el dinero para la máquina agrícola estuviese allí guardado.

Estas hipótesis eran como dar palos de ciego. Ninguna prosperaba. La familia tenía una vida tranquila. El robo también se descartó ya que no desapareció nada de valor. Ni siquiera los 150 euros que Salvador tenía en su cartera ni los 1.800 que había en un armario. La lógica era aplastante. Quien entró en el piso no buscaba nada material. Solo iba matar. A todos. ¿Por qué?

Fueron muchos los investigados al inicio. Uno, un problemático vecino de La Parte de Bureba, Ángel R.P. Tenía mala relación con Salvador. Y ni tras su muerte lo ocultó: a la hora del entierro se puso a pegar acelerones con un tractor cerca del cementerio. Y dejó unas pintadas insultantes en el panteón. Fue detenido y condenado por lo que escribió allí. Pero se le descartó como asesino. "Angelillo", como lo conocían en el pueblo, volvería a aparecer sin embargo en el caso. Con más fuerza. Pero eso ocurriría -de hecho su posible implicación se sigue investigando- años después. Así que retrocedamos en el tiempo.

Los meses transcurrían sin respuestas. Dos años después del triple asesinato, en 2006, el hijo y hermano de las víctimas, Rodrigo, rompía su silencio en la Plaza Mayor de Burgos. Para reclamar justicia. Para que el asesino recibiese "su castigo". "Sigue libre y puede volver a matar", alertaba.

Y llegó la "Operación Caín"

Apenas transcurriría un año desde aquella concentración cuando explotó la "Operación Caín". Y para incredulidad de todos, el detenido resultó ser el propio Rodrigo. Seguía viviendo con su familia de Verín, aunque de lunes a jueves estaba en la residencia de la Universidad Laboral de Ourense. Allí lo detuvo la Policía Nacional el 13 de junio de 2007. Dado que tenía 16 años en el momento de los hechos, el caso pasó a manos del Juzgado de Menores de Burgos.

El arresto derivó de un atestado policial que concluyó que el hijo mayor del matrimonio asesinado era el posible autor en base a "una prueba directa, siete indicios y las contradicciones" en las que habría incurrido. Como posibles móviles se apuntaban "un odio exacerbado" a sus padres y hermano pequeño, subrayándose los "celos" hacia este último, junto a "ser el único heredero de un patrimonio de alrededor de un millón de euros".

El sospechoso apenas estuvo tres días en un centro de menores. Y tras quedar libre, se le retiraron las medidas cautelares. La investigación continuaría pero, en marzo de 2010, la juez de Menores sobreseyó provisionalmente el expediente abierto contra el joven. La decisión la confirmó la Audiencia Provincial de Burgos. ¿Por qué? ¿Qué tenía contra el chico la Policía y que llevó a Fiscalía y jueces a considerar que esas conclusiones no eran más que "elucubraciones o sospechas"?

La "prueba directa", argumentó la Policía, era que el joven tenía las dos llaves del coche de su padre. Por tanto, que una se la había llevado de la casa aquella trágica noche. Los jueces rebatieron que había más llaves -al menos tres- y que, en todo caso, esa posesión tenía más explicaciones "posibles" que "su extracción del lugar del crimen". En cuanto a los indicios, uno era que tenía llaves del piso de Burgos. Aunque fuese así, se replicó en los autos, no permitía deducir "que las utilizó para entrar en el domicilio y matar a su familia".

Otra evidencia era que en un registro años después en Verín se encontró un anillo que la madre solía llevar de colgante en una cadena. ¿Cómo llegó de Burgos a Galicia si no era de manos de Rodrigo? Los magistrados dijeron que era una "mera suposición", al no ver pruebas de que la mujer lo llevase en el momento del asesinato.

El resto de datos de los agentes estaban sustentados en la desaparición de una cajetilla de tabaco y la alteración de unas colillas, las coincidencias de la complexión del chico y su personalidad "fría" con el perfil que se dibujó del asesino o en que aquella madrugada tuvo "la posibilidad" de desplazarse desde el colegio donde estaba interno hasta Burgos capital. Y regresar al centro antes de que amaneciese, sin ser visto y al volante de algún vehículo de las instalaciones educativas. El chico era menor, pero sabía conducir. Todo fue desechado. No había base para acusarlo.

Una causa reactivada

El arresto y posterior desimputación de Rodrigo dividió a la familia de Verín. Sus tíos, los hermanos de su madre, tomaron diferentes posiciones. Varios lo creían inocente. Pero cuatro de ellos, representados por el abogado Adolfo Taboada, pelearon judicialmente, sin éxito, para que el caso contra el joven no se archivase.

Ni siquiera los últimos acontecimientos han disipado las sospechas que albergaban hacia su familiar. Porque la causa se ha reactivado, pero en otra dirección muy distinta. Quien está ahora imputado por el triple crimen es Ángel R.P., el mismo vecino que tras los asesinatos hizo las pintadas en el panteón de Salvador.

Condenado en 2014 por matar a una vecina octogenaria también de La Parte de Bureba, a "Angelillo" se le vincula con la desaparición de un joven búlgaro. ¿Mató él a la familia de Burgos? La causa está bajo secreto. Unas llaves del despacho de Salvador cuando era pedáneo halladas en su poder, el hallazgo en su casa de unas zapatillas Dunlop como las del asesino o la coincidencia de un cuchillo suyo con las lesiones de las víctimas lo mantienen investigado.

Con la instrucción abierta, muchas sombras rodean todavía a lo sucedido en Burgos hace casi 14 años, cuando una primaveral madrugada se tiñó de rojo, el de la sangre de una familia que murió marcada por 99 puñaladas.

Nadie en su entorno se podía imaginar el terrible final que la vida iba a deparar a Salvador, a su esposa Julia y al hijo pequeño del matrimonio Álvaro, al que, aquella trágica madrugada de junio de 2004, apenas le faltaban tres semanas para cumplir los 12 años. Solo sobrevivió el hijo mayor, entonces de 16 años e interno en un colegio. La familia vivía en Burgos, de donde era el hombre. Aunque su residencia principal la tenían en la capital, Salvador estaba apegado al pueblo de La Parte de Bureba. Su implicación era doble: como alcalde pedáneo y por su trabajo, que centró, junto a su hermano, en las tierras que poseían. También trabajaban las de otros vecinos. La agricultura permitía a la familia tener una desahogada posición económica. Pese a ello, relatan sus conocidos, no eran ostentosos. "Eran ahorradores", cuentan. Y trabajadores, resaltan. Muy trabajadores.

Julia era natural de Queirugás, en Verín. Allí poseían también una casa, pegada a las de los hermanos de ella. El matrimonio y sus hijos viajaban a Galicia siempre que podían. La distancia no había roto ni un ápice los fuertes lazos con la familia ourensana. Semanas antes de los crímenes, en Semana Santa, habían estado allí. Les gustaba también ir en otras fechas señaladas, como navidades o carnavales. El día anterior a la tragedia la mujer había hablado con su madre por teléfono. Además de al matrimonio, el asesinó mató a su hijo Álvaro. Un niño muy extrovertido. Solo tenía 11 años.