El 18 de agosto de 2010 la pontevedresa Sonia Iglesias desaparecía sin dejar ni rastro. Se la había visto, por última vez, en pleno centro de Pontevedra. Desde entonces han pasado siete largos e interminables años para su familia, que sigue clamando justicia y que ha aprendido, a su manera, a convivir con el dolor que supone no volver a ver a un ser querido. Su hermana Mari Carmen confía en que algún día se esclarezca qué pasó realmente con ella.

-Siete años sin Sonia. Es duro imaginar la evolución de una familia ante una pérdida de este tipo...

-Pasas de la incertidumbre de los primeros momentos a la resignación de que a lo mejor nunca se llegue a saber nada. Resignación, rabia... Ves que pasan los años y que no se consigue nada. Que cuanto más tiempo pasa, más difícil es que se pueda llegar a saber algo, como ocurre con muchos otros casos en España.

-¿Es fácil perder la esperanza?

-Cada vez va a menos. Aunque se dice que es lo último que se pierde, con el paso de los años ves que es más difícil que pueda salir a la luz algún nuevo indicio. Se perdió la oportunidad en los primeros días de haber hecho más cosas de las que se hicieron, como ves ahora en otros casos. Ha evolucionado mucho más la ley de violencia de género. En otros casos ves que en los primeros momentos detienen a sus exparejas, los interrogan... Pero en el caso de mi hermana eso no sucedió. Pasaron tres o cuatro días antes de que viniera la Udev de Madrid (la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta) y después fuimos todos a declarar, pero no hubo nadie detenido en ningún momento.

-Esa siempre ha sido su queja.

-Sí, es algo que siempre echamos de menos. Las circunstancias que se hubieran podido dar en esos momentos no se van a dar ahora.

-¿Las sospechas de la familia siguen centradas en la expareja de Sonia?.

-Siete años después miras quién es la única persona que ha salido beneficiada y ves que solo es una. No hay ninguna otra. Todo el entorno de Sonia hemos salido perdiendo. La única persona que ha salido ganando es una.

-¿En qué sentido?

-En el de que sigue viviendo en la vivienda propiedad de mi hermana, aprovechándose de la situación de que tienen un hijo en común, que tiene 15 años y sigue siendo menor de edad.

-La familia se había planteado pedir la custodia. ¿Qué les echó atrás?

-En su momento nos planteamos pedirla, pero mis padres tenían miedo a hacerlo, y mi sobrino también. Todos tenían miedo a que le pudiese ocurrir algo similar a su madre.

-¿Cuál es el fin de esta marcha siete años después?

-Para que el caso no quede en el olvido, para demostrar que su familia sigue ahí, luchando, y que esperamos que si algún día aparece algún indicio, la Policía retome el caso. Sobre todo saber algún día qué ocurrió en torno a su desaparición. Es todo una incertidumbre, una incógnita, no sabes nada y a lo mejor tienes que hacerte a la idea de que nunca vas a saber nada. Yo lo asumo de forma diferente a mis padres. Para ellos es más difícil no saber nada. Yo, como madre, les entiendo.