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ASUNTOS PROPIOS

«Hay que dar voz a los evacuados del sistema»

Heredero de Foucault y Bourdieu, usó como herramienta de análisis social la vergüenza que sentía por su origen humilde para repensar la identidad y la estructura de clases

El sociólogo 
francés Didier
 Eribon. 
|  Zowy Voeten

El sociólogo francés Didier Eribon. | Zowy Voeten

Núria Navarro

Salir de un barrio obrero de Reims y llegar a ser admitido en las filas de la intelectualidad parisina no fue un camino plácido. Didier Eribon sintió «vergüenza». Pero la utilizó como herramienta de análisis social, repensando la identidad y la estructura de clases. Heredero de Foucault y Bourdieu, el autor de libros como «Retorno a Reims» y «Vida, vejez y muerte de una mujer del pueblo» (Taurus/Angle Editorial) exploró en Kosmopolis (CCCB) cómo la memoria familiar puede revelar las fracturas sociales.

«Un milagro sociológico», le definen.

Mi madre era limpiadora y mi padre, peón de fábrica. Crecí en una vivienda social del extrarradio de Reims. Y en aquel cubo de cemento, yo fantaseaba con convertirme en un filósofo. Inviable. La explicación que doy a mi emancipación es la homosexualidad.

¿En qué sentido?

Mi padre era homófobo: cada vez que aparecía un actor gay en televisión, lo insultaba. Y era a mí a quien insultaba. A los 15 años comprendí que era homosexual. Necesitaba alejarme de allí. Ser gay, pues, fue el factor determinante de mi deseo de pertenecer al medio cultural parisino.

Un salto poco usual, ¿y problemático?

Venía de un lugar en el que no se leía un solo libro, no se iba al cine ni al teatro. Sin capital cultural, al llegar al medio burgués sentí vergüenza. Me resultaba más difícil hablar de mi origen que de mi sexualidad. Tuve que corregir mi acento y mi vocabulario de clase popular del norte porque se reían de mí.

Aun así, consiguió entrar en el círculo.

Utilicé la vergüenza como instrumento para analizar la estructura de clases. Al morir mi padre, volví a Reims y descubrí que la posesión de la cultura es un instrumento de la dominación. Bourdieu señaló en «La distinción» que funciona como una forma de violencia simbólica que naturaliza las desigualdades. La distinta frecuentación al sistema escolar —mi padre dejó la escuela a los 13 años para ir a la fábrica, yo estudié hasta los 25—, marca una distancia en relación con el tiempo y el espacio, con las amistades, el trabajo y el ocio.

¿Con el voto? Su madre, antigua votante del Partido Comunista, se decantó por Le Pen.

Cuando era adolescente, toda mi familia votaba al Partido Comunista («El Partido», decían). Era el portavoz de sus intereses en el espacio político. Les daba su dignidad. Hasta que las grandes fábricas cerraron, el PC se hundió y el Partido Socialista adoptó pronto la agenda neoliberal, diciendo que ya no había clases. Apeló a la responsabilidad individual —lo que significa la destrucción del Estado de bienestar—, y la gente se sintió ignorada y despreciada. Mi madre decía: «Nos han traicionado».

¿No pudo desarmar su desazón?

La primera vez, cuando le dije: «Mamá, no puedes votar al Frente Nacional, es fascista», contestó: «Es mi voto de protesta». Luego volvió y volvió a votarlo, y lo naturalizó. Vi cómo mi madre sustituía en su discurso el «soy obrera» por el «soy francesa». Alerté de esa mutación y un diario alemán tituló: «Eribon es el profeta de la catástrofe». Simplemente, percibí el fenómeno cuando emergió.

En 2017, escribió que votar a Macron era asegurar la victoria de Le Pen en 2023.

En la peor crisis existencial desde mayo del 68, con un expresidente entrando en la cárcel y el robo en el Louvre, eso parece aún más probable. Hay estudios que explican el voto a la extrema derecha en Europa por la demolición de los servicios públicos. Los gobiernos de Hollande y Macron han desmantelado el sistema de salud, reducido el profesorado, suprimido la financiación de vivienda social.

En este panorama, ¿dónde se sitúa?

No es ningún secreto que soy un elector de La France Insumise de Mélenchon, que defiende el restablecimiento de los servicios públicos, la defensa de los derechos de los trabajadores y la financiación de su programa a través de un impuesto a los más ricos: el 2% sobre la renta de los patrimonios de más de 100 millones de euros.

Una postura con foco ténue.

Las 500 mayores fortunas de Francia han doblado su patrimonio desde la llegada de Macron, pero él quiere aumentar impuestos a los que ganen más de 1.600 al mes. Es como Robin Hood pero al revés: roba el dinero a los pobres para dárselo a los ultrarricos. Hay un espacio de esperanza en La France Insumise, que son atacados por todos los medios de comunicación, a todas horas.

¿Usted ha sido atacado?

Annie Ernaux, tantos otros y yo recibimos algún que otro insulto. Pero, contra el desprecio de clase, omnipresente, hay que dar visibilidad a los dominados, inferiorizados, despreciados, evacuados del sistema. Necesitamos intelectuales, escritores y asociaciones que les den voz en el espacio público.

Curiosidad: ¿ya no siente vergüenza?

No. Quise mantener a distancia a aquel niño de Reims, pero lo recuperé.

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