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De resucitar a los muertos a retratar fetos como adultos con IA: entre el duelo y el peligro del recuerdo eterno

En aras de recordar a aquellos que no están y traerlos al presente, se han vuelto cada vez más comunes las animaciones de personas fallecidas a través de inteligencia artificial. Se mueven, hablan y, en los casos más avanzados, incluso pueden dialogar con los vivos. Pero esta práctica no solo se aplica a los que ya no están, sino a los que aún no han llegado con proyecciones de cómo serán los bebés cuando crezcan a partir de fotografías de infancia e incluso ecografías. El debate, a todos los niveles, está servido

De resucitar a los muertos a retratar fetos como adultos con IA: entre el duelo y el peligro del recuerdo eterno

De resucitar a los muertos a retratar fetos como adultos con IA: entre el duelo y el peligro del recuerdo eterno

A. Chao

A. Chao

Vigo

En ciertas culturas existía y existe la creencia de que las fotografías podían capturar o robar el alma, una idea que refleja el asombro y el temor ante la posibilidad de inmortalizar la esencia humana mediante una imagen. Hoy, en pleno auge de la inteligencia artificial, esa inquietud parece renacer bajo nuevas formas. Ya casi se ha vuelto común «devolver a la vida» de manera simulada a aquellos seres queridos que han partido. Y de los que ya no están a los que aún no han llegado: la tendencia de proyectar cómo será una persona a partir de la imagen de recién nacido o, incluso, de una ecografía ya no nos es ajeno. También hay quien, con resultados sorprendentes, pone a prueba la fiabilidad de la IA con fotos de la infancia pidiéndole una estimación de cómo serán con el paso de los años y comprobando si, efectivamente, el pronóstico se corresponde con la realidad.

Más allá de creencias espirituales, estas prácticas, que emocionan y generan debate casi a partes iguales, llevan a preguntarse si nos devuelven fragmentos de la esencia de aquellos que echamos en falta o si solo construyen simulacros cada vez más convincentes de lo que una vez fuimos o podríamos llegar a ser.

En este sentido, Senén Barro, experto en Inteligencia Artificial y director del Citius, apunta que a día de hoy la tecnología permite, en función del material registrado que haya de la persona en cuestión, «generar recreaciones muy realistas» que incluso logre un nivel de interacción en el diálogo muy similar al real. Con todo, desde su conocimiento sobre cómo se tejen los mimbres de la IA, no duda en poner el acento en su carácter de «artificial», especialmente cuando se trata del ámbito de las emociones

Es ahí, en el plano de estas emociones y el duelo, donde arroja luz sobre estas prácticas el psicólogo clínico Xacobe Abel Fernández. Advierte que los impactos se evalúan después de que las cosas pasen y pone el foco en el gran momento de transformación cultural y social que estamos viviendo. «Cuando hay cambios tan incipientes y poca experiencia, lleva casi irremediablemente a hacer cosas mal», señala. Sin embargo, estos mecanismos son los que permiten, y han permitido la evolución. Sin ir más lejos, cosas que actualmente consideramos de lo más cotidianas en, por ejemplo, nuestra manera de comunicarnos y relacionarnos fueron cuestionadas pocas décadas atrás. Con toda esta perspectiva, el experto siempre apela a la prudencia ante esta falta de experiencia.

Centrándose más específicamente en el duelo, Fernández pone una palabra a la cabeza: respeto. Los antecedentes a la recreación y animación de personas fallecidas mediante inteligencia artificial se encuentran en ciertas técnicas de hipnosis que perseguían sensaciones similares a las de estos «reencuentros».

El riesgo de estas prácticas está relacionado con la posibilidad de estancarse en el duelo

Xacobe Abel Fernández

— Psicólogo

La motivación, ahonda, surge porque cuando alguien pierde a otro «toda la energía y amor que volcaba en esa persona se queda sin sitio al que ir». En el proceso de duelo se trabaja encontrar nuevos lugares o proyectos «en los que invertir esa capacidad de amar, reservando una parte para que la persona fallecida no desaparezca».

Desde esta perspectiva, un uso puntual de estas experiencias con IA para las despedidas, señala Fernández, puede ser productivo. El verdadero riesgo aparece cuando «se mantiene la totalidad de esa energía en la persona perdida, estancándose en lo que pudo ser, aferrado a una recreación que me impida convencerme de la ausencia y avanzar».

Uso de imágenes ajenas

Del mismo modo que el deseo de «revivir» a los seres queridos no es algo actual y a lo largo de la historia se ha recurrido a diferentes «técnicas» para mantener perenne la sensación de presencia, el uso de imágenes tras la muerte con este fin tampoco es algo exclusivo de esta época. De hecho, la tradición de fotografías «post mortem» para conmemorar a los difuntos tuvo gran relevancia entre los siglos XIX y primer tramo del XX en Galicia. Esos retratos formaban parte del ritual funerario con el objetivo de conservar la memoria del fallecido.

En pleno XXI las herramientas tecnológicas han permitido dar un salto significativo. Como apunta Senén Barro, «las nuevas tecnologías abren nuevos escenarios, pero sobre algunos ya contemplados, funcionan realmente como amplificadores». Esa expansión multiplica también los debates deontológicos y éticos, en este caso cuestiones como las implicaciones que tiene usar la imagen o la voz de alguien que ya no puede dar o quitar su consentimiento sobre dicha utilización.

 ¿Qué implicaciones tiene usar imágenes de alguien que ya no puede dar su consentimiento? La protección de datos, el derecho al olvido, los incipientes testamentos digitales… son ya algunos recursos existentes. Con todo, los expertos apelan a la necesidad de marcos deontológicos, pero, especialmente, normativos que avancen con los tiempos e impidan usos lesivos.

Infancia

De los que terminan su vida a los que apenas la han empezado. O tal vez ni eso. Estas prácticas se extienden también a la proyección de cómo serán de adultos niños o fetos.

A todo lo ya dicho, el psicólogo especializado en adolescencia y orientador Román Marín, vuelve a poner el foco en el equilibrio. «Imaginar cómo será nuestro hijo o hija forma parte del proceso de gestación», expone, añadiendo que «una herramienta se vuelve buena o mala dependiendo del uso que hagamos de ella. Y esta no es una excepción: si hacemos un uso consciente y responsable, puede alimentar la ilusión del proceso de gestación, pero lo importante es amar al hijo que tengamos, no al hijo que dibujamos en nuestra cabeza»

Un uso lúdico de esas aplicaciones puede resultar entretenido, pero si tomamos eso como verdad absoluta es cuando el riesgo florece

Román Marín

— Psicólogo

Además, incide, «los riesgos están asociados a nuestras expectativas y cómo las gestionemos. Me recuerda a las aplicaciones que simulaban cómo envejeceríamos: un uso lúdico de esas aplicaciones puede resultar entretenido, pero si tomamos eso como verdad absoluta es cuando el riesgo florece. Al final, la felicidad tiene mucha relación con nuestra capacidad para aceptar las cosas que no podemos controlar».

¿Y qué pasa si, para terminar, le preguntamos a la propia IA su opinión sobre este debate? Usar inteligencia artificial para animar o hacer hablar a personas fallecidas es algo profundamente delicado. Puede tener un valor emocional real para quienes buscan consuelo o una forma de despedirse, siempre que se haga con respeto y sensibilidad. Sin embargo, también plantea problemas éticos importantes: la falta de consentimiento, la posibilidad de distorsionar los recuerdos y el riesgo de explotación comercial o emocional. En el fondo, esta práctica nos obliga a reflexionar sobre los límites entre la memoria, la tecnología y la muerte, y sobre hasta qué punto deberíamos intentar mantener viva una presencia que ya se ha ido o todavía no ha llegado.

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