Veinte años a través de los «sí, quiero» que construyeron una Galicia más igualitaria
Dos décadas después de la aprobación de la norma del matrimonio homosexual, tres de las primeras personas que legalizaron su relación recuerdan el camino hasta la consecución de ese derecho

Imagen del enlace entre Guillermina y Estela, la primera boda entre lesbianas de Galicia.

Si le pedimos que eche la vista atrás y piense en 2005, los recuerdos que vendrán a su mente le ofrecerán una miscelánea de eventos que, como la vida misma, tendrán sus luces y sus sombras. Es más, seguro que le parece casi imposible que hayan pasado 20 años desde entonces. Habrá momentos familiares destacados, aniversarios significativos, tal vez alguna ausencia… Los amantes del motor quizá lo recuerden como el año en que Fernando Alonso se hizo con su primer mundial de F1, y los cinéfilos por el premio Óscar de Mar adentro. Pero si hay una efeméride verdaderamente trascendental, es la que encumbró en aquel momento a España como uno de los países a la vanguardia de los derechos: la aprobación de la ley del matrimonio igualitario.
Aquel 30 de junio de 2005, la norma impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero supuso un avance fundamental en la lucha por la igualdad y los derechos civiles. A pesar de una fuerte oposición por parte de sectores conservadores y de la Iglesia, la ley fue aprobada con un respaldo mayoritario en el Congreso, permitiendo que las parejas homosexuales pudieran casarse con los mismos derechos que las de distinto género, incluida la adopción. Fue un momento clave que marcó un antes y un después en la sociedad española, consolidando su compromiso con la diversidad y los derechos humanos. Y España llegaba de las primeras.
Los debates estériles sobre el uso de la palabra «matrimonio» o el recurso presentado por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional –que tardaría siete años en resolver la total legitimidad de la norma, allá por 2012– no lograron ensombrecer la conquista.
«Fue la materialización de la felicidad». Así lo recuerda dos décadas después Guillermina Domínguez, quien, junto a su mujer Estela, protagonizó la primera boda entre lesbianas de Galicia. «Casarnos fue una manera maravillosa de reivindicar la necesidad de esta ley». El amor lo llevaban de serie desde 1998.
Guillermina (Santiago, 1953) nació en el seno de una familia conservadora e «hipercatólica». En ese contexto de plena dictadura franquista, no era fácil identificar una sexualidad que no respondía a los estereotipos del régimen y de la época. «Ni se mencionaba», añade. Por eso, ella trazó el mapa de vida para el que se la había predispuesto: «Te creaban, crecías, te multiplicabas y luego ya, si acaso, morías», describe con buen humor.
Por el camino, aunque su deseo de juventud era estudiar arte dramático, «pero mi padre me dijo que no mantenía a cabareteras ni mangantes», estudió Filosofía y Letras: «La Historia me ha dado mucho». Recuerda que, en la Asamblea del 68, germen de protestas estudiantiles contra el régimen, «pensaba en política y libertades», pero tampoco se observaba a sí misma en busca de su identidad sexual.
Finalmente, se casó con un hombre y tuvo tres hijas. Hasta que, a finales de los 90, se divorció. Casi un año después conoció a Estela, «y nos enamoramos como adolescentes». No fue que un viernes por la tarde, sin nada que hacer, decidiese «volverse lesbiana», un chascarrillo que ella misma utiliza. Simplemente, se reconoció en lo que había sido siempre, «y fue maravilloso». No tanto en relación con su entorno, a excepción de sus hijas (la más pequeña tenía entonces 7 años). «No encajaba en ciertos estereotipos. Tuvimos que enfrentar muchas estupideces que la gente no abarca. Fue duro», insiste. Pero fue justo. Y el camino hacia una felicidad que desborda hasta el día de hoy.
Casi con la misma premura, para «celebrar la ventana a la cordura que se abrió con esta ley», contrajo matrimonio José Luis Quintela con su marido. El 1 de octubre de 2005 se convirtieron en la primera pareja del mismo sexo que formalizó su relación en el Concello de A Coruña.
«Recuerdo el ruido mediático y un sinfín de declaraciones», explica. No querían quedarse en el limbo que pudiese ocasionar el recurso ante el Constitucional, así que ejercieron su derecho, «reconocido al fin por el Estado para legalizar nuestra unión. El amor y el proyecto de vida ya lo poníamos nosotros». Fue un trámite sencillo y rápido: «Cinco minutos, dos testigos y los funcionarios. No necesitábamos el gran salón de bodas», añade.
«Sin duda estamos ante la ley más justa: solo suma, no le resta nada a nadie, sino que hace justicia con una parte de la sociedad que carecía de un derecho», concluye.
Unos meses después, en abril de 2006, Ourense acaparaba la atención por un nuevo matrimonio igualitario: el de Pepe Araujo, edil de Cultura por el PP en la capital de As Burgas. Pero los focos ya habían recaído sobre él en el mismo momento de la aprobación de la norma, casi un año antes.
Hasta entonces, como él mismo explica, vivía su vida y su relación sin esconderse, «pero tampoco con un cartel que lo pregonase. Mi familia, amigos y entorno lo conocían. Actuábamos libre y normalmente», añade. Sin embargo, en 2005 se volvió lo que hoy diríamos viral –aunque entonces no existiesen apenas las redes sociales–. «En aquel momento sentí la necesidad de apoyar la ley de manera pública», independientemente del cargo que ostentaba y de la postura del partido al que pertenecía. «Era una cuestión de derechos, no de siglas».
Se limitó a poner sobre la mesa quién era, y eso le permitió además «conocer más a personas estupendas que me brindaron su apoyo, como Celia Villalobos o Pedro Zerolo».
Ni un paso atrás
Tres historias con un nexo común y una perspectiva de presente y futuro: no ceder en los derechos adquiridos.
Guillermina recuerda 22 años de dictadura franquista, «los patronatos de mujeres, lo que se hacía con gais y lesbianas…», y toda la lucha necesaria para llegar hasta aquí, «¡cómo para volver atrás!». Con todo, como gran conocedora de la historia, recuerda con cierto temor que «si no se aprende bien de ella, siempre se repite». Por ello muestra cierta preocupación por los jóvenes, y recuerda que los derechos tardan mucho en conquistarse, «pero la policía de la conciencia llega de un día para otro y llama a nuestra puerta».
Esto no significa que se muestre pesimista, «si fuese así, no seguiría aquí, luchando y reivindicando», ahonda. Pero sí permanece alerta ante un posible retroceso. Apunta a un antídoto: «La importancia de la educación. Educación de verdad, no esas falacias de la ‘neutralidad ideológica’».
Pepe Araujo también echa la vista atrás y valora muy positivamente la evolución de la sociedad española. «Pienso en cómo era la adolescencia, los colegios, cómo se vivía en otros momentos, y veo la realidad actual, en la que puedo defender mis derechos con la ley en la mano», reflexiona. Eso no le impide ser consciente de «los acosos, agresiones e incluso asesinatos, por lo que debemos seguir trabajando por defender las libertades, en este y en todos los contextos».
«Lo que detecto es que estamos en una época de mucha opinión fácil, poco fundamentada, en la que todo vale, con mucho ruido y muy poca información», señala por su parte José Luis Quintela. En su experiencia actual como docente, tiene la posibilidad de hablar con jóvenes y subraya la importancia de que cuenten con «referentes solventes».
Veinte años después, el eco de aquellos «sí, quiero» resuena más allá de los registros civiles. La lucha no fue en vano sino un paso valiente hacia una sociedad más justa y digna. Como dijo Nelson Mandela: «La libertad no tiene sentido si no incluye la libertad de amar».
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