CENTRO PIONERO EN ESPAÑA
El infierno de Vicente hasta entrar en la primera residencia para mayores LGTBI de Madrid: "Algunos han muerto sin poder venir, es una cuestión de dignidad"
La Fundación 26 de diciembre retoma la remodelación del edificio, situado en el distrito de Villaverde y al que accederán 62 de las 800 personas que atiende la organización anualmente

Vicente, uno de los usuarios de la Fundación 26 de diciembre y posible residente del futuro asilo en Villaverde, Madrid. / ALBA VIGARAY
Pablo Tello
La vida de Vicente no ha sido fácil. Cuando cumplió 18 años su familia le echó de casa por su orientación sexual. “Me junté con una amiga que era como yo y nos fuimos a vivir de los hombres, de la prostitución. Dormíamos por el día y por la noche nos vestíamos de mujer para ir a trabajar. Había veces que me sacaba 30.000 pesetas en un solo día y, al acabar a las 06:00 am, nos íbamos de marcha. Y así todos los días”, rememora justo antes de parar la conversación en seco y bajar la mirada. En una de esas noches, un coche paró delante de ellos. Se subieron, como de costumbre: “Nos hicieron creer que eran clientes y dentro nos enseñaron la placa policial”. Tanto Vicente como su amiga fueron trasladados a los calabozos de la Puerta del Sol. De ahí a la Prisión de las Salesas y, posteriormente, a la de Carabanchel. “En esa cárcel franquista viví la peor experiencia de mi vida. Cuando vi que me metían ahí, todos los tíos me miraron con cara de sátiros. Querían acostarse con lo que fuera. Me violaron entre siete hombres de 30 años. Me metieron en una habitación e hicieron conmigo lo que quisieron”, recuerda.
No le pilló de susto, dice. “Yo ya era gay, pero que te lo hagan a la fuerza, es distinto. Si hubiera sido consentido, lo hubiera aguantado, pero que te coja uno de un lado, otro de otro lado a oscuras… me daba miedo. No sabía quién me estaba metiendo mano, fue horroroso. Y luego me amenazaron. Me decían que como dijera algo, me cortaban el cuello”. Fue en esa violación cuando Vicente contrajo el VIH: “Soy portador desde entonces”. Cuando abandonó el presidio, no volvió a saber nada de sus hermanos ni de sus padres, quienes no le dejaron nada tras su muerte. Según confiesa, ha hecho de todo a lo largo de su vida: “Antes todos los armarios estaban cerrados o se abrían muy despacio por miedo. Era sentarse en un banco con un chico y ya tenías a la policía encima de ti. Te desnudaban en la calle, como si fueras un animal, para ver si llevabas droga. A mi me pillaron varias veces. Consumía hachís, coca, caballo, pastillas… de todo. He hecho de todo y la vida me ha tratado muy mal. Dormí entre cartones en Atocha mucho tiempo y deambulé de habitación en habitación con gente mala hasta que la fundación me dejó un piso con el que he podido recuperar la estabilidad”. A sus 71 años, hace ya dos que llegó a la Fundación 26 de diciembre y es uno de los candidatos a entrar en la primera residencia para mayores LGTBI de España.

Vicente contrajo el VIH en la antigua Prisión de Carabanchel, donde estuvo encarcelado con apenas 20 años. / ALBA VIGARAY
Siete años han hecho falta para reunir el capital necesario para remodelar y acondicionar el edificio en el que se emplazará este proyecto. Ubicado en el distrito de Villaverde, en Madrid, acogerá a 62 de los usuarios pertenecientes a la fundación. “Se nos cedió la infraestructura en 2018 para los próximos 30 años, pero teníamos que asumir la reforma. Es un esfuerzo que hemos hecho como colectivo y nos ha costado muchísimo tiempo, más de siete años”, explica Federico Armenteros (66), Presidente de la fundación. El complejo, construido como vivienda pública social por el Ministerio de la Vivienda en 1980, sufrió dos explosiones ocho años después, pasando a ser propiedad del IVIMA: “En vez de reedificarlo, se hizo una residencia de corta estancia que, más tarde, estaría vandalizada hasta 2018, año en que se produjo la cesión”. Desde entonces, el equipo busca abrir un refugio para quienes no encuentran en los asilos convencionales.
800 personas al año
Gracias a las subvenciones que la Comunidad de Madrid ha concedido a la fundación en los últimos años, se han logrado alcanzar los cuatro millones de euros necesarios. “Nos hemos encontrado con dificultades estructurales y teníamos que poner todo en pausa cada vez que el dinero se acababa”. En junio se ha recolectado el capital restante y, según aseguran, la reforma se encuentra en su fase final y el hogar de retiro abrirá a finales de este año: “Al haber estado pausada tanto tiempo, tenemos que volver a pedir el permiso de obra al Ayuntamiento. Estamos esperanzados de que, por lo menos, podamos inaugurarla en una fecha importante para el colectivo como es el 26 de diciembre, día en el que se modificó la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social en 1978”. Casi medio siglo después, Federico considera un hito inaugurar la primera residencia para mayores LGTBI+ en España con el fin de mostrar los avances conseguidos en todo este tiempo: “Antes, cuando éramos delincuentes, rápidamente nos hacían cárceles y centros especializados. Ahora, cuando se trata de cuidarnos, se hacen los remolones”.

Uno de los rincones del centro comunitario de la Fundación 26 de diciembre, en Madrid, donde atienden a más de 800 personas al año. / ALBA VIGARAY
La entidad, que atiende a unas 800 personas cada año, cuenta con una larga lista de posibles residentes entre sus usuarios más frecuentes. “Es una cuestión de dignidad, algunos han muerto sin poder venir. Han pensado que esto era la tierra prometida y fallecían sin poder verla. Algunos por cáncer y otros por deterioro cognitivo o enfermedades mentales”, añade Armenteros, que tiene claro que las plazas se llenarán y hará falta una ampliación: “Vamos a tener que abrir otra, estoy convencido. De la misma forma, existen ancianos que, tras vivir en residencias convencionales, descubren que no quieren estar ahí: “El otro día me llamó la hija de una persona mayor que está en un geriátrico para contarme que los compañeros de su padre han descubierto que es homosexual a los 76 años y le están llamando sidoso, maricón y pederasta. El problema no es la residencia en sí, sino los compañeros que le hacen un bullying terrorífico. Él está solo, no tiene ganas de vivir ni quiere terminar sus días en un lugar donde no se le valora. Por los valores que le han inculcado desde pequeño cree que el silencio es la única opción y no quiere hablar por miedo”.
Por eso, desde la Fundación 26 de diciembre creen esencial rodearse de trabajadores especializados en atención a mayores del colectivo: “La mayoría están emocionados porque saben que ya hemos firmado. No queremos hacer guetos, sino espacios donde poder acabar sus días tranquilos, integrados y cuidados. No ser un juguete, un número o algo con lo que ganar dinero”. Sin embargo, no será un espacio exclusivo, por lo que también podrán acceder personas que no sean del colectivo si así lo decide el equipo. “Un gueto es donde te metían, no donde tú querías meterte. No todas las personas con plaza serán homosexuales o transexuales ni les vamos a pedir que se conviertan”, bromea. El único requisito necesario para acceder a la nueva residencia será el respeto y las ganas de pertenecer a este hogar: “Necesitan esa respuesta porque no se la dan en otro sitio y sufren de soledad, depresión, enfermedades y pobreza, porque no pueden abandonar esa realidad. Hay que darle la vuelta a la tortilla y hacerles ver que pueden seguir participando en esta vida”.

La futura residencia para mayores LGTBI se ubicará en el distrito de Villaverde y contará con cuatro plantas para 62 personas. / ALBA VIGARAY
Feliz en la dictadura
Como Federico, Vicente espera con ansia la apertura de la nueva residencia desde uno de los pisos que la fundación pone a disposición de sus usuarios: “Tienen cinco viviendas donde nos alojamos algunos de nosotros y nos cobran 180 euros al mes para pagar los gastos. También como en el centro comunitario, que nos juntamos 10 y los viernes 14 o 15. Comemos, charlamos y vemos una película. Somos una familia”. Dice estar empalagado de todo, aunque, en realidad, se encuentra encantado de los cuidados y la atención que le brinda el personal de la fundación: “Son todos encantadores, me han ayudado mucho. Yo antes estaba como una pelota, sin saber hacia dónde iba. Ahora, por fin, estoy a gusto” Sin embargo, hace años que no vive su sexualidad con normalidad. “Para mi los hombres ya no significan nada. Antes siempre tenía ganas de conocer a alguien, me metía en los baños de El Corte Inglés con desconocidos… Ahora ya no siento nada cuando veo a un hombre desnudo. He vivido muy deprisa”, desvela. Si bien se refiere a la dictadura como una experiencia traumática, considera que llegó a ser feliz con lo que tenía: “Ligar era difícil porque la gente tenía miedo, pero también tenía su encanto porque no existían los móviles. Ahora con darle a un botón ya tienes un tío en casa”.
La homofobia persiste pese a los avances logrados, aunque nada es comparable a la represión vivida hace más de medio siglo. “Se metían conmigo y me pegaban. Ahora la gente no lo ve como una cosa extraña y que se casen dos hombres ya es normal, pero en mi juventud no podías arrimarte a un hombre porque te llevaban preso”, cuenta. Vicente sostiene que ya no vive situaciones incómodas por su condición sexual. No porque los delitos de odio se hayan erradicado, sino porque no se muestra tal y como es: “A otros compañeros se les nota mucho más la pluma, pero a mi ya no. Soy gay, pero siento que se me ha pasado el arroz”. A la espera de que la primera residencia para mayores LGTBI abra sus puertas en la capital, el madrileño es uno de los posibles candidatos. “No hay una lista concreta de personas que vayan a entrar porque aún está en el aire, pero él es una de las opciones”, expresan los trabajadores del centro comunitario. Este asilo es, en sí mismo, un refugio: “Tendré que entrar porque si no, me quedaré en la calle, ya que no tengo nada. Me da más seguridad que una residencia convencional porque entre nosotros nos entendemos, podemos hablar sin que nos miren mal o nos digan algo y evitar situaciones incómodas a una edad tan avanzada”.

Al cumplir 18 años, los padres de Vicente le echaron de casa por su condición sexual. / ALBA VIGARAY
"La sociedad nos lo debe"
El vecindario de Villaverde, conocedor de la iniciativa, espera con expectación la llegada de los futuros residentes que ocuparán las cuatro plantas del edificio. “Es dar vida al barrio, integrarlo en la residencia”, suma. A falta de implementar la domótica, los techos y la electricidad, la apertura del geriátrico está más próxima que nunca. Sin embargo, no todas las sensaciones son positivas. Federico, al frente del proyecto, incide en la pasividad política: “Si ven las dificultades que tenemos, no sé por qué no colaboran con esta cuestión. Hay que visibilizar, independientemente de quien gobierne”. A lo largo de los últimos siete años, la fundación reprocha la falta de compromiso por parte de algunos bancos, “que no nos querían acompañar porque decían que no invertían en los mayores”. Armenteros, que alerta del rápido envejecimiento de la población madrileña, cree que “tendrá que haber más recursos especializados”. “Los políticos dicen que nos van a ayudar pero a la hora de la verdad no hacen nada. En 15 años no han hecho nada. No hemos conseguido ser ciudadanía de pleno derecho y la sociedad nos debe una reparación, sobre todo a los mayores”, lamenta.
En la actualidad, la diversidad está a la orden del día. Sin embargo, algunos de los mayores no terminan de acostumbrarse. “Yo he vivido pensando que estaba enfermo porque unos señores dijeron que la homosexualidad era un pecado mortal. Los psiquiatras, las extremas derechas o la iglesia han dicho siempre que somos delincuentes o necesitamos una cura. Todavía hay terapias de conversión. Cuando legalizaron el matrimonio igualitario nos decían que íbamos a destrozar la familia y a la vista está que es una mera regulación de las relaciones humanas para que, cuando morimos, podamos tener una pensión digna”, zanja.
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