Cañada Real de Madrid

Golpe de la Policía al clan que manda en uno de los mayores supermercados de la droga en España

Dos tiendas de campañas utilizadas por drogodependientes en la Cañada Real de Madrid

Dos tiendas de campañas utilizadas por drogodependientes en la Cañada Real de Madrid / José Luis Roca

Juan José Fernández

Juan José Fernández

Madrid

Ya van más de 20 detenciones en la operación Kayser de la Policía Nacional, desarrollada en la Cañada Real Galiana de Madrid contra una nueva rama de la dinastía de Los Gordos, la que viene controlando en diversas reencarnaciones el tráfico de drogas en ese punto clave de la exclusión en España, el mismo que, de una forma muy distinta, se ha visto retratado en las pantallas del Festival de Cannes a través de la película Ciudad sin Sueño, el mismo que visitó el relator de la ONU sobre la pobreza hace ya cinco años y en el que, junto a familias trabajadoras olvidadas por la Administración y las compañías de la luz, una red de trapicheadores extiende uno de los más calientes supermercados de la droga de España.

La operación se ha desarrollado mayoritariamente en Madrid, con una detención en Cuenca y la captura del líder, un cuarentón que apenas pisaba ya la Cañada Real, en un chalét de Rivas Vaciamadrid. El 90% de los detenidos son españoles, incluido el cocinero que cortaba las dosis de heroína y cocaína con que menudeaba este grupo criminal. Durante la operación ha sido destruido, incluso con un bulldozer municipal pasando por encima, una complejo de barracones en los que se vendía la droga.

Pero Kayser ha ido más allá, no solo a parar la venta, también a investigar el blanqueo y, asegura Draco, inspector jefe en el GOIZ, el Grupo Operativo de Investigación de la Policía en Madrid, "evitar la reiteración, la posibilidad de que se rehagan y reincidan". Cerca de 150 efectivos han tomado de una forma u otra parte en esta ofensiva contra loa distribución de drogas en la Cañada Real, desde agentes antidisturbios hasta especialistas en ocultación de capitales.

El entorno en el que se ha llevado a cabo esta nueva investigación, de un año de duración, es uno de los más difíciles para la Policía, un teatro de operaciones con total ausencia de colaboración con las autoridades, y sí una generalizada vigilancia sobre los extraños que llegan al distrito. No hay forma de pasar desapercibido, y esa es una de las principales dificultades para la investigación. El papel de los aguadores sigue siendo clave para estas mafias. Esta vez, se avisaban de la presencia de la Policía con una clave nueva: "Popeye".

La hidra

Los que han caído esta vez son miembros de la tercera generación de una dinastía que trata de perpetuar su nombre y el apodo como marca de poder. Por eso la Policía nunca habla de clanes, sino de entramados criminales, sin más. Hay antecedentes de esta operación desde 2021. El que se ha desarrollado en La Cañada es un nuevo golpe de los GOIZ a una hidra que se ha venido rehaciendo, cambiando de forma, reagrupándose después de cada redada. Primero cayeron los Gordos, en 2018. Después los Kikos, en octubre de 2020. Cogieron el testigo los Saavedra, en 2021 y hasta 2023... Los grupos de menudeadores de drogas afincados en La Cañada han venido siendo trasuntos unos de otros, pues al fin y al cabo tienen de fondo el parentesco, una sólida trabazón familiar.

De hecho, hasta ahora, cuando la Policía les ha desmantelado el negocio, los capturados han caído, pero la estructura de peones de la heroína y la cocaína ha ido migrando. Cambian de manos los vasallos, y tratan de mantener con vida la red.

Suelen decir los policías madrileños que La Cañada es como "un parque temático de la droga". Y no tanto por la variedad de sustancias que allí se esconden y comercian, como por las sucesivas innovaciones que los clanes van desplegando para eludir la acción de la Policía. Ahora queda un vacío de poder en el negocio y en el barrio, que puede dar lugar a una guerra para ocupar el liderazgo, o, como en otras ocasiones, puede ocupar un clan próximo o amigo. "En la Cañada todo el mundo se conoce", explica el jefe policial.

Fortín

En el golpe de 2023, los agentes tuvieron que sortear todo un fortín comercial de los Saavedra, con puertas falsas tapiadas, rincones, revueltas por las que desfilaban los clientes... De todo para facilitar la huida y eludir la viigilancia policial. Ahora se han sofisticado esos supermercados. Los menudeadores tenían construido un "yaki". Así llaman a un complejo entramado de contenedores, unidos unos con otros, entre patios, tabiques de pladur, tejados de plástico, un laberinto acorazado pensado para que, cuando entran los policías por una punta, dé tiempo a los peones de la red para destruir pruebas en la otra punta.

En otras ocasiones, para hacer desaparecer pruebas han utilizado hornillos. Ahora los narcos tenían preparados bidones de sosa cáustica, a los que arrojan la droga si se ven sorprendidos por la llegada de la policía. La operación se desarrolla entonces entre carreras y un infierno de gases que salen de la reacción de las sustancias en el tonel. Si los narcos actúan a tiempo, los policías apenas pueden recoger una sustancia irreconocible.

La última vez, en 2023, que la Policía propinó un golpe como este en La Cañada, en el punto clave del sector VI de ese barrio irregular se despachaban cerca de 500 dosis diarias de droga. "Ahora mucho más", calculan fuentes de la operación. El tráfico había crecido considerablemente. Y los beneficios se camuflaban en dos vías de gasto: la buena vida que se dan los líderes, sobre todo con coches de alta gama, y el ladrillo. Compraban inmuebles poniéndolos a nombre de personas de confianza.

Impacto humano

La policía considera grupo criminal a esta nueva versión de la dinastía que más droga controla en el barrio. La principal razón es el reparto de las funciones. Por debajo del líder, que tiene numerosos antecedentes penales, toda una distribución de tareas: los segundos al mando del supermercado, el cocinero, los controladores de la venta que atienden al millar largo de consumidores que frecuentan el lugar, los encargados del trasiego de la droga para surtir el punto de venta, y los aguadores.

Los encargados de avisar son los últimos de la cadena. Apenas ven dinero por su trabajo: se les paga con la droga que consumen. La Policía ha comprobado además que los operarios tenían horarios, turnos de trabajo, e incluso libranzas. Algunos de los comisionistas cobraban también en género, que destinaban a su consumo y también a su propio trapicheo, en la capilaridad de las drogas en el centro de España.

Pero en ese submundo hay también habitantes ligados al entramado que impresionan a los agentes. Son "los transeúntes, los esqueletos", los drogodependientes en avanzado estado de deterioro que dependen del punto de venta. Ha habido un impacto humano durante el año de investigación: una de las drogadictas ha tenido un hijo. El bebé ha nacido con dependencia de la droga.

Dice Draco, el jefe de la operación, que en su grupo las y los agentes, durante la vigilancia, no solo han de tener que adaptarse a los extenuantes horarios de los delincuentes. Sobre todo han de tener "una elevada tolerancia a la frustración".

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