25-N | Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
Un «Dios» que te tira al pozo
Tras un largo tiempo de relación sufriendo fuertes agresiones, Carla decidió denunciar a su pareja. La joven lamenta que la falta de empatía de algunas funcionarias le hizo sentir «un maltrato institucional». Cree que debería formarse mejor a estas trabajadoras para comprender el proceso que transita una mujer maltratada por un «Dios» perverso.
Hagan la prueba. Tomen una muñeca y arránquenle la cabeza. Fotografíenla. Es posible que les dé «mal rollo» pero son juguetes que en segundos pueden empezar a trepar por un sofá junto a un osito de peluche. Sin embargo, la mujer asesinada por un maltratador de la que solo vemos el féretro cerrado nunca más degustará un chocolate sola o con sus hijos.
A pesar de las campañas e informaciones, hay maltratadores que pegan y asesinan a mujeres; y mujeres que no denuncian el maltrato por terror a que él cumpla su amenaza. No les atañe solo a ellos y ellas, sino a toda la sociedad. ¿Qué estamos haciendo mal?
El número de víctimas de violencia de género en 2023 ascendió a 36.582, un 12% más que el año anterior. Un total de 41 mujeres fueron asesinadas en casos de violencia de género. Supone un descenso importante respecto a 2004, cuando fueron 72; pero cada crimen vuelve a plantear un «¿por qué?» y un «¿qué falló?.
Víctimas y psicólogas ven como un «problema complejo». Sobre posibles consejos para reconocer un maltratador al inicio, la psicóloga de la Rede de Mulleres Veciñais contra os Malos Tratos de Vigo, Carmen Claveria, señala: «Los consejos no funcionan».
Lo confirma Carla (nombre ficticio), una joven gallega víctima de violencia de género años atrás. «Me pides –señala– que te diga una frase o algo que pueda poner en guardia a una mujer sobre el maltrato que sufre. A mí, no me ayudó ningún eslogan, ninguna campaña. Lo único que me ayudó fue pensar que hacía algo por mis hijos; que no era justo que vivieran o sintieran lo que yo pasaba».
Ambas respuestas rompen los esquemas y llevan a preguntarnos por qué los consejos no sirven. «La mujer maltratada no escucha a nadie porque el proceso que realiza el maltratador busca que ella distorsione la realidad», continúa la psicóloga Carmen Claveria.
«En ese proceso de distorsión, la aísla por completo. Proyecta sobre ella –añade la terapeuta– toda la culpa; le miente, la insulta y la amenaza. Si cualquiera de fuera le dice algo contra él, ella se aleja de quien la aconseja. La mujer maltratada responderá que no te metas en su vida».
«Él es Dios»
Carla lo corrobora: «Él es Dios para ti. Consiguió manipularte de tal manera que no eres capaz de ver la realidad. En los momentos malos, si alguien habla mal de él, te separas de esa persona».
Entonces, ¿la familia y el círculos de amistades no pueden hacer nada? «Quienes rodean a la mujer maltratada lo mejor que deben hacer es estar siempre a su lado», responde Carla.
La psicóloga de la Rede de Mulleres contra os Malos Tratos de Vigo añade que «a veces, quienes atienden a esa mujer, sus familias o amistades pueden decirle que antes era más alegre y ahora más triste, que igual está teniendo depresión y que busque ayuda psicológica para saber qué le pasa».
La terapeuta agrega que es vital conocer las estrategias que sigue el maltratador: «El proceso de la violencia es muy largo , constante y sistemático. El maltratador va modelando a la mujer. Ella no existe como persona sino como objeto para sacarle beneficio según las necesidades de él. Primero, realiza un proceso de seducción para conocer sus partes débiles ya que ella le cuenta toda su historia personal. La mujer para tener su aprobación se va moldeando y perdiendo su personalidad».
Claveria subraya que el fin del maltratador es que «su vida gire alrededor de él. El proceso de condicionamiento se articula atacando el área mental, con juegos mentales, acusándola de que son imaginaciones de ella, ocultando cosas, negándolas. La culpa asumiendo él el rol de víctima con amenazas para forzar las relaciones sexuales; la intimida, le realiza burlas constantes además de aislarla de familia y amistades para aumentar el poder sobre ella».
La mujer se va acomodando a lo que él espera de ella. «Cuando él no la acepta, siente que no vale para nada. Es un proceso muy destructivo. Al principio, él le dice lo que ella quiere oír pero después inicia comentarios sutiles como ‘Antes te vestías de falda larga y ahora corta. Vas provocando’. Eso te desubica. Vas cayendo en un pozo», describe la terapeuta.
«Ya sabes como es él»
Aún así nos resistimos a pensar que no haya señales previas. Carla reconoce que «había cosas que me chocaban de él pero como era encantador y todos se reían con él, pensaba que era yo la que tenía un problema».
Surge la duda de si su entorno lo apreciaba. «Yo tenía una relación estrecha con él. Era amiga de ambos –recuerda una amiga de Carla– Ahora, me doy cuenta de que él era y es un maltratador nato pero yo entonces le quitaba hierro al asunto. Ella me contaba las discusiones que tenían y yo le decía ‘ya sabes como es’». «Reconozco que tenía una venda en los ojos», confiesa con una sombra de pesar.
Un día tras una fuerte discusión Carla se acercó a su casa. «Ahí sí que le dije que tenía que dejarlo. Pero no lo hizo, las cosas fueron a peor hasta que pasó lo del día desgraciado. Yo dejé de ser cómplice de él. Le dije que si no lo denunciaba ella, lo denunciaba yo», recuerda la amiga.
Carla reflexiona y apunta que «quizá hay que compararlo con las drogas; es un enganche parecido, un círculo del que no das salido. Pensaba que podía cambiarlo, que podía controlarlo... Era mentira».
Como depende de él, la maltratada busca agradarlo. Cuando comienza a insultarla o pegarle, la culpa a ella. La mujer empieza a pensar que para evitarlo debe cambiar su comportamiento, para que él vuelva a ser maravilloso. Pero las agresiones van a peor pidiéndole él perdón, prometiendo que cambiará. «Eso dura dos días», recalca la terapeuta.
Tras numerosas agresiones físicas e innumerables de violencia psicológica llegó un día en el que Carla decidió denunciar después de que su amiga la animara por enésima vez, después de llamr al Teléfono de la Mujer Maltratada (016) y al Centro de Información á Muller (CIM).
«Recibí mucha ayuda pero no sabía cómo manejar la situación. Crees y no crees lo que te está pasando. ¿De verdad me está ocurriendo lo que veo en la televisión que le ocurre a otras? Al final –recuerda— vi una luz. Fue una palabra la que me hizo salir de casa y decir ya está. Cuando llegué a la policía llegué temblando. Ahora que lo cuento, creo que también estoy temblando y han pasado varios años». Sí, las manos de Carla han comenzado a oscilar en este punto del relato y el miedo se contagia.
Aquel día, un agente la escuchó y le comunicó que iba a detenerlo a él, a lo que ella se negó. Estaba con sus hijos. El policía le dio 24 horas para decidir. En la jornada siguiente, ella volvió. «Las maltratadas estamos en un proceso circular de culpa y miedo. Cuando llega el momento de denunciar, estás en shock. Te preguntas qué pasará. En mi vida no tuve peor momento que cuando puse la denuncia», recuerda.
«Estar mucho tiempo bajo presión, insultos, agresiones... genera problemas inmunológicos, psicológicos... A ellas, les cuesta coordinar lo que dicen. Pero ellos aparentan ser encantadores, educados, serios, lo que haga falta, para manipular en el juicio. Los creen más a ellos que a ellas», enfatiza la psicóloga Carmen Claveria.
Podríamos pensar que la historia de maltrato de Carla acabó con la denuncia. No fue precisamente así. Ahí comenzó lo que ella denomina «el maltrato institucional».
¿Y el sistema?
La psicóloga de la Rede de Mulleres de Vigo recalca que ellas están «muertas de miedo al declarar, con estrés postraumático. Dijeron que las mujeres maltratadas deberían recibir atención psicológica antes de la declaración, de la denuncia... pero no todas la reciben». Fue el caso de Carla.
Se supone que los partes de lesiones deberían ir directos de los centros de salud u hospitales a los juzgados. Tampoco es así. Su abogada de oficio no lo tenía. «Menos mal que el policía me advirtió y me recalcó que lo llevara por si no lo tenían. La abogada ni me preguntó mi nombre», recuerda.
Tanto Carla como la psicóloga se quejan de que se siguen aplicando «prejuicios» a la violencia de género como cuestionar a las mujeres. «Les preguntan cómo aguantaron tanto. Cuando llegan al Imelga (Instituto de Medicina Legal de Galicia) en vez de preguntarles de forma tranquila, las atacan. Es necesario conocer la dinámica de los mecanismos dentro de la relación para comprender por qué una mujer tolera lo intolerable», expone la terapeuta.
«No hay formación suficiente para las personas que trabajan con nosotras. No entienden lo que sucede, ni cómo actúa el maltratador ni como piensan las mujeres maltratadas», se queja Carla. «Todo el personal, incluidas las juezas y jueces deberían ser neutros, que su ideología no influya. En el juicio nos exigen estar enteras, no llorar. Nos cuestionan todo: si estás o no de baja, si tomas o no antidepresivos. Hacen ver que si vas a trabajar es que no estás tan mal», lamenta.
Tras su juicio exprés, Carla –que contactó con la Rede de Mulleres gracias a la policía– tuvo que esperar más de dos años por el juicio determinante en el que el maltratador resultó absuelto.
«No he muerto y no pasó nada. La jueza cuestionó las marcas de las agresiones. Si no me las hizo él, ¿me las hice yo, contraté a alguien para que me pegara? El maltratador te juzga todos los días y tras denunciar son la trabajadora social, la psicóloga y psiquiatra del Imelga y la jueza las que siguen juzgándote», expone Carla quien tras varios años de la denuncia sigue recibiendo terapia en la Rede de Mulleres.
Tanto esta mujer maltratada como la psicóloga recalcan que la única «escapatoria» es denunciar y tratarse. «La mejor manera de protegerse es conocer mis puntos vulnerables. Si alguien los toca, no entra en mi vida», indica la terapeuta.
«Si tienes asma, ¿sales un día de frío con el pecho descubierto? No. Si soy insegura –prosigue–, con falta de confianza, estoy pendiente de agradar a los demás, si un hombre encantador me habla pero siento un nudo en el estómago, ese nudo es el que me dice que debo expulsarlo de mi vida», recomienda Carmen Claveria.
María de la Luz, mujer maltratada: «Por mí, por las demás»
Ayer, mientras le explicaba a mi hijo lo que era el amor entre lágrimas, entendí que quizá nada es suficiente para lograr acabar con esos seres inmundos que viven entre nosotros. Pero entendí también que no me podía rendir.
Por mi hijo.
Por mí, por las demás.
No solo me maltrató a mí, maltrató a mi familia y a mis amigos. El maltrato era físico y psicológico. El físico fue fácil de ocultar en ocasiones.
Lo disimulaba todo, pero el interior no se cura fácilmente. Tras casi tres años de terapia grupal, he de decir que gracias a ellas estoy mejor. He aprendido a quererme, respetarme y entenderme. He aprendido las bases de la vida para ser feliz, para seguir adelante.
Pero durante muchos años estuve en la miseria, y no económica, aunque también, sino en la miseria a la que alguien quiso llevarme con sus continuas faltas de respeto.
«Eres una puta». «¿A dónde vas así vestida?». «¿Con quién te acostarías para conseguir tu trabajo?». «Tus amigos se ríen de ti». «Puto desastre».
YO, sin estereotipo de mujer maltratada, lo fui. Estudios superiores y un trabajo estable, en el cual no he tenido ni un solo problema. Y guapa, sí, hoy puedo decirlo. Me siento muy guapa.
Mantengo mis amistades desde pequeña, y por suerte tengo una familia perfecta, para mí. Sin ella, esto tampoco hubiera sido posible. Son mi fuerza y mi apoyo siempre.
Pero… dio igual todo esto. El ser inmundo apareció y me conquistó como a todas, por sus palabras, sus encantos, todo eso que logra hacerte sentir especial, diferente, pero también el mayor engaño.
Es ese proceso mental el que te confunde cuando recibes el primer empujón, puñetazo o insulto, ya que tu mente no inmunda no está preparada para entender cómo alguien que te tiene en un pedestal, de pronto te lleva al inframundo.
Esa es su fuerza y tu debilidad. Tu mente comienza a confundirse de tal manera que sólo quiere complacer a ese ser para que no te lleve al subsuelo, para que te siga tratando «bien».
En ese proceso te olvidas de cómo eres, de lo que sientes, del bien y del mal. Te olvidas de ti, de tus valores, de tus necesidades, y te conviertes en lo que él quiere. Llegas a creer que conoces su mente, que lo controlas y que, estando a su lado, vas a evitar que su mente atroz cometa faltas…
Pero es mentira. Te engañas a ti misma de tal manera que todo -y cuando digo todo es todo- llega a ser normal.
¿Normal?
Es normal que alguien te diga que si nos juntamos con tu familia prepárate para lo que pueda suceder, ya que tú me los vas a poner delante y por tu culpa tendré un problema con ellos.
Normal es que te echen de casa embarazada.
Normal es que te llamen un montón de veces al día para controlar dónde estás o con quién estás y que si no coges el teléfono el castigo es acusarte de puta o apagar su teléfono durante horas para hacerte sentir culpable mientras lees sus mensajes de «no has cogido el teléfono, ¿con quién estarías ocupada?», mientras tú a lo que te dedicabas era a estar en un cumpleaños con tu hijo.
Normal es verme al espejo con un ojo morado, con la nariz sangrando y escuchar que es por mi culpa. Yo lo provoqué, porque hablé, porque hice, porque no hice, porque estaba allí, porque no estaba allí. Daba igual; la cuestión es que la culpa siempre era mía y merecía esa actitud, merecía que él me tratase así. ¿QUIÉN MERECE ESO? Ni un animal, ¿verdad?
Esa culpa hace que sólo sientas miedo; el miedo no te deja reaccionar; no te deja ver con claridad. Es como cuando un niño ve una sombra e imagina un fantasma. El miedo no te deja ver que es sólo una sombra. A mí el miedo no me dejaba ver esa realidad y la culpa me hacía sentir cada vez más pequeña.
Dejé de ser yo, me convertí en lo que él quería, hasta que me vi al espejo un día y alguien me dijo: «Si tú no lo haces lo haré yo; yo le denunciaré».
Ahí cambió todo, pero empezó otro proceso más duro, el de enfrentarte a la realidad, tu realidad personal y la realidad social que nos tiene engañadas a las mujeres maltratadas.
El discurso es muy bonito. «Denuncia», «Hazlo por ellos», «Violencia o…». Me río de esos eslóganes. Sí, me río y mucho.
Tres años después de denunciar al que es el padre de mis hijos, él ha sido absuelto.
Todo acabó y empezó aquel día, mi cara y mis piernas tenían las marcas de un día más. El parte de lesiones confirmó ese estado. Una psicóloga que me dice «debes ir a que te vean esos golpes» y una médica de cabecera preocupada por mi estado de salud y que me indica cuál es el procedimiento a seguir, empezaron esta parte de mi vida en la que aún sigo.
A pesar de aquella médica sin conocerme de nada, se ofreció acompañarme a la policía, yo no pude denunciar ese día y me fui a casa. Era duro…
¿Cómo iba yo a hacer eso?, ¿Denunciar? ¿Al padre de mis hijos? ¿Y qué le pasaría? ¿Yo sería la culpable de lo que le pasase?
Otra vez la culpa, esa que él me enseñó a sentir y el miedo.
¿Qué clase de mujer sería yo? ¿Qué buena mujer denuncia al padre de sus hijos?
Ahora puedo responder.
YO Y OTRAS MUCHAS. ESO NOS HACE BUENAS, NOS HACE VALIENTES.
Pero volví a casa e intenté seguir, creía que eso era lo correcto. ¿Intentar una vez más conseguir una familia… pero qué familia? ¿Soy culpable por ello? En ninguna familia se debe permitir ese tipo de faltas de respeto.
Él mismo se sentenció ante mí cuando una vez más dijo esas palabras mágicas que en otras miles de ocasiones funcionaron, «perdona», «no volverá a suceder», «todo cambiará». Pero esa vez esas palabras provocaron en mí el sentimiento contrario.
Salí de mi casa sin mirar atrás. Dejé a mis hijos con ese ser inmundo. Llovía, llovía mucho, pero por fin tenía fuerzas para dar un paso más.
Durante esos días, había recibido ayuda psicológica del 016, CIM y demás instituciones, pero tampoco sirvió para que alguien entendiese por qué tardé en poner la denuncia. «¿Cómo es posible que no lo hicieras ese día, esos días en los que eso sucedía?, aún me lo preguntan hoy y sé que es difícil de entender para quién no ha vivido este proceso de transformación.
Quien está en este lado sabe que nuestra mente confusa y culpable no ve la maldad con la que ellos nos tratan. Si la viésemos no seríamos mujeres maltratadas. Si la viésemos no lo hubiéramos permitido, no necesitaríamos ayuda, no existiría el eslogan «denuncia”… pero qué curioso… «eres o no eres maltratada? PUES SÍ..Y COMO TAL, NO ESTÁS PREPARADA PARA REACCIONAR COMO UNA PERSONA NORMAL, ya que él ha enseñado a tu mente a complacer a una persona que te pega y te humilla… No puedes defraudarle.
Además en tu mente no inmunda, lo que aún queda de tu mente normal, le estarías dando la razón: serías mala y culpable por denunciarle… pero realmente él se lo merece.
Aquel día aquellas palabras hicieron que saliese de mi casa. Me quedé en el coche durante unos minutos. No sabría decir cuántos, necesitaba hablar, explotar, ¿con quién? ¿con mi familia una vez más?, ¿para qué? ¿para volver a preocuparles y no reaccionar? No, ese día no. ESE DÍA ME FUI A LA POLICÍA Y HABLÉ. Conté todo a aquella persona que me escuchó y me entendió, pero lo más importante fue que me dijo que aquello no era normal. Aquella persona vestida de calle que yo pensé que era un psicólogo era de la UFAM y me estaba diciendo que tenía que detener al padre de mis hijos.
En aquel momento se me vino el mundo encima, ¡¡¡¿cómo?!!!, ¡¡¡¿qué dices?!!!, le dije yo y me volvió a repetir: «Eso es un maltrato y tengo que detenerle».
Entre lágrimas le dije: «No puedes, él está con mis hijos. No puedes ir a buscarle delante de mis hijos». Él me dijo: «Te doy 24 horas, si tú no denuncias actuaré de oficio e iremos a por él en cualquier momento, así que mañana te llamo. No puedo como policía permitir que después de todo lo que me has contado, dejarte ir a casa sin preocuparme».
Al día siguiente me llamó, claro que me llamó. Dejé el puesto de trabajo sin decir adónde iba, fui a la policía y puse la denuncia, los protocolos se activaron y fueron a buscarle. ¡Qué duro fue!.
Esa tarde le conté todo a mi familia; mi mejor amigo ya lo sabía, le había contado mis pasos en todo momento, él se limitaba a escuchar y apoyarme una vez más.
El ser inmundo pasó la noche en el calabozo y yo en mi condena personal de culpa y miedo.
Al día siguiente valiente de mí me fui sola al juicio rápido. ¿Rápido? Entré a las 9 y salí sobre las 20 horas entre esperar y declarar. Mi cara estaba desencajada. Él, muy bien acompañado. Yo sola porque yo había querido y con una abogada de oficio que me decía que no teníamos nada que hacer, ya que era su palabra contra la mía.
Yo no entendía nada. Me dijo que el parte de lesiones no estaba en el juzgado. Menos mal que en la policía me lo advirtieron y yo llevaba una copia conmigo.
Mi abogada ni me había preguntado mi nombre ni lo que había sucedido. A ella yo le daba igual; simplemente le toqué ese día ya que ella estaba de oficio pero no tenía ni idea de mi vida. ¿Cómo iba a defenderme?, ¿Cómo van a defendernos de esa forma?
Al enseñar el parte, entramos a juicio y salimos sin nada, las conclusiones después de miles de preguntas que te hacen un estado de ansiedad tremendo, en un estado de presión, de incertidumbre, indefensión, en un estado en el que te sientes pequeña porque en eso te han convertido. En ese estado debes afrontarlo para denunciar lo que ha pasado sin llorar pero con credibilidad. Pero eso, ¿cómo se hace si durante mucho tiempo han hecho que no creyeses en ti misma? Él ha hecho ese trabajo. PUES SÍ, SE HACE LO MEJOR QUE SE PUEDE.
Debes justificarte y justificar por qué has aguantado esa situación ante alguien que no ha vivido eso y que no está preparado para entender por qué tú has consentido. Igual que no lo entenderéis muchos de los que estáis leyendo esto. ¿Cómo pueden juzgar si nunca van a entender el por qué?
Salí de allí acompañada de mi fortaleza, mi madre, sin orden de alejamiento, sin medidas con mis hijos y más perdida que nunca.
No volví a mi casa pues él podría estar allí. Yo tenía un policía custodio y sólo me quedaba CURARME PARA PODER VOLVER A SER YO Y CUIDAR DE MIS HIJOS. Fue lo que hice.
Busqué ayuda en mi familia, amigos y en REDE DE MULLERES VECIÑAIS CONTRA OS MALOS TRATOS DE VIGO. El conjunto fue mi salvación. Gracias a todos hoy tres años después soy la mujer que siempre quise ser, simplemente yo misma con mis defectos y virtudes pero yo. Tres años después de que aquella jueza dijese que debía investigar para saber si fue un maltrato puntual o continuado os podéis imaginar cómo transcurrió ese tiempo.
Él, por su parte, publicó de todo sobre mí en las redes sociales sin mi nombre; así no podemos culparle. Manejó a mis hijos a su antojo y presentó documentación falsa en el juicio, pero una vez más la justicia lo debió considerar algo normal, ya que mentir en los juzgados es lo que hace la gente ¿verdad? Pues yo no he mentido nunca.
Del juicio de violencia de género, resultó absuelto. ¿El motivo? Mi parte de lesiones inicial coincide con las lesiones que describe el perito judicial y coincide exactamente con mi declaración.
Esta, tal y como dice la fiscal ha sido la misma desde el principio, pero existe un problema. La médico de cabecera ve todas mis heridas, ve de lo que yo me quejo, piernas brazos y cara. Cuando me ve la forense judicial unos días más tarde, --pues como conté no fui capaz de denunciar ese mismo día de las agresiones- esta forense me desnuda y ve marcas en mi espalda que coinciden con el relato de los hechos que yo describo, pero que no habían sido vistas por la médica de cabecera.
Esto fue un arma arrojadiza para el abogado de él. ¿Cómo podía ser posible que yo tuviera esas marcas días después? ¿Cómo no me las habían visto? Fueron insinuaciones que entiendo que desvirtuaron mi versión, ya que debe ser más creíble que yo me hice las marcas, que yo planeé mi discurso y que yo mandé a alguien que me pegase.
Me pregunto una y otra vez ¿cómo puede ser posible que coincidiendo mi relato, la verdad, con el de hace tres años y coincidiendo mis golpes con lo que yo describí que viví y la fiscal declarándole culpable precisamente porque todo esto coincide, al final se considere que no está claro y que quede absuelto?.
Pero entonces ¿de qué eran esos golpes?
Él me pegó, esa es la verdad, la única verdad. ¿Y AHORA QUÉ? ¿DENUNCIAR PARA QUÉ? ¿PARA QUE DUDEN DE TI, DE PRO QUÉ TIENES LAS MARCAS?
Tres años de recuperación, superación, justificación y lucha para que alguien vuelva a hacerte sentir pequeña, para que ese sistema que te dice «Denuncia» te dé la espalda y vuelva a cuestionarte como él lo hacía.
TU MENTE TIENE QUE SER MUY FUERTE PARA SUPERARLO Y LO ES.
Oigo sus risas en mi cabeza; sueño con él casi todas las noches y no por algo bueno; lo veo en todas partes y sigo teniendo miedo.
Su mayor triunfo sería mi locura PERO NO LO CONSEGUIRÁ.
MI MAYOR TRIUNFO es seguir adelante todos los días con la cabeza alta a pesar de que me sigan cuestionando.
MI MAYOR TRIUNFO sería conseguir que de verdad se acabase con esos seres inmundos para que las mujeres que hoy son pequeñas no se encuentren con ellos.
Pero no será posible mientras el sistema siga dudando de nuestras palabras, unas palabras que el mismo sistema ha querido que gritásemos para DENUNCIAR EL MALTRATO.
Es fácil denunciar a un maltratador cuando la situación es extrema como una muerte, lo difícil es culpar al ser inmundo que se disfraza de príncipe encantado y vive entre nosotros buscando su siguiente princesa a la que destruir.
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