25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres

El «mito del monstruo» o cómo cerrar los ojos ante la violencia machista

Las expertas alertan de los riesgos de perpetuar estereotipos en la figura de los agresores y el problema que ello supone a la hora de abordar las agresiones a las mujeres como un problema estructural

Una niña de Vigo, en la manifestación del 25 N del año pasado.

Una niña de Vigo, en la manifestación del 25 N del año pasado. / Marta G. Brea

A. Chao

A. Chao

Ángel Rodríguez tenía 46 años cuando asesinó a la abogada Beatriz Lijó, de 47 años. Este profesor de matemáticas en un instituto de Redondela acudió a la casa de su exmujer para llevar a sus dos hijos después de una visita. Allí, con un machete, le asestó varios golpes. Beatriz recibió el primer de ellos en la cabeza. Trató de huir, pero recibió un segundo ataque en la nuca. Ahí terminaron con su vida. Era un domingo, 5 de febrero de 2023. Víctor González y Ana Vanessa Serén se conocieron cuando él, Guardia Civil, estaba destinado en Asturias. En junio de 2023, tras acechar durante horas a la que ya entonces era su expareja, le disparó con un arma de fuego y escapó, dejando atrás su cadáver. A las seis horas se suicidó. El último asesinato machista del área de Vigo tuvo lugar hace a penas unas semanas. El pasado 8 de noviembre Humberto González, conocido como «O Grilo», avisaba a la Guardia Civil después de matar a Estela Blach. Tras más de una semana a la fuga, este hombre con antecedentes por violencia de género y menudeo de drogas, se entregaba ante la presión de la búsqueda, el hambre y el síndrome de abstinencia.

Estos son solo algunos de crímenes machistas recientes que se han quedado en la memoria colectiva. Con esta información, le proponemos un ejercicio de honestidad ¿cuál de estos asesinos cree que encaja más en el perfil de agresor? ¿Encajaba en él, a ojos de la sociedad, Dominique Pelicot? ¿E Iñigo Errejón como machista narcisista presunto agresor sexual?

Precisamente, estos últimos casos especialmente mediáticos han desencadenado una profunda reflexión sobre la imagen que como sociedad se tiene de estos individuos, vistos bajo la óptica de ‘monstruos’ y ‘depredadores’ que atacan en entornos oscuros a víctimas de alto riesgo. «No existe perfil de agresor ni de víctima, pensar eso es un error», sentencia Elena Molanes, directora del Centro de Emergencia a la Mujer de Vigo (CEMVI). Lo hacen también los datos.

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Elena Molanes - Directora Cemvi

«No existe perfil de agresor como tampoco existe un perfil de víctima, eso es un error»

Poniendo el foco en la violencia sexual, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2013 estimaba que el 7% de las mujeres en el mundo habían sido víctimas de violencia sexual provocada por personas a las que no conocían frente a un 35% agredidas física y/o sexualmente por sus parejas o exparejas. Asimismo, un estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales asegura que una de cada 10 mujeres en Europa ha sufrido violencia sexual por parte de parejas o exparejas.

«Perduran muchos estereotipos sobre el agresor fruto de los imaginarios colectivos que se nos transmiten», explica Jorge García Marín, profesor titular de Sociología en la USC y director del Club de Masculinidades Disidentes. Se activan además mecanismos de «supervivencia» ante la idea de que, de manera cotidiana, «se convive con el mal» que llevan a la negación.

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Jorge García - Sociólogo

«No podemos justificar a los grupos de hombres que nutren el discurso del odio victimizándose»

Sin embargo, esto solo conduce, tal y como apunta Priscilia Retamozo, politóloga con máster en igualdad y activista feminista, a «deshumanizar al agresor, impidiéndonos reconocer que la violencia machista no es algo excepcional, sino estructural y dificultando identificar que quien la ejerce puede ser alguien próximo, incluso alguien querido»

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Priscila Retamozo - Divulgadora Igualdad

«Si pensamos que solo los monstruos agreden, la sociedad se distancia del problema»

En este proceso influye también la normalización de la violencia contra la mujer. Vanessa Rodríguez, psicóloga, psicopedagoga, sexóloga y experta en neuroeducación, pone el foco en un ejemplo claro: «Existe una cultura de la violación a la que estamos expuestos, incluidos los más jóvenes, a través del cine y las series. En la ficción estas agresiones no suelen aportar nada al argumento sino que se utilizan casi como recurso estético y cotidiano». Además, «lo habitual es que se viole a la mujer para dañar al hombre, reforzando la cosificación de la mujer» mientras la figura masculina «reacciona buscando venganza, no cuidado a la víctima, insistiendo en la idea de que la mujer poco pinta en todo aquello sino que se trata de un agravio para el hombre».

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Vanessa Rodríguez - Psicóloga

«Hay una cultura de la violación que se traslada a los jóvenes a través del cine y de las series»

¿Cómo se traduce esto a la sociedad? «Tomando distancia real del problema. Si pensamos que solo individuos excepcionales o ‘monstruosos’ cometen estas agresiones, perdemos de vistas las raíces culturales de la violencia», señala Retamozo.

La directora del CEMVI añade una variable más, «la posición social del agresor cambia la percepción social que se tiene de él: si cuenta con antecedentes relacionados con la delincuencia sí que se contempla como posible agresor; si el nivel socioeconómico es alto, es complicado que sea percibido así, con lo que eso implica a la hora de denunciar».

El poder de las palabras

Aunque a veces pasen inadvertidas entre todos los aspectos transversales que intervienen en la violencia machista, las palabras que se emplean son fundamentales. No es raro escuchar aquello de «tiene una pareja tóxica» en lugar de reconocer que se trata de alguien agresivo y controlador, a modo de eufemismo que incluso romantiza el problema. «El lenguaje es esencial para comprender y enfrentarse a las violencias machistas», afirma Retamozo. «Utilizar términos como ‘tóxico’ o expresiones como ‘emancipación de los cuidados’ desvían la atención del contexto social, como el silencio que ampara los comportamientos violentos, y ocultan las dinámicas de poder que sustentan y perpetúan la violencia contra las mujeres», añade.

Una de cada diez mujeres en Europa ha sufrido violencia sexual por parte de su pareja o expareja

Urge llamar a las cosas por su nombre: agresor machista, violencia sexual, acoso sexista «para reconocer que no estamos ante casos aislados, sino ante un problema colectivo que debe abordarse desde múltiples ópticas y, a mi juicio, priorizando educación y prevención», insiste.

El foco en las víctimas

«Siguió haciendo vida normal», «sale con sus amigas como si nada», «ya tiene nueva pareja, tan traumatizada no quedaría». Cuando el foco debería estar en los agresores, las que se someten al escrutinio de la policía de la moral son las víctimas.

Después de trabajar más de 15 años con ellas, Elena Molanes conoce las emociones que experimenta. «Se sienten culpables, creen que están haciendo todo lo posible para que esa situación cambie, como si fuese responsabilidad suya, y que están fracasando en ello», señala.

Cuesta mirarse en ese espejo, «se tapa la realidad, se activa un mecanismo de supervivencia para no hablar de lo malo, en víctimas y allegados, ‘como le va a estar pasando esto a mi hija’», ahonda, «y por eso, entre otros motivos, no se denuncia».

Es más, «tiende a exonerarse al agresor y culpabilizar a las víctimas» añade Vanessa Rodríguez. El ejemplo está claro, «si invitas a un amigo a casa y te roba la cartera, denuncias ese robo y nadie lo cuestiona; si sucede lo mismo con una agresión sexual siempre se especula». Se vio en el caso de Dani Alves, condenado a más de cuatro años de prisión por agresión sexual, donde la víctima tuvo que soportar un juicio paralelo para atribuirle la responsabilidad de lo sucedido.

Lo cierto es que, conquistas y avances mediante, la sociedad continúa transmitiendo estereotipos machistas, de modo más o menos consciente, y los movimientos reaccionarios están al orden del día. La buena noticia, el feminismo, es decir, la lucha por la igualdad, cuenta con una hoja de ruta a la que no piensa renunciar. Y esa es la única alternativa para vivir seguras. 

Jóvenes, «nuevas masculinidades» y «not all men»

Para disgusto de la «manosfera» los «not all men» y demás espacios que fomentan los discursos misóginos buscando rearmar el machismo, no, esto no va de demonizar a los hombres etiquetándolos como agresores por el mero hecho de ser hombres.

Muchos cuestionan ya las masculinidades tradicionales, pero quedan retos por afrontar. Vanessa Rodríguez destaca una mayor conciencia en los jóvenes sobre las agresiones, aunque el punto débil está en las cuestiones relacionadas con el control, todavía muy normalizadas: «mandar ubicaciones, dar claves de redes sociales, controlar amistades…»

En esta línea, Molanes también detecta en las nuevas generaciones cierto retroceso con respecto a algunas actitudes, de ahí, refuerza la importancia de «llamarle a las cosas por su nombre, analizar qué es violencia y reconocer sus tipos, que además están regulados».

«No se hace grupo con actitudes que no funcionan, como hombre puedo criticar comportamientos de hombre y no por ser hombre tengo que justificar comportamientos masculinos», expone el sociólogo Jorge García.

Un nuevo modelo que presta atención «a las emociones, los cuidados, la corresponsabilidad y a dejar las dimensiones clásicas que giraban en torno a la fuerza, la agresividad y la virilidad» está claro y presente, continúa el experto. Lo difícil es «llevarlo a la práctica en paralelo a eses grupos de masculinidades que están actúan a la defensiva, nutriendo el discurso del odio buscando la victimización de los hombres». El sociólogo reprueba que ciertos sectores «en lugar de hacer una autorreflexión como grupo de lo que está sucediendo en la sociedad, y saber situar bien el eje de quién domina y quién está en una posición de dominado» se «dejan vencer por los discursos fáciles del victimismo y echar balones fuera».

El mecanismo del que disponen los hombres para reaccionar como grupo a esta situación es, desde la perspectiva de todos los expertos, «sumarse al feminismo y remar todos en la misma dirección, la de la igualdad».

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