Premios Princesa de Asturias
Crónica del concierto de los Premios que juntó a la Familia Real en Oviedo (y todo lo que lo rodeó): muchas fotos y aplausos, y una "Princesa de América"
Aires modernos de Nueva York y Brasil protagonizan el recital de los premios "Princesa", donde la familia real volvió a darse un baño de multitudes y recibió el cariño de centenares de personas
Un orquestal "Asturias Patria Querida" con el público en pie cerró el recital

Amor Domínguez
Jimena Aller
Un pequeño viaje en el tiempo, de poco más de un mes, bien hubiera podido llevar las músicas que sonaron este jueves en el concierto de los Premios al Día de las carrozas de San Mateo y convertir a Leonor, heredera al trono de España y Alcaldesa Honoraria de Oviedo, en princesa, también, de América.
El tradicional primer baño de multitudes con el que la Familia Real desembarca en Oviedo en la víspera de la ceremonia de entrega de los Premios fue, también, la primera reaparición en público de los cuatro (Felipe, Letizia, Leonor y Sofía) desde su posado de verano. Como ya es tradición, a la salida del concierto todos los Reyes y sus hijas se repartieron para ofrecer saludos a todo el que quiso recibirlos y para dejarse hacer fotos y posar en selfies ajenos.
Antes, dentro del Auditorio, el XXXII Concierto Premios "Princesa de Asturias" trajo por título "Paisajes Sonores de América", y subió al escenario, junto a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, a una directora mexicana, Alondra de la Parra, y un pianista parisino, Thomas Enhco. Dos músicos relativamente jóvenes y muy vitalistas en sus maneras con la orquesta. A la nota de juventud se sumó esa idea de hermanamiento al otro lado del Atlántico y de cierta modernidad, con composiciones escritas entre las décadas de los treinta y cuarenta del pasado siglo.
La ceremonia que rodea al concierto repitió los pasos de todos los años dejando detrás el cariño habitual con que el público trata a la Familia Real. Tras su entrada, un breve saludo con las autoridades en el que, a lo lejos, destacaba el aire de bailarina de la falda de tul de la Princesa, los Reyes y sus hijas ocuparon el palco del Auditorio, recibieron la primera ovación y la orquesta interpretó el himno nacional.

Así fue la entrada de los invitados al concierto de los Premios Princesa en Oviedo /
Ante un público que incluía a los premiados de esta edición y los de las pasadas que están en Oviedo y algunos acompañantes destacados (Joan Manuel Serrat, Iñaki Gabilondo), la orquesta empezó con una suite de Bernstein salida del musical "On the Town". La vena neoyorquina siguió con Gershwin y su "Rhapsody in blue", cima de la fusión entre jazz y música clásica que dejó margen a Enhco para improvisar y regalar al público guiños al himno regional y nacional. La segunda parte del concierto, con obras de Heitor Villa-Lobos y Francisco Mignone dejó otro tipo de sonoridades, complejidad rítmica y ecos brasileños y africanos con el Coro de la Fundación Princesa. No hubo propinas pero sí un "Asturias patria querida" con la orquesta puesta en pie y toda la Familia Real cantando por lo bajo.
A la salida, el gran hall del Auditorio Príncipe volvió a convertirse en un interminable besamanos. El Rey y la infanta Sofía formaron el equipo más adelantado y la Reina Letizia, con Leonor, fue a la zaga. Hubo tiempo hasta para breves conversaciones, cientos de apretones de manos y muchas fotos. Con parecida intensidad y cariño el público estuvo algo más tímido que otras veces. Ningún "¡viva!" y conatos de aplauso.
En el exterior del Auditorio, más público agolpado, todavía siguieron los saludos pero, se excusó el Rey con un gesto hacia el reloj, con prisa. Cuatro fotos más y algún "¡guapa!" y la Familia Real se marchó rumbo a Latores para la cena de los Patronos de la Fundación en Deloya servida, esta vez, por Nacho Manzano. Este año, por primera vez, asistían también la Princesa Leonor y la Infanta Sofía.
La ley del eterno retorno se dicta entre vivas y móviles
Por Tino Pertierra
La idea filosófica del eterno retorno ha alimentado obras literarias ("La insoportable levedad del ser", de Milan Kundera, y también cinematográficas ("Atrapado en el tiempo" con el Día de la Marmota). Es tentador aplicar la fórmula a lo que se vive en el umbral del concierto de los premios y comparar este año con los anteriores. Mirando hacia atrás con teleobjetivo se puede apreciar una diferencia sustancial: la Familia Real se paraba brevemente al bajarse del coche a hablar tres o cuatro cosinas con parte del público apostado tras las vallas y no había unas medidas de seguridad tan estrictas y ceñudas. Había premio en los Premios.
Lo demás, lo mismo. Con los mismos. El petardeo del helicóptero que vigila como Gran Hermano se fusiona con los sonidos de las gaitas que comanda un Guti hiperconcentrado. Gaitas y tambores son banda sonora y post-it musical que recuerda dónde estamos y lo que viene. A las puertas del Auditorio llega con cuentagotas in crescendo la larga fila de invitados con sus mejores galas. O las peores. Las cámaras de la prensa buscan y rebuscan rostros de cierta notoriedad pública. O privada. Tras las vallas, los móviles empiezan a calentar motores. ¿Esi que ye, Barbón?
Queda mucho todavía, advierte la luanquina Luisa Vázquez. La impaciencia no es buena y si te plantas pronto para tener un buen mirador tienes que aceptar el peaje: aburrirse. Yo soy mucho de Letizia y las niñas son una cocada, informa Vázquez con una convicción muy real.
Púseme guapa y todo para venir, explica Nuria (el apellido no, quita, quita) intentando calmar a su perrita "Sugus". Yo no soy muy monárquica, ¿entiendes?, pero al Rey lo admiro mucho, y presta ver cómo va creciendo Leonor, parez que fue ayer cuando era una cría.
Parece que fue ayer pero es hoy cuando la Familia Real retorna de nuevo a Asturias y un público muy veterano repite los clics del móvil subiendo y bajando en danza colectiva: si no se puede ver nada, la cámara hace las veces de grúa para intentar capturar algo. Los pinganillos celebran su día más ajetreado y dos de los pocos niños que aceptan la espera se divierten haciendo un catálogo de cochazos que paran y se van. ¡BMW! ¡Audi! ¡Mercedes! ¡Lexus! Un canal de televisión ve el cielo abierto con una cría. Es su primera vez. Le hacía mucha ilusión, cuenta su madre. Jessica, tres años, tiene carina de cansancio y exige con urgencia una subida al cuello paterno. Sólo un ratín, ¿eh, princesa?
La segoviana Mariana Ruiz está de vacaciones y además del Prerrománico y la Catedral podrá compartir fotos de gaitas, pinganillos, coches de alta gama y colas con vestuario de boda. Muy emocionada, confiesa, y si pudiera hacerme una foto con los Reyes sería una pasada. Pues va a ser que no. ¿Al interior del Auditorio no se puede entrar, verdad?, pregunta. Pues va a ser que...
Yo ya canso de estar aquí, se queja una señora con muchos otoños, sentada en silla de ruedas. Y es que el tiempo pasa muy despacio. ¡Viva al Rey!, grita un espontáneo, no se sabe si por convicción o por animar. Yo lo doy por visto, sentencia alguien. Y se va. Una pareja de novios superenamorada estrecha lazos y besos mientras disparan alguna foto sin mucha esperanza de lograr algo digno de Instagram. La música anticipa la llegada Real y agita la coctelera de la curiosidad. ¡Vivan los Reyeees! ¡Qué guapísimas están! ¿Qué lleva la Reina? Un matrimonio sueco se hace el ídem y observa con cierta perplejidad el alboroto. Tras los cristales del Auditorio se ve malamente cómo las autoridades se dan la mano. Jessica se ha dormido. Felices sueños, princesa.
Crítica del concierto: Alondra alza el vuelo
Por Jonathan Mallada
La tradicional "gran cita musical" de los Premios se nutría este año de un protagonismo compartido entre todos sus participantes que, en la noche de ayer, ofrecieron un buen nivel. Al saber hacer de la Orquesta Sinfónica del principado de Asturias (OSPA) y el Coro de la Fundación Princesa, se unía el solista francés Thomas Enhco; pero todos los focos se centraban en la mediática Alondra de la Parra, a quien una indisposición le impidió debutar el pasado mes de mayo en Oviedo en el marco del Festival de Teatro Lírico Español.
Para esta trigésimo segunda edición del concierto se había diseñado un peculiar programa que, lejos del célebre "Mediterráneo" de Serrat –a quien se pudo ver rodeado de admiradores en el patio de butacas–, tendía puentes entre el Atlántico, de la mano de piezas que evocan universos sonoros distintos de Estados Unidos y Brasil. Una lástima no haber incluido, dentro de este eclecticismo, obras de países hermanos como Argentina, Cuba o México, reforzando simbólicamente las relaciones institucionales en momentos de zozobra y sirviendo como un guiño a la propia directora, Alondra de la Parra.
La directora dejó su impronta en las "Three Dance Episodes", del musical "On the Town", compuesto por Leonard Bernstein. Alondra evidenció la comodidad que siente en un repertorio como éste, que ya ha dirigido anteriormente, y donde exprimió sin pudor a la OSPA, resultando una ejecución siempre viva, llena de ligereza y ritmo, como se pudo apreciar en "The Great Lover Displays Himself", cuyo desenlace suscitó incluso los aplausos del auditorio. Más comedida se mostró en "Lonely Town", recreándose en el lirismo de las melodías a cargo de la trompeta, con unos fraseos bien ajustados y llenos de calidez donde un final algo más redondo en la cuerda grave habría remarcado una interpretación notable. "Times square: 1944" cerraba este "tríptico", destacando la brillantez de una amplia paleta orquestal, rica en percusión, y la variedad que ofrecen los continuos giros jazzísticos.
Otro de los protagonistas de la velada fue el pianista Thomas Enhco. El parisino dejaría momentos de gran efectismo en "Rhapsody in Blue", de Gershwin, con unas improvisaciones muy adecuadas donde no dudó en insertar algunos fragmentos de los himnos de España y Asturias que el público reconoció y agradeció con un ligero murmullo de aprobación. Enhco apostó en todo momento por la musicalidad, manejando cualquier registro del teclado con una suficiencia que le permitía lucirse tanto en los pasajes más veloces como en los más íntimos y delicados, sufriendo incluso los siempre inoportunos sonidos de algún teléfono móvil de un auditorio, por otra parte, muy respetuoso. De la Parra se sirvió de la cristalina pulsación de Enhco para contraponer las texturas entre la orquesta y el solista, sin problemas en la concertación y sin mermar un ápice la férrea exigencia que su batuta ejercía desde el pódium.
La parte brasileña del concierto, que bien podría estructurarse en dos mitades diferenciadas, ponía en liza al Coro de la Fundación Princesa de Asturias, otro de los grandes alicientes de la noche. Con un papel más residual que antaño en la celebración de los premios, la formación dirigida por José Esteban García Miranda ofreció unos resultados notables en las obras de Heitor Villa-Lobos y Francisco Mignone. "Chôros No. 10 Rasga o Coração", nos traslada a esa naturaleza indómita y salvaje del país carioca donde las intervenciones del coro simbolizan cierto carácter ritual. Equilibrados y bien empastados, los "principescos" mostraron una trabajada afinación y una proyección siempre adecuada, con unas voces agudas redondas y bien timbradas.
Del "Maracatu de Chico-Rei" se ofrecieron cuatro números sin solución de continuidad. La pasión que Alondra imprimió desde el pódium generó algún ligero desajuste orquestal –rápidamente solventado– en los accelerandos trazados por la mexicana. Del mismo modo, un volumen más controlado en la sinfónica habría ayudado a la dicción y articulación del coro, con ingente cantidad de texto y contrapuntos a cuatro voces que, en ocasiones, lastraba algo la audición. Con todo, esta obra fue una explosión de color, particularmente la "Dança de Chico-Rei e da Rainha N’Ginga", con un coro superlativo, bien ensamblado donde sobreslaieron unas robustas voces graves y unas agudas afiladas y sugerentes. El mejor final posible a una cita musical de algo más de una hora llegaría de la mano del "Asturias, patria querida", con todo el auditorio en pie.
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