La misión de don Gilberto, un obispo ‘poeta’ en Perú
En su juventud practicó el cross y llegó a disputar algún campeonato nacional, pero la verdadera carrera de fondo de monseñor Gilberto Gómez, natural del mismo lugar de Crecente donde nació San Paio, es la diócesis andina de Abancay, en Perú. Este religioso y poeta místico en sus ratos libres lleva 38 años ayudando a los más pobres

Monseñor Gilberto Gómez, obispo de Abancay, en Perú, con niños y adolescentes de su diócesis. / FDV

Existen cerca de 10.000 misioneros españoles, la mayoría mujeres (53%), y trabajan en 135 países de los 5 continentes, especialmente en América (66%). De ellos, alrededor de 300 son gallegos, y 20 pertenecen a la Diócesis de Tui-Vigo. Hoy es el Domingo Mundial de las Misiones, más conocido como el Domund, la jornada establecida desde hace casi un siglo para apoyar a quienes, con su labor abnegada, llegan a donde no acceden los gobernantes. Uno de estos misioneros es monseñor Gilberto Gómez González, obispo de Abancay, en Perú, país donde viven y trabajan 8 de los 20 misioneros de la dióciesis viguesa. Gran aficionado a la poesía, con obra premiada, y destacado atleta en su juventud, don Gilberto, como es conocido entre sus allegados, lleva 38 años entregado a esta zona andina, una de las más pobres de Perú, azotada por la pobreza, el narcotráfico y, hasta 1993, por el terrorismo de Sendero Luminoso.
«Es una zona pobre, minera, y la riqueza está muy mal distribuida. Sigue siendo una de las regiones más pobres del Perú», explica a FARO Gilberto Gómez (Albeos, Crecente, 1952), que llegó a Abancay hace 38 años. La ciudad, capital de la diócesis, ha crecido mucho desde aquel lejano 1986, año en el que el grupo terrorista maoísta Sendero Luminoso estaba en plena actividad y secuestraba sacerdotes. Había toque de queda.
Ahora la inseguridad llega por el narcotráfico. «Uno se pregunta: si aquí no hay fábricas, ¿de dónde sale el dinero para construir las casas? –razona el prelado gallego– Viene mucho de la minería informal, la que no cumple con sus impuestos y no guarda los baremos de salubridad. Y también del narcotráfico. Estamos en una zona limítrofe con lo que llaman aquí Oreja de Perro, de las regiones de Cusco y Ayacucho, una zona casi inaccesible pero con la que nosotros limitamos. Estamos al otro lado del río. Por eso por aquí pasa mucha droga, y mucho dinero viene de ahí. Es uno de los grandes problemas en Perú en estos momentos», reconoce.

Don Gilberto, con lugareños en una zona rural de montaña. / FDV
El terrorismo provocó el éxodo del campo a la ciudad, y así Abancay –a 2.400 de altitud– pasó de 20.000 a los cerca de 85.000 habitantes actuales. «Mi antecesor, que me trajo a Perú hace 38 años, monseñor don Enrique Pèlach (1917-2007), que era de Gerona, decía siempre que vino a ayudar a muchas almas, pero todas tenían cuerpo, por lo que necesitaban comer», dice el mitrado gallego en alusión a los comedores populares que mantiene su diócesis.
Otras obras sociales diocesanas de Abancay son dos asilos de ancianos, un orfanato y varios «hogares»: residencias donde los estudiantes del rural que van a estudiar a colegios de la ciudad comen, duermen y estudian. «Los papás los dejan en sitios poco adecuados. A veces son niños pequeños que se hacen su comida y malviven, y si son niñas están mucho más expuestas», apunta.
En su diócesis trabaja también a fondo Cáritas, la ONG de la Iglesia, el Centro Oftalmológico Enrique Pèlach y la Clínica Santa Teresa. Este último centro comenzó en los años 70 como leprosería. Al ir desapareciendo la lepra, se convirtió en una pequeña clínica y luego en un hospital. «A veces vienen voluntarios –relata–. Del [hospital] Cunqueiro de Vigo han venido varios años médicos y enfermeras. Hay un sacerdote en Vigo, José Juan Sobrino, que lo ha movido».

El obispo gallego, con un voluntario médico que viajó de España a Perú para cooperar. / FDV
Cercano y humilde, monseñor Gilberto apenas suelta prenda cuando se le pregunta por su obra poética. «La poesía me acompañó siempre como una afición y un desahogo. Como aquí tengo grandes distancias por carretera [Lima está a unas 16 horas en coche, y tiene sacerdotes de su diócesis a 7 horas], tengo tiempo para rezar, escribir, leer… Ahora es más fácil, llevas un teléfono o una tablet y escribes», resume. La insistencia de quienes leyeron su producción poética hizo que publicase por fin lo que llevaba escribiendo desde la infancia casi en secreto, y hace ya 20 años ganó el Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, el galardón más prestigioso del género literario en el que brilló san Juan de la Cruz en el Siglo de Oro.
Menos conocida aún es su faceta atlética, que desarrolló en el seminario de Vigo. «En tiempos de juvenil fui a algún campeonato de España de cross», concede, con modestia, y enumera a sus compañeros y amigos de entonces: el olímpico Carlos Pérez, Manuel Augusto Alonso, Javier Álvarez Salgado... «Era la época dorada del atletismo en Vigo, nos conocíamos todos», recuerda.
A sus 72 años, y con un acento gallego aún marcado pese a pasar media vida en Perú, Monseñor Gilberto Gómez mira al futuro con optimismo. La edad media en Abancay es de solo 25 años, lo contrario del viejo continente. «Cuando voy a España se me cae un poco el alma a los pies, las personas en las iglesias son muy mayores. Aquí hay muchos niños en grupos parroquiales, en coros… Gracias a Dios es una esperanza. Ojalá algún día Europa pueda resucitar», concluye.
Las huchas desaparecen de las calles pero permanecen en iglesias y colegios

Niñas con una huchadel Domund en Vigo,en octubre de 2012. / Jorge Santomé
“Vayan e inviten a todos al banquete”, una cita de la parábola evangélica del banquete nupcial, es el tema elegido por el papa para esta Jornada Mundial de las Misiones, conocida por su acrónimo Domund. Se celebra el penúltimo domingo de octubre y está cerca de cumplir un siglo. Su primer impulsor fue un sacerdote vasco, Ángel Sagarmínaga (1890-1968), primer director nacional de las Obras Misionales Pontificias y creador del anagrama del Domund.
En estos casi cien años, la jornada del Domund ha cambiado bastante. Hasta no hace muchos años, los niños salían a la calle con huchas para recaudar limosnas para las misiones. «Ahora es impensable lo de ir con la hucha, hay que tener bastante tiento», precisa José Antonio García Acuña, delegado diocesano de Misiones de Tui-Vigo. Comenta que la recaudación del Domund se realiza en las iglesias, especialmente en las misas, y también en los colegios.
Las obras misionales pontificias organizan varias colectas, pero la grande es la del Domund. Así, en el ejercicio de 2023, en la diócesis de Tui-Vigo se recaudaron unos 89.000 euros en el Domund, más de 1.400 en San Pedro Apóstol y unos 7.300 en infancia misionera. En total, cerca de 98.000 euros, de los que más del 90 por ciento procedieron del Domund, y de los que hay que restar casi 19.000 de gastos de personal –la trabajadora de la oficina de Obras Misionales Pontificias– y material.
Las diócesis que más aportan son las de Ourense, que tiene una gran tradición misionera, y Santiago. «Hay parroquias donde han salido misioneros y que tienen ingresos mayores porque saben lo que hay. Cuando el misionero es alguien del pueblo sensibiliza más», destaca García Acuña.

El misionero José Manuel Bernárdez Gándara, de Salvaterra, fallecido en Zambia en 2014. / FDV
La diócesis de Tui-Vigo cuenta con 20 personas en misiones, 13 de ellas mujeres. La gran mayoría viven en América (17), sobre todo en Perú (8), y hay dos misioneras en Italia y una en Madagascar. Casi todos estos misioneros superan los 70 años de edad y hay incluso una centenaria. Solamente hay un menor de 50 años, un laico de 49 que vive en Brasil.
Estos datos reflejan la escasez de vocaciones y la dificultad de encontrar católicos dispuestos a entregar su vida, como hizo el misionero de Salvaterra de Miño José Manuel Bernárdez Gándara, fallecido en Zambia en 2014 al caerle un árbol, después de dedicarse en cuerpo y alma a ayudar a enfermos de sida y leprosos.
Con todo, Galicia sigue "exportando" misioneros. Uno de los últimos casos es el del vigués (aunque nacido en Santiago) Pablo Varela Vázquez, recientemente ordenado sacerdote y que ha sido destinado a Abancay, la diócesis peruana de la que es obispo monseñor Gilberto Gómez, y en la que realiza, entre otras labores, pastoral penitenciaria.
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