El ‘legado’ de los huérfanos por violencia de género
Desde la psicología recomiendan a los menores no tener contacto con el padre maltratador o asesino de la madre hasta adultos
José no es su nombre verdadero. Sí es real que tiene menos de 30 años de edad, es gallego y siendo muy niño presenció el asesinato de su madre en la calle a manos de su padre. Sus compañeras y compañeros de tertulia literaria desconocían su historia hasta que un día leyó sin temblarle la voz un poema sobre lo ocurrido y que atravesó a todos. Poco después, en otra conversación, daría a conocer que mantiene contacto con su padre e incluso lo ayuda.
Esto último puede chocar a algunas personas pero la psicóloga Ana María Sieiro –directora del centro de psicología Achega en Vigo– explica que “en el momento de llegar a la edad adulta, será la propia persona quien decida retomar ese contacto o no. Depende mucho de cómo esta persona haya integrado esa experiencia”.
No obstante matiza que lo importante es que si ese contacto se retoma no sea a causa de “imposiciones familiares, sociales, morales o como respuesta traumática. No depende tanto de la asunción de responsabilidad del abusador o de su arrepentimiento si es genuino, sino de la elaboración que de esa experiencia haya hecho la víctima”.
Pero, hasta alcanzar la edad adulta, ¿debe o no debe tener el menor o la menor contacto con su padre si ha asesinado o maltratado a su madre?
“No se recomienda el contacto con el padre abusivo –hubiera asesinato o no– mientras sean menores de edad”, responde Sieiro quien recalca que lo principal es garantizar la seguridad de los pequeños. “ En caso de asesinato, añade “por supuesto, sería muy grave reanudar este contacto para la seguridad y el desarrollo de los niños”.
Subraya que volver a verse o hablarse podría desembocar en que los menores “minimicen o nieguen la situación, o que lleguen a bloquearla o disociar esa experiencia para poder sobrevivir, y listo. Precisamente lo que no ayuda a sanar. Es importante que comprendan lo que pasó, que comprendan que ellos no tuvieron responsabilidad en lo que sucedió y que nada que hiciese su madre justifica lo sucedido”.
Recalca que un hombre maltratador “no tiene las competencias parentales necesarias para ofrecer a sus hijos un entorno de seguridad y protección”.
Con la teoría clara, al aplicarla a la práctica surgen incógnitas. Imaginemos que las pequeñas o pequeños huérfanos de madre por violencia de género acaban creciendo en el hogar de familiares paternos –abuelas, tías...–, en ese caso, el mantenerlos alejados de la figura paterna puede hacerse complicado.
Primero, hay que asegurarse de que esa familia es segura para el menor. Si es así, precisa “recibir asesoramiento para que los mensajes que llegan a las víctimas no minimice ni justifican lo sucedido”.
Reconoce Sieiro que para la rama familiar ascendente de un maltratador o asesino por violencia de género pueda ser complicado ya que no entiende cómo su hijo pudo llegar a tal hecho, asesinar a la madre de sus vástagos. Resulta ajustado que traten a sí mismas de darse una explicación o incluso pueden responsabilizar a la madre. Transmitir este mensaje a los niños sería gravísimo y pondría en riesgo su recuperación”.
Ana María Sieiro indica que la “experiencia traumática muchas veces es imposible de ser verbalmente narrada. En los juzgados se pretende que los menores narren estas experiencias cuando para ellos sería algo imposible porque no tienen la capacidad para integrar esos acontecimientos y provocaría una revictimización que no merecen”.
En cuanto a la vida en familia, recomienda que no se les fuerce a hablar sobre la pérdida de la madre o el recuerdo de esta. Desde el aula, también deben tener cuidado. “La escuela –señala– debe ser sensible a estas experiencias y entender que sus cerebros pueden estar alterados para el aprendizaje o el control de la conducta. La manera de ayudarlos pasará más por un acercamiento afectivo y emocionalmente sensible. Una persona adulta que pasase por semejante situación tendría una baja médica de muchos meses. A las niñas y niños les pedimos que retomen la escuela y otras actividades como si todo esto no estuviera pasando”, añade la terapeuta.
Ana María Sieiro, psicóloga: “La superación psicológica de un trauma así es difícil”
La psicóloga viguesa Ana María Sieiro es tajante con lo que deben lidiar los menores que son o fueron testigos de violencia de género contra sus madres o incluso de su asesinato: “La superación psicológica de un trauma así es difícil (...). Presenciar violencia hacia la madre por parte del padre es lo más terrible que puede vivir un niño o una niña, ya que las personas que deberían darle seguridad precisamente se la están quitando”.
Añade que “muchas veces estos niños pasan los primeros meses muy bloqueados y lo que necesitan, tanto por parte de la familia como de otros ambientes es una respuesta cálida y respetuosa”. Además, los pequeños “no entienden esta violencia y pueden acabar por interiorizarla. Experimentar estas situaciones inciden gravemente en el desarrollo de la arquitectura cerebral”.
“El cerebro durante los primeros años de vida es particularmente vulnerable a experiencias traumáticas que pueden afectar a la estructura y a su funcionamiento”, añade. Esta afectación puede llegar a ser “permanente”, indica la psicóloga viguesa y la terapia intentará “integrar esa experiencia vivida para que el niño o niña pueda recuperar una confianza en otras personas, en ellos mismos y en el mundo”.
Esta terapia puede incluso alargarse hasta la edad adulta. “Hay gente que refiere experiencias de violencia en el hogar entre sus padres lo que les lleva a una sintomatología en la actualidad”, añade. Recuerda que en Galicia hay programas con convenios con el Colexio de Psicólogos: el PAPMVVX y el GIPCE. El segundo atiende en los primeros menores a menores que sufrieron violencia machista. El primero trabaja posteriormente con las madres supervivientes y los hijos.
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