“Todos hemos padecido docenas de cánceres a lo largo de nuestras vidas que no llegaron a ser porque nuestro sistema inmunitario los reconoció y los destruyó. Cada cáncer es un fracaso del sistema inmunitario”. Así lo aseguró el oncólogo y divulgador médico Ricardo Cubedo en Club FARO, adonde acudió para ofrecer la conferencia- coloquio “El órgano transparente. La inteligencia de tu sistema universitario”, mismo título del libro de su autoría editado por Larousse.
Presentó el acto el médico de la Unidad del Dolor del CHUVI Alfonso Carregal, quien alabó el rigor científico y a la vez el lenguaje sencillo y ameno de la última obra divulgativa de Cubedo.
Apoyándose en una proyección, Cubedo fue desgranando a lo largo de su amena ponencia diferentes aspectos de la historia de la investigación del sistema inmunitario, de su funcionamiento, la misión esencial que cumple en nuestra salud y los avances que su conocimiento han representado para la medicina, sobre todo en el empleo de inmunoterapia para tratar enfermedades. En el caso de los cánceres, el oncólogo en el Hospital Puerta del Hierro y en el MD Anderson Cancer Center, comento que se usa en los melanomas, donde más éxito ha cosechado, y como sustituto de la quimioterapia en el cáncer de pulmón. “La inmunoterapia todavía está en la infancia, hay más cánceres incurables que se curarán con ella”, afirmó.
El médico y divulgador desterró ciertas creencias erróneas, tanto a lo largo de su intervención como en las respuestas que ofreció a las preguntas de los asistentes. Explicó en su ponencia que “la fiebre es un síntoma de salud, pues manifiesta que el sistema inmunitario está trabajando a tope y gastando energía para atacar a un microbio”.
A la consulta de una asistente sobre la posible relación entre las vacunas y las enfermedades autoinmunes, Cubedo negó que las primeras activen o sobrestimulen el sistema inmunitario y rechazó que haya relación entre ambas. “Las enfermedades autoinmunes tienen más relación con la higiene que con las vacunas”, afirmó, remitiéndose a comparaciones entre personas vacunadas en el Tercer Mundo y en Occidente. Se mostró partidario de la hipótesis higienista o de “los viejos amigos” que sostiene que nos hemos separado demasiado de microbios con los que la especie humana ha convivido desde siempre.
Negó también que haya alimentos o dietas que refuercen el sistema inmunitario, “una de las partes más fuertes del cuerpo humano”. “No flojea hasta que somos ancianos, tener un año más catarros que otros no es tenerlo débil. Dejémoslo trabajar en automático”.
En su explicación sobre el funcionamiento de nuestro “órgano transparente”, expuso que tenemos dos sistemas inmunitarios que se pasan información el uno al otro: el innato, “rapidísimo, tarda entre un minuto y minuto y medio en actuar, usa siempre las mismas herramientas y se puede observar cuando al realizarnos un corte o una herida acuden los glóbulos a la zona afectada, que se hincha y enrojece”; el adaptativo, “más lento, tarda una semana en actuar, usa herramientas a la medida de cada invasor, consume mucha energía (de ahí que una gripe nos deje sin fuerzas) y cuando vence una amenaza deja algo que recuerda que ya la conoce y la tratará más rápido la siguiente vez”.
La decisión de poner en marcha uno u otro sistema la toman las células dentríticas, un tipo de fagocitos (glóbulos blancos) que “buscan el talón de Aquiles de cada microbio, se rozan, se besan, con el linfocito (otro tipo de glóbulo blanco) para traspasarle esa información a través de la red de autovías que es el sistema linfático” hasta que encuentran el linfocito adecuado que encaje como una llave en una cerradura del la superficie del microbio para destruirlo. Y no sólo lo busca y lo encuentra, sino que es capaz de decirle a esa célula deseada que se multiplique por millones, que forme un ejército que, una vez acabada la batalla, el sistema inmunitario manda morir reservando unos pocos pasa que actúen más rápidamente (en dos días) en una siguiente infección causada por el mismo “enemigo”.
De observar larvas de estrellas de mar a la inmunoterapia en poco más de cien años
Cubedo se detuvo en su intervención en dos premios Nobel de Medicina que en poco más de cien años han protagonizado un espectacular avance en el campo de la inmunología.
El primero de ellos, Elie Méchnicok, un zoólogo judío aristócrata de Odesa que tuvo que abandonar Rusia tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881 y la posterior persecución a los judíos por parte de la familia Romanov, se llevó a su destierro en Sicilia un microscopio con el que se entretenía observando larvas de estrellas de mar que atrapaba con el colador del café de la casa de su hermana.
Descubrió unas “células vagabundas” que no pertenecían a ningún tejido en concreto y que se arremolinaban alrededor de las espinas de mandarina que él clavó en la larva, mordiendo el agente extraño. Esas células eran glóbulos blancos y lo que hizo el científico fue la primera observación del sistema inmunitario.
En 1908 recibía el Nobel de Medicina y Fisiología. En 2018 James P. Allison recogía junto Tasuku Honlo el mismo galardón por su trabajo clave para demostrar el potencial de la inmunoterapia en el tratamiento contra el cáncer. En el auditorio se encontraba la primera paciente tratada con estas técnicas de un melanoma metastásico del que está curada a día de hoy.