Habida cuenta de que la turinesa Monia Presta –psicóloga clínica, creadora de la Terapia Integradora Estratégica (TIE) y autora de libros como Tu cerebro emocional (RBA, 2023)– es especialista en métodos de choque para superar baches emocionales, es interesante saber qué aconseja al perdedor de esta canicular contienda electoral.
–¿Algún cliente político?
–He tenido experiencia personal con alguno que me hablaba de Bruselas... Los políticos son muy diferentes del resto.
–¿En qué sentido?
–Están muy acostumbrados a la guerra. Ante la posibilidad de perder, ya tienen preparado un plan. Cuando una persona elige la carrera política es o por un sentido del bien común o por el poder. Y detrás de la voluntad de poder hay una falta de amor, un “así me van a querer todos”.
–En la noche electoral, ¿qué consejo daría a los postulantes durante el recuento?
–Respirar hondo, contando hasta 10 mínimo. Es la mejor herramienta cuando se activa nuestro sistema antiguo –el simpático–, encargado de la respuesta de ataque o huida. Se acelera el corazón, se produce sudoración y tensión muscular.
–Y pongamos que el candidato A o B ha perdido claramente...
–Las emociones fuertes, si las cabalgamos, duran máximo dos minutos. Que tenga a mano un cojín o un sacudidor de alfombras y que, antes de la comparecencia, descargue toda la rabia. No debe tener vergüenza. Alivia. Y los días posteriores debe estar dispuesto a pasar por un duelo. Carl Gustav Jung dijo: “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. La rabia inhibida puede cronificar y provocar un ataque al corazón.
–Dicen que votar es algo emocional.
–El psicólogo social Kurt Lewin dijo que la política –y yo añado, el neuromárketing– explotan dos emociones: el miedo y la ira. Como no hemos recibido educación emocional, las personas no tenemos conciencia de esa movilización de las emociones atávicas de supervivencia. Según la pirámide de Maslow, las necesidades humanas son: comer, dormir y hacer sexo. Eso no se puede tocar.
–Últimamente, la gente muestra los colmillos, en general.
–Desde la pandemia hubo un cambio. Pensábamos que, con todas aquellas videollamadas y aplausos a las ocho, íbamos a salir mejor. Pero el miedo se instaló y en vez de ser más solidarios, se cronificó la parte de los policías de balcón, la ira cuando alguien hacía algo que la norma no permitía.
–¿Y eso?
–Por puro instinto de protección. A mi juicio, se trató el tema de la pandemia desde el punto de vista biológico, pero no desde la perspectiva psicosocial. Por eso se ha resentido tanto la salud mental. La sociedad sufre de estrés postraumático.
–¿Por qué cuesta tanto ponerse en la piel del otro?
–Hay que mirar los datos. ¿Cuánta gente tiene bienestar económico en un momento de inflación tan alta? Una sociedad feliz es la que tiene bienestar económico, salud y democracia. Esas no son las condiciones con las que nos encontramos en la pospandemia. Y el instinto hace que mires por ti y por los tuyos. El amor es una emoción compleja.
–¿Cómo de compleja?
–Detrás de una sociedad hay personas y detrás de cada una de ellas, una vivencia. Si en casa no te han dado el suficiente amor, difícilmente podrás amar al prójimo. La mayoría van con el piloto automático, no conocen sus emociones y no saben qué tipo de apego tienen. Falta autoconocimiento.
–Usted lo tiene, casi a la fuerza.
–Yo tuve un accidente, yendo de paquete en una moto. Estuve un año y medio sin poder caminar. Perdí la salud, el trabajo y el marido. Pero gracias a eso soy la mujer que soy. Renací. Volví a una etapa de fecundidad. No hay lugar para el victimismo. ¡No se fíe de la gente que se queja!
–En verano nos quejamos menos, ¿no?
–Nadie solía querer hacer terapia en vacaciones; sin embargo, este año tengo mucha gente en consulta en julio y agosto. La explicación es que, ante el aumento del coste de vida, muchos optan por el viaje interior.
–¿Da tiempo? Dice usted que el cerebro tarda 21 días en introducir un nuevo hábito.
–Las vacaciones son un buen momento para escuchar al cuerpo, identificar las emociones, abrazarlas y activar el pensamiento creativo. Escribir, por ejemplo, una lista de cosas que te gusten y empezar a hacerlas.
–Pocas haces si viajas con los niños, la abuela y el perro.
–[Ríe] Lo mejor es el dolce far niente, siempre. Hay que pactar una hora para uno mismo, y descubrir lo que Sócrates llamaba el daimon [espíritu interior].