El veterinario Antonio Fernández había introducido casi todo su cuerpo dentro del claustrofóbico intestino del imponente animal. Un gigante marino de 13 metros y 15 kilos que sospechaba, había llegado a duras penas a la playa de Nogales dispuesto a morir en La Palma. Ya había pasado el mediodía, y las olas del mar golpeaban cada vez con más fuerza el imponente cuerpo del cachalote. Hacía apenas cinco horas Fernández y su equipo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) que, junto a los compañeros de la Red Vigía Canarias, habían empezado a escudriñar para conocer la causa de su muerte.
Mientras se encontraba nadando entre mucosas y paredes intestinales, Fernández pensó en lo que había descubierto. Su corazón había perdido mucha sangre y su interior había sufrido una gran infección. De pronto, ya llegando al recto, algo le sacó de su ensoñación. Fernández tocó algo duro y puntiagudo. Estaba enganchado a la mucosa. Tiró con fuerza. Sabía que aquel cuerpo no formaba parte del animal. Del animal emergió entonces una piedra pesada, fétida y envuelta por excrementos y picos de calamares. “Ámbar gris”, sentenció.
Pieza de coleccionista
Aunque Fernández sabía de su existencia, era la primera vez que lo tenía entre sus manos. Ha hecho más de 70.000 necropsias desde los años 90, y unas 1.400 han sido a cetáceos, pero no podía evitar sentirse como el pirata que encuentra un tesoro escondido. Su bagaje científico y cultural le ayudó a saber que aquella roca era una pieza de coleccionista. Lo recordaba de los cuentos de su infancia. En concreto, aquel pasaje de Moby Dick donde el capitán Ahab sentenciaba frente a personas de alta alcurnia que todo aquellos perfumes y joyas que portaban no eran más que “excremento de cachalote enfermo”. Fernández había comprobado la razón que tenían aquellas palabras de primera mano. El ámbar gris es una joya que antaño se rifaban las perfumerías para conseguir los mejores productos. Una pieza que, por su peso –calculado posteriormente en unos 9 kilos– podría estar valorada en medio millón de euros. No en vano el precio de cada kilo es de unos 50.000 euros.
Lo que nunca imaginó es que esa roca de un fuerte olor a almizcle, que ahora custodia la ULPGC, se fuera a convertir en un objeto de deseo alrededor del globo. Pero no tanto por su valor científico, sino por las posibilidades comerciales que se abrían. Todo el mundo empezó a hablar de aquel maravilloso oro flotante valorado en 500.000 euros. Sin embargo, casi nadie hizo mención de un detalle fundamental: la piedra que acabó con la vida del cachalote de La Palma no se puede comercializar de manera legal.
El cachalote es una especie incluida en el Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres. Esto limita su comercio –del animal en sí y de sus subproductos y derivados, como el ámbar gris– en todo el mundo. Pero el cachalote de La Palma murió de una causa natural. Tan natural como quien “tiene piedras en el riñón que no puede expulsar”, explica Fernández. El caso del animal no es único, pero sí raro. Se calcula que solo un 1% de estos cetáceos crea estas bolas de excremento, picos de calamar y secreciones.
“El ámbar gris es una sustancia con una consistencia similar a la cera que se forma en el conducto biliar del sistema digestivo de los cachalotes”, explica Aguilar. “Se especula que esto es para proteger el intestino de los cortes que podrían producirle los picos de los calamares”, revela la bióloga marina. Pero no es la única. Otra hipótesis apunta que las bolas de ámbar se generarían cuando el intestino se inflama por otras razones, como parásitos. Esto “explicaría por qué solo se genera en un 1% de los cachalotes, a pesar de que todos comen calamares y otros cefalópodos”. Aún más raro que haber producido esa roca es no haberla podido expulsar. “Normalmente se defecan”, explica la bióloga.
Antaño esta pieza de coleccionista era muy cotizada y traía fortuna a aquel que lo encontraba. Como el ámbar gris flota en el agua, los navegantes lo buscaban en los santuarios de cetáceos pero también llegaban sin demasiada dificultad a algunas playas. “Se las conocía como las playas de ámbar”, explica Natacha Aguilar. En Canarias siempre ha habido tantos cachalotes que una de La Graciosa llegó a ser una de estas islas del tesoro. Otros no tenían tanta delicadeza ni querían esperar tanto para poder palpar las mieles de este tesoro. “Durante un tiempo buscaban los cachalotes que varaban y los abrían en busca de ámbar gris”, revela Txema Brotons, director científico de la Asociación Tursiops.
Sustancias sintéticas
Hoy la búsqueda de ámbar gris ya no es activa como lo fue durante la España ballenera. Las leyes internacionales de protección de los cachalotes han conseguido su fin: hacerlo poco atractivo. De hecho, ha perdido valor incluso en la perfumería. Los principales componentes del ámbar gris se suele reemplazar en la industria perfumística con sustancias sintéticas que conservan las propiedades fijadoras y aromáticas. El más importante de ellos es el ambrox, que le ha reemplazado en mayor medida y es más ampliamente usado como odorizante en la elaboración de perfumes.
Aunque hay gente que aún lo encuentra. Tursiops ya ha recibido una decena, pero no se ha quedado con ninguno. “Se dirigen a nosotros para que podamos echarles un vistazo y siempre les decimos lo mismo: que su venta es ilegal” explica Brotons, que admite que quizás el mercado negro estaría interesado en él. “Lo que sabemos es que nadie nos ha vuelto a comentar si lo vendieron”, resalta. Tampoco se podrán comercializar los casi diez kilos de ámbar gris que expulsó el cachalote de la Palma, que a día de hoy sigue analizándose en la ULPGC. Cuando la exploración científica llegue a su fin, será el momento de elegir el lugar en el que reposará y Fernández lo tiene claro: debe regresar a la Isla Bonita. “Una vez termine de explorarlo, lo cederé a los palmeros. Porque está claro que este animal llegó a La Palma para entregarles algo”.