Inma Chacón: “En cada familia hay cien novelas, ésta son recuerdos de mi madre”

“Se quedó viuda con 41 años y sacó adelante sola a nueve hijos. Me enseñó que la vida puede empezar muchas veces y merece la pena”, dijo la autora en Club FARO

De izquierda a derecha, Iria Carregal e Inma Chacón. |   // RICARDO GROBAS

De izquierda a derecha, Iria Carregal e Inma Chacón. | // RICARDO GROBAS / Ana Rodríguez

La familia está presente omnipresente en la obra literaria de Inma Chacón, que rinde homenaje en cada una de sus novelas a alguien cercano. Para ella, es el refugio al que acudir en los momentos malos – para los buenos están lo amigos – y una fuente de inspiración literaria. “En cada familia hay cien novelas”, aseguraba ayer en Club FARO, donde presentó su obra “El cuarto de la plancha”, una novela familiar en recuerdo de su madre que escribió para que no se le olvidara su voz.

Presentada y entrevistada por la periodista Iria Carregal, la autora extremeña, explicó que comenzó la obra aún en vida de su madre, con la que vivió los dos últimos años de su vida, para plasmar los recuerdos que le había contado y aún le contaba. A medida que avanzaba el proceso de escritura, surgieron los propios recuerdos de la autora, con lo cual la novela se convierte en una especie de conversación entre las memorias de ambas, en retazos de una historia familiar desde principios del siglo XIX tal y como fue transmitida oralmente entre generaciones de mujeres.

“De mi madre aprendí muchas cosas, la más importante que la vida empieza muchas veces, bien por voluntad propia o bien porque las circunstancias nos lo imponen, incluso después de una tragedia, y que siempre merece la pena ser vivida”, explicó. “Se quedó viuda con 41 años y nueve niños, de quince a cuatro años, decidió irse sola con todos a Madrid para buscar el porvenir a sus hijos, para que pudiéramos ir a la universidad”, relató.

Dejó así la vida acomodada que tenía en Zafra (Badajoz), donde su marido era el alcalde, “el que brillaba, el extrovertido” y ella “era la tímida, dulce y buena” y una casa enorme cuya primera planta estaba destinada a vivienda y la segunda, de unos 500 metros cuadrados, a la zona de juegos de los niños – “siempre estábamos como mínimo 18, porque éramos nueve y cada una llevaba al menos un amigo” –. Buscó trabajo y piso en Madrid y sacó adelante a sus hijos.

Como muchas mujeres de ese generación, fue una niña de la guerra, estuvo a punto de morir en la contienda cuando dispararon al patio de su casa desde la torre de una iglesia y también cuando bombardearon el colegio de Córdoba donde estaba interna. “Fue una superviviente, un mujer fuerte y echada para adelante que enfocó toda su vida en su hijos”.

Otros familiares que aparecen en su novela bien valdrían para protagonizar su propia trama. Es el caso de su abuelo materno, un conde que hubiera querido ser violinista cuya familia noble se opuso a su matrimonio con su abuela, pese a la fortuna que habían acumulado los suyos en Filipinas. Chacón redime a su abuelo en la novela, pues sus recuerdos sobre él distan de los que guardan sus primos. “No recuerdo ni un beso ni un abrazo suyo, venía a vernos siempre recto, con pajarita, capa y sombrero, para educarnos, ponernos rectos y con la barbillla arriba. Me gustaría pensar que nos quería; mi madre me contó que nos veía como la carga que le iba a quedar a ella cuando muriera mi padre”.

Enfermo de corazón y desahuciado, el padre de la escritora “nunca nos hizo notar la espada de Damocles que tenía encima”. “Jugaba con nosotros, nos leía sus poemas, siempre estaba de broma; supo regalarnos una infancia feliz”. Es el otro gran protagonista de su novela, aunque decidió poner el foco en su madre.

“La escritura de esta obra me ha servido para reflexionar sobre la vida, la muerte, el amor, la maternidad y también sobre mi dualidad”. La dualidad de ser hermana gemela de Dulce Chacón, escritora fallecida a los 49 años. “No conocí el sentimiento de soledad hasta que Dulce murió, tuve que volver a situarme en el mundo, reconstruirme como una sola persona en singular; siempre hablábamos de nosotras en plural”.

“Mi literatura es un canto a la vida, las sombras no pueden impedirnos ver la luz”

“Mi literatura es un canto a la vida, precisamente por lo que me enseñó mi madre: a ver las caras más bonitas de la vida”, asegura Inma Chacón. La autora reconoce que en sus libros no elude abordar los momentos más tristes y que muchos lectores le confiesan que se les saltan las lágrimas en algunos pasajes, pero “las sombras no pueden impedirnos ver la luz”.

Y eso se nota en su última novela, que comenzó a perfilar con la consciencia de que a su madre se le agotaba la vida y escribió en su mayor parte tras el fallecimiento de ésta hace dos años. De una pérdida, la de su hermana gemela, surgió también su primera obra, “La princesa india”, que le sirvió hace veinte años, según sus palabras, para sanar las heridas de la muerte de su otra mitad en la vida, de la persona con la que fue una única célula en el vientre de su madre. Como le dijo el propio José Saramago, amigo de su gemela Dulce: “Antes erais una en dos; ahora sois dos en una”.

También “Los silencios de Hugo”, su séptima novela, es un homenaje a una vida, en este caso la de “un amigo al que quise muchísimo y con el que tuve una relación muy bonita, intensa y corta”. La escribió justo después de su ópera prima, pero tuvo que dejarla reposar y tomar la distancia necesaria que le dio el paso de los años para poder reescribirla numerosas veces y que no lo le saliera una historia muy triste.

Entre medias, escribió “Las filipinianas”, una novela inspirada en la historia de su familia materna, que emigró a Filipinas, donde nació su abuela, y regresó a España cuando se produjo la revolución tagala, con una fortuna nada desdeñable.