SARS: el coronavirus que logramos esquivar

Testigos de la epidemia precedente del COVID, de la que se cumplen 20 años, muestran que los errores de entonces se repitieron en 2020

Fieles en una misa católica en Hong Kong, en mayo de 2003. // EPA

Fieles en una misa católica en Hong Kong, en mayo de 2003. // EPA / Rafa López

Rafa López

Rafa López

Hace ahora justo veinte años del punto más crítico de la epidemia de SARS, provocada por un coronavirus que surgió también en China y estaba emparentado con el actual SARS-CoV-2, causante del COVID. Fue un involuntario ensayo general de la actual pandemia que infundió temor –el virus tenía una letalidad del 11%, muy superior a la de su sucesor– pero no llegó a propagarse por todo el planeta: en junio de 2003, al final de la epidemia, se contabilizaban únicamente 8.469 casos, la inmensa mayoría en China y en Hong Kong. No se aprendió mucho de aquel susto. En 2019 Pekín incurrió en la misma falta de transparencia y el mundo pagó un alto precio por ello: 6,9 millones de muertos por COVID, según los datos actuales, muy a la baja, de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El SARS (siglas en inglés de síndrome respiratorio agudo severo) se identificó por primera vez a finales de febrero de 2003 durante un brote que surgió en China y se extendió a otros 4 países, según la información oficial de la OMS, aunque los primeros casos datan de noviembre de 2002. Ya en la década de 2010, científicos chinos rastrearon el origen del SARS-CoV-1 en murciélagos de una cueva de la provincia china de Yunnan. Se cree que el animal intermediario fue la civeta.

En abril y mayo de 2003 los periódicos españoles –FARO entre ellos– dedicaban un amplio espacio a esta epidemia que obligó a establecer restricciones en zonas de China y Hong Kong y también en la ciudad canadiense de Toronto. La prensa la llamaba “neumonía atípica”, como aquella grave intoxicación por aceite de colza desnaturalizado que se detectó en el centro de España hace hoy justo 42 años.

El decano habló entonces con gallegos residentes en Shanghái, Pekín y Hong Kong. En esta última ciudad, que poco más de un lustro antes había sido devuelta a China por el Reino Unido, vivía entonces el pontevedrés Pablo Canitrot Janeiro. Tenía 27 años y era becario del Igape en la Cámara Oficial de Comercio en Hong Kong. “Quiero acusar a la República Popular de China por su irresponsable, negligente y egoísta actuación en el tratamiento de la enfermedad –afirmó Canitrot en declaraciones publicadas por FARO el 25 de abril de 2003–. Posiblemente, China sea un país con un futuro económico envidiable, pero actuaciones como las pasadas no son más que un reflejo de un país y Gobierno indignos del siglo XXI”, añadió.

Sus contundentes palabras suenan hoy casi proféticas a la vista de lo que ocurrió 17 años después, cuando el régimen de Pekín tardó en comunicar el alcance del brote inicial de Wuhan y no fue transparente con los datos del virus, como ha denunciado reiteradamente la OMS. “Quien haya vivido y conozca un poco la realidad china y la de su Gobierno es imposible no pensar lo mismo”, explica ahora Canitrot, residente en Vigo y responsable de contratación internacional de una empresa con sede en el polígono de A Granxa (Porriño). “Aquí ha habido muchas sombras y mucho secretismo. La claridad brilla por su ausencia. Es algo que se ha repetido y se repetirá otra vez, porque al fin y al cabo [las autoridades chinas] son así”, reitera a FARO veinte años después de aquella declaración.

Este pontevedrés puede hablar desde el conocimiento que le otorga haber vivido la crisis del SARS de 2003 en uno de sus epicentros, la ciudad de Hong Kong. Hace 20 años comparaba así actitud de las autoridades hongkonesas –entonces más independientes de Pekín– con la del régimen chino: “Como ciudad occidental en Oriente, ha jugado el papel de transmisor de la situación, y por tanto, muchas veces como cabeza de turco. En esto han pagado justos por pecadores”, lamentaba.

Sobre la pandemia de COVID, Canitrot opina ahora que “esa falta de claridad y esa visión que tiene China de no hacerse permeable le ha llevado a que hasta hace tres meses estuvieran confinados”. Critica “la falta de información, las medidas draconianas y la utilización de una vacuna que está claro que no es tan efectiva como las occidentales”.

“Déjà vu”

El inicio de la actual pandemia le pilló en Alemania por trabajo. “A la vuelta todo explosionó, y a partir de ahí no volví a trabajar hasta el año pasado”, relata. Tuvo una lógica sensación de déjà vu: se repetía lo del SARS. Sabía que el virus se iba a extender, pero no tan rápido ni con tanta gravedad. “Creo que nadie creía que iba a evolucionar de una forma tan grave, pero cuando vi ciertas cosas me recordaba a mi experiencia –comenta–. Una de las cosas que recuerdo es decirles a mi familia y amigos: ‘acostumbraos a las mascarillas’. Porque si la evolución iba a ser similar a la que tuvimos en China y Hong Kong en esa época, el uso de la mascarilla iba a ser la primera medida que se iba a poner en marcha”.

Pablo Canitrot ha pasado el COVID, como casi todo el mundo, pero no contrajo el virus del SARS, que tuvo una incidencia muchísimo menor y que, según estimaciones, mató al 55 por ciento de los mayores de 65 años infectados.

España esquivó prácticamente el SARS. Hubo, como mucho, un caso, el resultado que Fernando Simón pronosticó para el COVID –con el poco éxito conocido– 17 años después. Se tomaron algunas medidas sanitarias, como crear salas especiales en los aeropuertos para las personas procedentes de las zonas afectadas, pero no hizo falta más. No se han reportado casos nuevos en ninguna parte del mundo desde 2004. El coronavirus SARS-CoV-1 pareció esfumarse, posiblemente –apuntan los expertos– porque no estaba tan bien adaptado a la transmisión entre humanos como su sucesor, que llegó para quedarse. Tras el SARS surgió otro coronavirus aún más letal, el MERS de Oriente Medio (2012), pero poco extendido. A la tercera, con el COVID, fue la vencida.

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