La representación de la primera mujer desnuda, la diosa Afrodita, se atribuye a Praxíteles. La estatua, ahora apellidada “Cnido”, por el templo en que recabó cuando el cliente al que iba destinada la rechazó, convirtió al pueblo en una gran atracción turística, pero un joven se enamoró de ella y acabó arrojándose al mar tras encerrarse con ella para hacer el amor. Para Mary Beard, catedrática de Historia y Literatura Clásicas en la Universidad de Cambridge y conocida divulgadora sobre el mundo antiguo, ese relato sobre el primer desnudo femenino griego resulta “muy instructivo” de cómo la mirada masculina ha condicionado la historia del arte europeo desde sus orígenes.
La anécdota la contó ayer ella misma en la facultad de Xeografía e Historia de la Universidade de Santiago, que la investirá hoy doctor honoris causa, durante un encuentro con la prensa en el que analizó desde el rol de la mujer a cómo la “buena prensa” convirtió a los romanos en portadores de la civilización, pasando por la mirada masculina sobre el arte o por cómo ese mismo poder decide qué es pornografía.
“Suelen ser los hombres los que hacen las reglas sobre lo que la gente debe ver”, tanto sobre lo que deben ver las mujeres como lo que deben ver los hombres, proclamó, y en esa norma general, y como parte de ese “poder”, incluyó el definir qué es pornografía y a quién se le permite verla. “No se trata solo del David” –en alusión a la escultura de Miguel Ángel que provocó la renuncia de una profesora en Florida después de que padres de alumnos la tacharan de “pornográfica”–, sino también de la Capilla Sixtina”, cuyas figuras llegaron a ser cubiertas y después se volvieron a destapar.
“El desnudo sigue teniendo el poder de impresionarnos y siempre ha habido un equilibrio difícil entre puritanismo y liberalismo”, reconoció. El suceso de Estados Unidos la incitó a reflexionar sobre el por qué de esa reacción: “Lo que subyace a todo esto es cómo vemos el cuerpo humano”. En alusión al “poder en el arte” añadió que en uno de sus programas, “El impacto del desnudo”, decidió quitarse la ropa para un retrato por “obligación moral” porque veía “equivocado” que una “mujer académica mayor hablase de gente que va desnuda” pero no lo experimentase.
El poder y las reglas
Beard, quien recalcó que “las reglas han sido hechas desde el poder”, considera que “la forma en que se trazan los límites de lo que es visible y por quién ha sido enormemente disputada desde siempre” y que las artistas y espectadoras pueden estar ahora en posición de desafiar ese poder.
Aun así, la mirada masculina es la ortodoxa, proclamó, y si bien esa ortodoxia, a su juicio, “es más frágil de lo que se piensa”, cree que “todavía necesitamos las Guerrilla Girls” porque “la práctica del arte no ha cambiado mucho”. Este colectivo, que protagoniza ahora una muestra en el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC), en Santiago, se hizo en 1989 la pregunta “¿Tienen que estar desnudas las mujeres para conseguir entrar en el Metropolitan Museum of Art?” Beard tiró de ese hilo para asegurar que “no se podría entender la historia del arte europeo hasta la Antigüedad sin ver que la forma estándar” es “la mirada de un hombre mirando a una mujer, a menudo una mujer desnuda” y añadió que “en muchos casos” existe “una mirada sexual”. Este aspecto, señaló, está siendo igualmente desafiado por artistas y lo estuvo siempre, porque desde el principio ha existido una mirada “alternativa”. Menciona al respecto una de sus historias “favoritas”, de Plinio el Viejo, que relata cómo el primer retrato lo hizo una mujer y no un hombre.
Situación de la mujer
Beard –cuyos títulos más recientes, “SPQR: Una historia de la antigua Roma”, “Mujeres y poder: Un manifiesto” o “La civilización en la mirada” sobresalen en ventas en libros de no ficción– se declaró “optimista” sobre la situación de la mujer. Otra de las historias que suele rescatar del mundo antiguo es la de Penélope, a la que hace callar su hijo como una forma de silenciar su voz política. Hoy en día, tras esa larga historia de represión, entiende que las mujeres “tienen más voz”. “Pero todavía tenemos un camino muy largo que recorrer”, advierte.
Beard, cuyo éxito pasa por dirigirse al público como “adultos inteligentes” y quien cree que “todo el mundo puede hacer historia”, culminó su primera jornada en Santiago, ciudad que visita por primera vez, pero cuya “asombrosa” historia la convierte en “un lugar muy especial”, con un lleno en su charla en el Auditorio de Afundación. Se confirma que la Antigüedad, cuando Beard la explica, está de moda, y no solo, como ella dice, porque la literatura y la historia antiguas “nos dan una perspectiva diferente sobre nosotros mismos que pueden ayudarnos a pensar en los problemas que afrontamos de forma diferente” o porque a la historia hecha por “hombres blancos y ricos” sobre generales y emperadores se ha sumado otra que habla de esclavos, mujeres y niños, “gente ordinaria como nosotros”.
El papel de los romanos
No muy lejos, Fisterra, la Torre de Hércules o la Muralla de Lugo dan fe del paso de los romanos, que protagonizan muchos de sus libros. “No admiro a los romanos; tampoco los odio”, dijo, “eran conquistadores brutales que tuvieron muy buena prensa”. Pese a eso, avisó contra reemplazar una narrativa “simplista” del tipo de “los romanos trajeron la civilización al mundo” por otra igual de simplista que los convierta en “los villanos”. “Creo que el gran tema es cómo juzgamos la historia, qué tipo de visión moral se debe tomar del pasado”, defiende.