Faro de Vigo

La histórica revolución feminista de los pequeños grandes gestos

Maestras, médicas, precursoras del asociacionismo y otras mujeres anónimas se convirtieron en pioneras sin pretenderlo cuando “casi todo estaba por hacer” en el camino de la igualdad

A. Chao

Son las 7:30h de un día cualquiera. Una mujer se levanta, se ducha y se viste unos vaqueros. Sale con el coche para ir a su trabajo remunerado, o a la universidad. En el descanso aprovecha para ir a hacer unos trámites en el banco. Ya de regreso a casa para en una farmacia a comprar anticonceptivos. En su tiempo libre planea el próximo viaje al extranjero, sola. Podría ser un día convencional en la vida de muchas mujeres en este lado del mundo. Pero bien sabemos que no siempre ha sido así, y que en demasiados lugares la realidad no se parece en nada a la descrita

Basta con ir hasta la Galicia años 70. Hasta la Constitución Española de 1978 una mujer no podía abrir una cuenta corriente sin autorización de su padre o de su marido. Al margen de las limitaciones de derechos marcados por ley, otro tipo de conductos también eran censuradas socialmente por considerarse inapropiadas para las mujeres. Sin embargo, fueron muchas las que hicieron la gran revolución de las pequeñas cosas, pioneras sin pretenderlo en una época en la que estaba todo por hacer y en la que sacarse el carné de conducir o ponerse un bikini se convertían en hitos que hoy pasan inadvertidos pero que en la práctica han significado tanto como esos grandes logros que tantas veces se ensalzan. 

II Jornadas Femnisitas Independientes en el aula del colegio Chouzo, en 1981. Fotografía de Llanos.

Precisamente Luisa Abad (1951), profesora y referente en divulgación y feminismo, recuerda a aquella joven que allá por el 1971 llegó como maestra a una escuela de aldea, con apenas 20 años, conduciendo y en pantalones. “Con el tiempo las alumnas me han contado que, con algo tan simple, me convertí en un referente de modernidad para ellas, sobre todo en un entorno en el que no había diversidad de modelos de mujer y en una época en el que tampoco llegaban por televisión, por ejemplo”, explica. 

Luisa Abad

Luisa Abad

Pero aquella misma joven demasiado arriesgada para algunos era también la misma que ayudaba a las mujeres analfabetas que se lo pedían a leer y responder las cartas que recibían. En aquel entonces, no saber leer ni escribir, cuando la correspondencia era un método básico para la comunicación personal, comprometía su privacidad. “Estaba claro que preferían traérselo a la profesora que a algún familiar”, en la mayoría de los casos hombres.

De abuela analfabeta a primera universitaria de la familia, Luisa también rompió fronteras, literalmente. Celebró su 19 cumpleaños (esto nos sitúa en el 1970) en Estados Unidos, en un intercambio académico que aún hoy no sabe muy bien cómo logro. “Fue organizado por los Jesuitas de A Coruña, insistimos y accedieron quién sabe, quizá no habían completado plazas con chicos, incluso salimos en la prensa a nuestro regreso”, relata.

“Te convertías en un referente de modernidad (...) en un entorno en el que no había diversidad de modelos de mujer”

Luisa Abad

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Se trataba, en definitiva, de luchar por algo que debería ser inquebrantable en el ser humano: la libertad. De esa batalla sabe bien Nanina Santos (1951). “Nunca sentí que tuviese que pedir permiso a nadie para ser quien soy”, asegura esta pionera en el asociacionismo feminista. A comienzos de 1976 mujeres de diferentes puntos de Galicia comenzaron a reuniste hasta constituir la Asociación Galega da Muller que “surge con el fin de cuestionar el rol tradicional de la mujer”. 

Nanina Santos

Nanina Santos

El revuelo fue generalizado, “escandalizamos y despertamos el interés de algunos medios de comunicación, pero también nos enfrentamos a comentarios del tipo ‘lo que les falta es un buen hombre’, críticas a nuestro físico…”, explica. Dar ese paso al frente les permitió “conocer qué era el feminismo, silenciado durante tantos años, comenzar a pelear e invitar a la sociedad a que lo hiciera con nosotras”. En aquellos años “paralizamos un vuelo de Iberia para reclamar el derecho a abortar en España sin tener que ir a Londres, nos encadenamos, ocupamos el Arzobispado de Santiago…” recuerda. 

En una época en la que los anticonceptivos estaban prohibidos o las farmacéuticas llegaban a advertir sobre los riesgos que suponían los primeros tampones para la virginidad -spoiler, nada tienen que ver en ello- Nanina se declaraba abiertamente lesbiana.

“Hablar de sexualidad fuera de los círculos cerrados de hombres contando sus hazañas no existía a penas, comenzamos a descubrir que cosas que vivíamos en nuestra intimidad no eran individuales, a explorar, a leer y sobre todo a demandar libertad sexual”. En 1979 la asociación saca su primera nota apoyando la homosexualidad. En el 1983 dan un paso más en su discurso con la reivindicación “somos lesbianas”. 

La doctrina de 40 años de franquismo y siglos de castración religiosa sobre la sexualidad de la mujer hicieron fuerte ese mensaje de que una mujer si no era madre o esposa no era nadie. “Quien se salía de lo establecido del matrimonio era una puta, ¡imagínate si era lesbiana!. Nuestro castigo era no existir, el silencio, eso conducía a que las mujeres se sintiesen raras, enfermas, que algo había mal en ellas e incluso a terminar en psiquiátricos con tratamientos de electroshock”, relata Santos. 

“Nuestro castigo era no existir, el silencio, eso conducía a que las mujeres se sintiesen raras, enfermas, que algo había mal en ellas e incluso a terminar en psiquiátricos”

Nanina Santos

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Luisa Ocampo

Luisa Ocampo

Y precisamente de esa moralidad impuesta que las mujeres debían acatar sin rechistar puede hablar Luisa Ocampo. Nieta de la pionera maestra Ernestina Otero, recuerda cómo una de las primeras acciones de aquel incipiente feminismo tras la muerte de Franco fue “la defensa de una mujer en Vilaxoán que estaba acusada de adulterio por ‘yacer con otro hombre’”. La movilización fue sonada aquel diciembre de 1976. El adulterio se consideraba solo delito para las mujeres, pero no era el único asalto a los derechos de las mujeres, como venimos contando: “La violación era un delito de honor que no se contemplaba ni dentro del matrimonio ni para las prostitutas, las mujeres no podían obtener el pasaporte sin la autorización de un padre o un marido, no podían comprar a plazos, el aborto estaba penado, no existía el divorcio…”.

Estas injusticias fueron el motor del asociacionismo y el movimiento feminista. “El objetivo era recuperar los derechos fundamentales de la mujer e ir incorporando nuevas reivindicaciones”, concluye Ocampo. 

Reunión de organizaciones feministas y secretarías de la mujer, en 1981. Fotografía de De Arcos.

Las maestras

En pleno franquismo e incluso en los primeros años de la transición, todo lo que olía a democracia llegaba casi siempre del extranjero. Conchi Rodríguez (1947) tuvo una familia “tradicional y patriarcal” en la que los roles y las posibilidades de hombres y mujeres eran bien diferentes. “Mis hermanos podían escoger qué estudiar y dónde hacerlo; o incluso qué leer cuando a mí me lo contralaba”. En el 1971 empezó a trabajar, “fue entonces cuando dejé de pedir permiso y empecé a tomar mis decisiones y a madurar”. También a viajar y a traer libros prohibidos en la España de entonces. “Un amigo te daba un contacto, empezabas a leer a poetas y dramaturgos que aquí no estaban autorizados, traías sus ejemplares, los intercambiabas”, una hazaña que ampliaba horizontes. “Te dabas cuenta de que llevabas muchos años estudiando pero que apenas sabías nada, empezando por la realidad de tu propio país”, explica.

Y es que el leer, el aprender y el conocer siempre ha marcado un punto de inflexión. De ahí el peso de las maestras, tanto en el avance de los derechos de la mujer como en la construcción de una sociedad más justa a todos los niveles. 

Chus Piñeiro (1951) recuerda cómo en los últimos coletazos de la dictadura comenzó a recorrer el rural gallego como maestra. “Al comienzo de curso en uno de mis primeros destinos me senté en la taberna del pueblo a tomar un café, les conté que era la maestra y la señora que lo regentaba me dijo que no me preocupase, que ella me tendría mi café listo cada día, pero que mejor me sentase en la mesa más apartada. En verano era una más y a nadie le extrañaba verme”, cuenta.

Esta mera anécdota resume “la lucha constante por nuestro espacio” a la que se enfrentaba. Pelear por lo suyo y por el futuro de las niñas. Buceando de nuevo en sus vivencias, Chus vuelve a aquella aula de una parroquia de A Laracha y a todas las conversaciones con unos padres que no veían la necesidad de que su hija siguiese estudiando. “Muchas veces te decían aquello de que cosía muy bien y que mejor se dedicase al oficio”, apunta. Un final de curso logró que la familia entrase en razón con la mejor alumna del año, “algún día podrá contribuir a cambiar el mundo”, les dijo. Hoy es doctora. “Cada vez que cambiabas una de estas pequeñas cosas la satisfacción era inmensa. En realidad, hice lo mismo que doña Lola, mi maestra de Primaria, cuando les hizo ver a mis padres que debía seguir estudiando”, concluye.

Fueron muchas las que impulsaron el cambio desde las aulas. Mientras Ángeles Sueiro (1950) dependía de su padre o su marido para abrir una cuenta de ahorros, jugaba un papel fundamental en la implementación en Vigo de la educación especial de la mano de Saladino Cortizo: “Elaboramos un censo de niños con diversidad funcional, que muchas veces sus familias mantenían escondidos, sin atención o que incluso eran trasladados a instituciones mentales y le abrimos las puertas a su primera educación”, recuerda. Era el 1969.

En paralelo, estas mujeres dirimían sus propias batallas. Marina López aprovechaba las noches para preparar su oposición mientras criaba a un hijo con parálisis cerebral, que en aquel momento tenía 16 años, y a otro de ocho. Fue posible, explica, gracias a un hogar paritario, en su matrimonio siempre estuvo claro que “ninguno de los dos iba a quedarse guardado en un cajón”.

Ya lo decía Emilia Pardo Bazán: “La educación de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”. Chus, Luisa, Marina o Conchi se propusieron terminar con ello, demostrando que los gestos particulares, unidos y con un fin común, pueden lograr cambiar las cosas.

Su testigo lo recogen cada día miles de mujeres anónimas. Lo hacen cuando no aceptan cobrar menos que sus compañeros de trabajo, cuando educan en igualdad a hijos e hijas, cuando no temen poner sobre la mesa la conciliación o cuando no aceptan un grito más. 

Manifestación de asociaciones feministas en 1990. Fotografía de Magar.

Profesiones ¿de hombres?

Aún quedando mucho por recorrer, no cabe duda de que muchas cosas han evolucionado. Si seguimos hablando de aulas, trasladémonos a las de las universidades. Cuando Pilar García Bescansa estudió Medicina en Santiago de Compostela allá por el 1964 tocaban a “una alumna por cada cinco o seis hombres”. En su casa eran siete hermanos, con lo que eso conlleva cuando se trata de darles estudios.

Pilar García Bescansa

Pilar García Bescansa

Completo su formación en Madrid, hasta convertirse en odontóloga y, poco después, la primera ortodoncista de Galicia. “Una de las primeras cosas que me dijo la monja que impartía Literatura en el colegio fue que Medicina era una profesora de hombres”, menos mal que no le hizo caso.

De regreso tras un viaje por India y Asia en el 1973 decidió establecerse por cuenta propia en Madrid y en el 1974 se trasladó definitivamente a A Coruña.

Como ella, muchas otras no se conformaron con aquello que ‘no era para ellas’ a ojos de unos cuantos y marcaron el camino para las que hoy siguen rompiendo techos de cristal

Un poco de historia

El primero 8M en Vigo fue convocado en 1936 por Urania Mella, poco antes del golpe de Estado franquista.

No fue hasta 1977 cuando la jornada reivindicativa pudo recuperarse.

En 1976 la defensa de una mujer acusada de adulterio fue uno de las primeras movilizaciones del feminismo en el área.

En 1989 una ola de violaciones llevó de nuevo a las mujeres a la calle, con dos detenidas por las acciones realizadas.

En 1990 el asesinato de la niña Alicia Rouco en el barrio de Candeán supuso una importante movilización contra la violencia hacia las niñas y las mujeres.

En 1998 se salía a la calle por primera vez en la ciudad con motivo del 25N.

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