Entrevista | Jorge García Marín Sociólogo, director del Club de Masculinidades Disidentes de la USC

“Los hombres tenemos que entender que somos beneficiados por un sistema injusto”

“Después de cuatro olas feministas se siguen repitiendo los mismos estereotipos”

Jorge García Marín, profesor de Sociología de la USC.

Jorge García Marín, profesor de Sociología de la USC. / Xoán Álvarez

Cuando, hace treinta años, siendo estudiante de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), anunció a sus compañeros que iba a entrar en el grupo que dirigía la profesora de Sociología Rita Radl Philipp, conocida por sus trabajos de investigación en los procesos de construcción del papel de la mujer en el ámbito educativo, familiar y en los medios de comunicación, la respuesta que obtuvo fue: “¡Pero si es feminista!”. Por su parte, él descubrió este movimiento, del que, dice, nunca más salió. A sus 57 años, Jorge García Marín es profesor titular de Sociología, director del Club de Masculinidades Disidentes de la USC, creado en 2019 como una iniciativa de la Oficina de Igualdad de Género, y, desde el pasado mes de abril, coordinador del Máster en Igualdad, Género y Educación. En su opinión, el reto más difícil al que se enfrenta el feminismo es a que el hombre reflexione sobre la construcción de la masculinidad tóxica y la necesidad de buscar modelos alternativos. “A los hombres, el feminismo también nos da calidad de vida en la medida en que nos hace repensarnos”, sostiene.

–¿Qué es el Club de Masculinidades Disidentes?

–Es un espacio encaminado a la formación de toda la comunidad universitaria de la USC que pretende reflexionar sobre la construcción de la masculinidad tóxica o hegemónica y buscar modelos alternativos. Todo lo que significa género parece que no nos interesa o no nos interesaba a los hombres y se trata, precisamente, de hacerlos partícipes para que entiendan que avanzar en una sociedad igualitaria significa también que nosotros nos paremos a pensar sobre nosotros mismos y entender esos procesos de construcción social que también nos afectan a las masculinidades.

–Habla de masculinidad tóxica. ¿Qué es?

–Esta masculinidad tóxica, hegemónica o híbrida –ahora hay muchos conceptos dentro de las teorías de las masculinidades–, es la que se sigue basando en modelos que tienen que ver con la estructura patriarcal de dominación, de fuerza, de virilidad, de agresividad y de falta de emociones. Son modelos agresivos con todo: con las mujeres, con el medio ambiente y con uno mismo. Vivir esta masculinidad agresiva también nos termina afectando a nosotros y a nuestra propia calidad de vida. La mayoría de las muertes entre los 18 y los 27 años están masculinizadas, ya sea por conducción temeraria, abuso de drogas, peleas y suicidios. Donde haya violencia siempre aparece retratado este tipo de masculinidades.

“Teníamos claro que había que empoderar a las mujeres; más complicado será empoderar a los hombres en la esfera privada”

–¿Dónde está su origen?

–El origen es que venimos de una estructura patriarcal donde a los hombres se nos ha exigido ese modelo relacionado con el eje de valentía-dominio. Es un papel que como identidad sociohistórica forma parte de nuestra identidad y que ha sido socializado a través de múltiples agentes de socialización y más recientemente por los medios de comunicación, la publicidad y la manosfera, que son todas las redes de odio, y que, por increíble que parezca, continúa teniendo un gran poder de socialización.

–¿Cómo romper con esto?

–Generalmente, cuando se habla de estudios de género, del rosa y del azul, estamos hablando de que, dependiendo de tus atributos sexuales, se te concede un papel social en este sistema. Esto sitúa a un colectivo de hombres frente a un colectivo de mujeres, cuando todos sabemos que los hombres son una categoría plural y las mujeres también. Pero, en el fondo, a los hombres no nos va mal en este sistema. No se trata de que como hombres tengamos que hacer un flagelo público, pero sí constatar que seguimos siendo beneficiados por este sistema injusto. Aquí es muy importante la coeducación, ya desde infantil y primaria, para que los niños y niñas jueguen a lo mismo, tengan cuentos que ofrezcan modelos diferentes, etcétera. El proceso de “desconstrucción” pasa por muchos entornos. Por eso me parece muy oportuno el trabajo que están haciendo las mujeres jóvenes directoras de cine y las diseñadoras de videojuegos, ofreciendo otros modelos. También que los medios de comunicación transmitan otros modelos es importante en este cambio. En la medida que muchos agentes de socialización cuestionen el modelo, será más fácil que los hombres también entiendan que esto no es una guerra de sexos, sino que simplemente es entender que nos han colocado en un papel injusto.

–¿Por qué hay quienes quieren que lo veamos como una guerra de sexos?

–Hay mucho que desmantelar. Se suele hacer un antagónico de machismo-feminismo que no se entiende muy bien e incluso se nos victimiza a los propios hombres con cosas como: “Bueno, yo conozco a una mujer que mató a un hombre”. Creo que es un desenfoque. Yo llevo muchos años leyendo a autoras feministas y nunca he visto un ataque al hombre, lo he visto al privilegio. Se puede ser hombre de mil formas diferentes. Desgraciadamente a veces nos quedamos con el hombre que tiene esas connotaciones tóxicas, pero hay otros hombres que son cuidadores, otros que son sensibles... El modelo de malote siempre fue muy seductor y ahora tenemos que conseguir que otros modelos también lo sean.

“El modelo de malote siempre fue muy seductor, pero tenemos que hacer que otros modelos también lo sean”

–¿Las chicas siguen prefiriendo al chico malo?

–Parece increíble que después de cuatro olas de feminismo el modelo no esté finalmente vencido, pero cuando hablas con profesionales de la docencia te dicen que se siguen repitiendo los mismos estereotipos. Por eso, muchos insistimos en que el feminismo no es algo del pasado con una serie de conquistas que vinieron muy bien, sino que aún hay mucho campo para seguir trabajando.

–¿Por qué al feminismo se le sigue colgando muchas veces una etiqueta peyorativa?

–Creo que es un problema de incultura, sencillamente, porque no se lee mucho de feminismo. Bueno, no se lee mucho de mucho. Cuando voy a un instituto siempre pregunto a los alumnos qué autora feminista han leído y la respuesta siempre es ninguna. Acuden a los youtoubers en busca de información y ahí se encuentran toda la misoginia encapsulada en píldoras, donde te dicen que las feministas son unas feminazis, unas exterminadoras de hombres... El feminismo tampoco forma parte del currículo escolar y es visto de una manera negativa porque las redes amplifican aspectos que no son verdaderos, pero para un adolescentes es más fácil ver a un youtouber misógino durante diez minutos que ponerse a leer un clásico del feminismo y descubrir donde están esos supuestos ataques al hombre. La feminista bell hooks [escrito en minúsculas] tiene un libro superbonito, “El deseo de cambiar”, que es un guiño a los hombres y ella es la primera que, como feminista negra, dice que los hombres somos muy necesarios en el feminismo.

"Los adolescentes acuden a los youtoubers en busca de información y ahí se encuentran toda la misoginia encapsulada en píldoras"

–¿Es difícil romper con el modelo patriarcal?

–Sí. A veces nos gustaría que los cambios sociológicos fueran más rápidos y por eso aún estamos en 2023 hablando de estas cosas. Ahora mismo se da una situación muy interesante: las mujeres se han empoderado, han conseguido nichos de poder que no tenían y están comenzado a tener puestos que eran masculinos. Esto está muy bien. Pero ahora está el siguiente paso: que los hombres entendamos que hay cosas que no pueden ser. No puede ser que por hecho de ser mujer no puedas caminar sola por la calle, no puede ser la cosificación que hace la pornografía de la mujer, no puede ser la brecha que todavía se observa en los puestos de decisión y poder, no puede ser el reparto desigual de las tareas en el ámbito personal... Teníamos claro que había que empoderar a las mujeres, pero ‘desempoderar’ a los hombres de lo público y empoderarlos en lo privado, un ámbito que no es de privilegio, es un trabajo más costoso. Las mujeres llevan años haciendo un trabajo muy potente en busca de sus derechos y de los espacios que les habíamos quitado. Ahora el replanteamiento va a ser aplicarnos a nosotros mismos las reglas de juego que hemos ido montando a lo largo de nuestra historia y entender que no debemos hacerlo porque nos lo digan las mujeres, sino por justicia social.

–¿Cómo acoge su entorno que sea feminista?

–Aprendí los costes que tiene cambiar los modelos y que tienes que romper con mucha gente. Amigos hombre tengo muy pocos porque no tienes esa capacidad de estar todo el día con la monserga y porque ves que es una pérdida de energía brutal y no merece la pena. Estos costes existen porque hay cosas que no te convencen y llega un momento en que te das cuenta de que no quieres estar rodeado de toxicidad. No es un camino de rosas llevar estas cosas a tu vida privada. Tienes que romper con vínculos. Es complicado analizar tu alrededor y ver que no te gusta y que no va a cambiar.

–¿Qué opina de la ley “Solo sí es sí”?

–Creo que todos coincidimos en que lo del consentimiento es necesario y no creo que nadie en su sano juicio piense que el Gobierno quería soltar a violadores. Lo que es increíble es que una ley que tiene que pasar por mil expertos pueda tener las consecuencias que ha tenido. Me da pena todo el debate partidista porque creo que los derechos de las personas y todo lo que tiene que ver con la igualdad no deberían estar politizados. Es como si ahora se empezara a discutir sobre el racismo. Aunque, obviamente, pueda haber alguna minoría radical, no creo que los partidos políticos lo justificasen.

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